Más allá de los hechos
La campaña de los militantes gualeguaychuenses contra la proximidad de la papelera de Botnia pronto terminaría si, como juran sus dirigentes, se basa sólo en el temor a las eventuales consecuencias ecológicas que podría tener su construcción en la orilla del río Uruguay frente a las playas de su ciudad. Según Green Cross, una prestigiosa organización no gubernamental que no suele subestimar el impacto sobre el medio ambiente de la industria, a más de dos meses de la puesta en marcha de la planta no se ha detectado señal alguna de contaminación en Gualeguaychú. Aunque siempre es factible que existan problemas en el futuro, tanto los uruguayos como los finlandeses de Botnia entienden muy bien que es de su interés tomar todas las medidas necesarias para asegurar que la papelera siga estando entre las más limpias del mundo entero, de suerte que no es nada probable que se produzca el desastre apocalíptico previsto por los más exaltados.
Lo lógico, pues, sería que los militantes declararan una tregua en espera de que surjan novedades que les brindaran un pretexto legítimo para reanudar su campaña de hostigamiento, pero sucede que el conflicto ha adquirido una vida propia, de modo que su evolución dependerá de factores psicológicos y políticos. Para los protagonistas, los meros hechos importan mucho menos que la lucha en sí, razón por la que continúan bloqueando las rutas y puentes que unen nuestro país con Uruguay y con terquedad digna de otra causa se niegan a abandonar su ya quimérico "objetivo final" que consiste en conseguir que Botnia desmantele por completo la planta que ya está funcionando y, es de suponer, se aleje una vez y para todas de América del Sur. Por motivos de orgullo personal, por nacionalismo ya que según el ex presidente Néstor Kirchner se trata de una "causa nacional", por inercia y porque protestar se ha convertido en un estilo de vida, los asambleístas no se dejarán influir por lo que dicen los científicos de Green Cross o de cualquier otra entidad que se encargue de medir los efectos ambientales de la planta construida por Botnia. Tal actitud resulta irracional, pero cuando es cuestión de movimientos de este tipo, la racionalidad es lo de menos. Asimismo, aun cuando los asambleístas mismos optaran por abandonar la lucha, lo que podrían hacer con elegancia atribuyendo la ausencia de contaminación a sus propios esfuerzos, una decisión en tal sentido no impresionaría del todo a las sectas de la ultraizquierda que, sin preocuparse en absoluto por el medio ambiente, se han sumado a las protestas porque les presentaban una oportunidad irresistible para intentar provocar desmanes.
Desgraciadamente tanto para la Argentina como para el Uruguay, el enfrentamiento ocasionado por este episodio parece destinado a prolongarse muchos años más. Aunque los costos económicos para nuestro pequeño vecino han sido enormes -el ministro de Turismo uruguayo, Héctor Lascano, llegó a compararlos con los pagados por Nueva York a raíz de los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001-, parecería que ya se ha adaptado a la situación que se ha creado, puesto que el turismo se ha recuperado de los golpes que le fueron asestados y los visitantes en potencia entienden que acaso no les convendría tratar de cruzar ciertos puentes. A pesar de las pérdidas sufridas por el turismo, se supone que en última instancia el balance será favorable puesto que Uruguay se ha dotado de un nuevo sector industrial rentable.
Huelga decir que los esfuerzos frenéticos de los asambleístas entrerrianos y sus aliados politizados por hundir el proyecto forestal uruguayo no nos han beneficiado. A ojos del resto del mundo, el espectáculo lamentable proporcionado por los militantes supuestamente ecologistas sólo ha confirmado que la Argentina es un país caótico gobernado por personas que por razones nada claras son reacias a hacer respetar la legalidad. Lo mismo que los piqueteros y los muchos que han adoptado su metodología, los gualeguaychuenses se las han arreglado para advertirles a los inversores de que les sería riesgoso pensar en establecerse en una sociedad proclive a experimentar raptos de xenofobia. Y como si esto no fuera más que suficiente, también crearon un foco de tensión en el Mercosur que andando el tiempo podría destruirlo.