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	Todos fueron a ver a Pity, que dio un gran recital anteanoche en Neuquén.

"Vivo en el infierno, vivo en el infierno". El espectro se cuelga como un tití, está demacrado por el momento y las circunstancias. Sus súbditos le rinden pleitesía, la noche es pegajosa, el humo asfixia, la chica de al lado se atraganta con los últimos sorbos de cerveza caliente. Entra en éxtasis, cree que llegó el momento que aguardaba, vocifera "Pity sos un grande", cree que para eso pagó la entrada...

El boliche es una burbuja que hierve al ritmo de ese espectro de gafas grandes y pelo cortado a mordiscos. La masa juvenil bufa de placer como aquella chica, esperando al Pity que come desperdicios, se baña con víboras pitón y roba remises... Esperan que se meta en público medio kilo de cocaína, que patee equipos y "plomos"al estilo García y que haga el amor con un animal sobre el escenario.

Cualquier cosa puede pasar con el cantante de Intoxicados, alerta uno de los axiomas no escritos del mundillo del rock. Y muchos fueron en busca de que el axioma se cumpla. Porque, está claro, su don es su condena y su genio su locura. No se puede tener todo en la vida.

Y esa dualidad se engarza en la pelea interna (y diaria) de Cristian Álvarez con Pity, esa puja entre el músico talentoso y el personaje adicto y desmadrado.

El viernes a la madrugada, en el boliche Bloke de Neuquén capital, casi todo el recital lo brindó Álvarez, y estuvo realmente brillante. Por ajustado, por ecléctico, por genuino, porque comenzó siendo una hebra que de tanto cruzarse vistió una noche plena, casi

completa.

Obviamente dentro de las pujas hay decepciones. "No tocó nada este careta de m...", balbucea, entre tímido y ebrio, un pibe de 16 con vincha al estilo Pity y una enorme hoja de coca reemplazándole el pecho, y uno de sus amigos le vuela la vincha de un sopapo atrás de la nuca. Obviamente lo que merecía.

La cosa comienza bien alta, en sonido y humor. "¿No se dan cuenta que parecen momias/pero aparentan ser de 23?/¡Cirujano estírelo!", sonó al palo "Reggae para Mirtha", un tema que jamás se escuchará en la mesa más conocida, estirada y ahora llena de colágeno del país.

"Pila, pila", el primer corte del próximo disco que saldrá en abril, se mezcla en el ambiente con algunas ráfagas prohibidas y "Adrenalina" es el 'sacudón garagero Viejas Locas remember'.

El aire no es aire, era una sustancia espesa que se adhiere al rostro como un enjambre de moscas lo harían con un tarro de miel. Hay funky ("Perra" suena de maravillas), blues, un provocador duelo entre el vocalista y el guitarrista Felipe Barrozo en el encantador y desenfrenado hip hop "Te la vamos a dar". "Una señal", emergente de un pacto que el vocalista hizo con su abuela, que ella cumplió y él no (le pidió que al morir hiciese un velador con su cráneo), sale sugerente e intimista y el cierre es desde las entrañas del rock and roll ("Fuego", "Querer rock" y otros).

Nadie recuerda que sobre el escenario está Intoxicados. Todos creen que se trata de Pity, del ídolo de los suburbios, las drogas y el desvarío, con cuatro o cinco apéndices (o más) que portan instrumentos. Pero Álvarez repite "Intoxicados, Intoxicados", con voz de ultratumba y sus manos dibujan en el aire el recorrido que haría uno de esos tableros electrónicos que pasan propagandas, una atrás de la otra. Lo menos que se merece esta banda.

El pogo se apaga y los únicos cuerpos que se encuentran, se entrelazan, están sobre el escenario. El abrazo fraternal es elocuente y excede lo ritual: posiblemente sea la catarsis de un grupo que debe lidiar a diario con esa puja entre los Álvarez.

La penumbra sorprende justo cuando un fans se zafa y busca el cuello del cantante.Lo atrapan. Pity sonríe burlón, ahora ganador, balbucea algo relativo a "no olvidar" y se pierde en la infinidad de la noche.