En un momento en que el temor a que Estados Unidos esté por entrar en una recesión acaso larga está agitando los mercados de todos los países del mundo, ocasionando caídas espectaculares un día y subidas alentadoras el siguiente, la noticia de que un empleado no muy importante de un banco de las dimensiones de la Société Générale francesa se las había ingeniado para perder más de 7.000 millones de dólares no pudo sino provocar más angustia. Asimismo, el que el presidente de Société Générale, Daniel Bouton, se haya dado el gusto de felicitarse por haber "actuado con rapidez" porque de lo contrario "la pérdida podría haber sido diez veces mayor", ya que el responsable del traspié, un hombre de 31 años llamado Jérôme Kerviel, manejaba posiciones cuyo valor alcanzaba unos 73.000 millones de dólares, no contribuyó en absoluto a restaurar la confianza en la salud no sólo del sistema bancario francés sino también del mundial. Aunque Kerviel ha establecido un nuevo record, dista de ser el primer operador mediano que ha conseguido hacer desaparecer miles de millones de dólares apostando a que ciertos valores continuarían subiendo. Toda vez que se produce una crisis financiera, se ven atrapados personajes como él que de otro modo hubieran logrado salirse con la suya. De prolongarse la turbulencia bursátil actual, no sorprendería que dentro de poco el record anotado por Kerviel se viera superado por un jugador todavía más osado que él.
Según los dirigentes de Société Générale, ha sido cuestión de un individuo perverso que merced a sus conocimientos informáticos consiguió sortear con éxito los controles de la institución, pero parece evidente que estamos ante una falla sistémica. Hoy en día son tan complicadas muchas operaciones financieras que muy pocos realmente las entienden, con el resultado de que los jefes están a merced de subordinados astutos que saben aprovechar sus habilidades especiales. Así las cosas, a menos que todos los empleados sean dechados de honestidad y siempre hagan gala de un sentido de responsabilidad nada común, es virtualmente inevitable que se produzcan fraudes que, debido a las sumas colosales que están en juego, pueden ocasionar pérdidas superiores al producto bruto anual de muchos países. Por lo demás, hoy en día es normal que los operadores comunes, que en una cuestión de segundos tienen que decidir vender o comprar, disfruten de un grado de libertad que hubiera sido inconcebible en otras épocas.
En períodos signados por alzas generalizadas, los operadores que se arriesgan pueden ganar muchísimo dinero para sus instituciones, que los premian con recompensas multimillonarias. Cuando ello ocurre, son celebrados como genios de las finanzas. Pero si predominan las bajas, los dispuestos a correr riesgos se convierten en los malos de la película, como sucediera con el inglés Nick Leeson -quien por cometer el error de suponer que la bolsa de Tokio continuaría su marcha ascendente justo cuando llegaba a su punto más alto arruinó al Banco Barings- y ahora con Kerviel. A juicio de quienes conocen el negocio, el francés habría tratado de cubrirse redoblando la apuesta luego de sufrir algunas pérdidas iniciales menores pero, desafortunadamente para él y aún más para el segundo banco más importante de Francia, la evolución de los mercados financieros siguió siendo negativa.
Este episodio alarmante fortalece a quienes quieren que el mundo de las finanzas sea regulado con más severidad. Como han señalado, la crisis de las hipotecas inmobiliarias estadounidenses que está en la raíz de las convulsiones financieras actuales surgió en buena medida porque banqueros ingeniosos encontraron la forma de convertir créditos a personas incapaces de devolver el dinero prestado en inversiones que se suponían totalmente seguras, razón por la que no vaciló en participar del negocio una multitud de instituciones respetadas no sólo de Estados Unidos sino también de Europa y Asia. Con todo, aunque es evidente que sería mejor que los mecanismos financieros operaran de manera más transparente para que se minimizara el riesgo de que personajes como Kerviel hagan esfumarse miles de millones de dólares, no será nada sencillo lograrlo sin que queden bloqueados los canales por los que todos los días fluyen las cantidades astronómicas de dinero que mantienen funcionando la llamada economía real.