Las comunicaciones son uno de los íconos centrales en la era de la globalización.
Ahora bien, su masividad y frenesí, su multiplicidad y diversidad no pueden disimular ni esconder, en ocasiones, escasos contenidos informativos y formativos, contenidos que aun correctos y útiles o funcionales ya no podemos asimilarlos más allá de una síntesis o percepción de tendencias, precisamente por su dinámico estrumpido.
Entonces, somos ganadores o perdedores en la "era de la comunicación" (?), la cual -por más paradojal que ello parezca- viene aminorando hasta anular, en muchos casos y relaciones, la comunicación oral, visual y físicamente directa entre las personas para debatir ideas, proyectos y soluciones propias de las cosas de la vida.
En efecto, el diálogo personal cara a cara parece cosa del pasado, siendo progresiva y sofisticadamente "suplido" por la globalización de la comunicación "interneteando" en pleno período de transición y liberalización, con sus excesos de medios, recursos exponenciales y disponibilidad. Se logró una nueva comunicación posmoderna, donde la ausencia presencial de las personas nada significa ni altera en la comunicación cibernética, pero donde también dichas personas no tienen ninguna seguridad de no sufrir algún perjuicio, directo, indirecto o subliminal ni tampoco de lograr su reparación.
Si tratamos entonces de visualizar razonable y adecuadamente el espectro comunicacional, el mismo debe contener derechos, deberes y responsabilidades.
El mismo puede ser subcontextualizado en dos frecuencias: 1) la comunicación privada, con garantía plena de sigilo y una plena responsabilidad de sus emisores posibles; 2) la comunicación cibernética, integrada por sitios web, links, orkuts, blogs y todo lo que podemos encontrar en la red mundial que, en tanto tal, no tiene sede central ni responsables conocidos o identificables y, por ende, impunes.
Sin perjuicio, nobleza obliga reconocer que la revolución cibernética ha sacudido extraordinariamente el campo de las comunicaciones, universalizando su acceso directo e inmediato a la población global: email, consultas de páginas www., etcéteras. Dicha revolución ha repercutido también -no siempre positivamente sino, en ocasiones hasta la misma estupidez- en los gustos, hábitos, preferencias y la propia salud y vida de las personas internautas, muchas, demasiadas, sin criterio apropiado, sentido común y ninguna responsabilidad ni compromiso.
También es cierto que están plenamente vigentes la "libertad de expresión como la garantía legislativa de dictar leyes que protejan la identidad y pluralidad cultural, la libre creación y circulación de las obras del autor, el patrimonio artístico y los espacios culturales y audiovisuales; las mismas no son derechos o garantías absolutos, sino sólo conforme a las leyes que reglamenten humanamente su ejercicio (arts. 14, 75 incs.19 -últ. parte- y 22 de nuestra Constitución Nacional), en todo lo cual cabe una grave responsabilidad al Comité Nacional de Radiodifusión (COMFER) como a la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), particularmente ante "la real malicia".
Asimismo, frente a no pocas controversias y resistencias de sectores civiles, económicos, políticos o religiosos, la identificación de metodologías y de las fuentes individualizables -físicas o jurídicas- de la emisora comunicacional y de los intereses económicos y/o políticos que las sostienen y expanden, interesadamente, podría -regulación apropiada mediante- incrementar neutralidad, objetividad y respeto.
Por eso mismo, será necesaria una más acentuada, idónea, autónoma e independiente regulación comunicacional, ya que los avances en las comunicaciones responden a propósitos e intereses determinados de las emisoras y emisores, destinados a receptores no identificados necesariamente.
En esa perspectiva debemos salirnos de lo inmediato y alentar una multidimensional cultural comunicativa en tanto no colisione con derechos, principios y garantías constitucionales.
El campo jurídico no ha logrado aún cauces, riendas y "látigos" eficaces para una información y comunicación apabullantes, no obstante las mismas contengan violaciones de principios, preceptos, normas sociales y reglas fundamentales propias de los derechos y deberes humanos.
Finalmente, si bien la investigación y la innovación serán esenciales, si no moderamos la influencia económico-financiera y alentamos simultáneamente la responsabilidad social de los medios de comunicación, la penetración de mensajes consumistas y hedonistas conformará estragos sociales aun mayores a los que evidencia el comportamiento de la convivencia familiar, educativa, económica, política, ambiental, vial, deportiva y cultural.
ROBERTO F. BERTOSSI
Especial para "Río Negro"
Docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba.