En estos días de vacaciones y masivos desplazamientos de vehículos, como en otros años, se pone de moda el tema de la educación vial -o, más bien, de nuestra falta de ella. En el 2007 hubo más de 8.000 muertos en accidentes de la ruta, así que los 60 desde comienzos del 2008 están por debajo del promedio de unos 22 por día. Estas frías estadísticas nos colocan entre los países con mayor nivel de accidentes mortales en el mundo. Uno más de esos records mundiales a los que somos tan afectos.Siempre se dice que la vida humana no tiene precio, aunque esta afirmación se puede cuestionar al tener en cuenta la cantidad de gente que muere por no tener los medios para curarse, pero en los análisis de los problemas de la seguridad vial nunca se tiene en cuenta el costo de los daños subsidiarios: los sufrimientos de los heridos, los días de trabajo perdidos, los costos de los vehículos destrozados -daños que seguramente equivalen a muchos elementos de seguridad, entre ellos, mejores rutas.
El problema se agrava año a año, porque nos enorgullecemos de tener cada vez más automóviles y ómnibus más numerosos y más modernos, pero no adaptamos la infraestructura de nuestras rutas y ciudades para poder manejar ese aumento espectacular, lo que nos asegura rutas peligrosas, angostas e insuficientes y ciudades en las cuales el tránsito es inmanejable. Esto incluye las famosas rutas del Mercosur, donde el tránsito de enormes camiones se ha intensificado sin que la infraestructura ni siquiera intente seguirle el paso.
¿Qué debemos entender por "educación vial"? ¿Enseñar lo que deberíamos hacer pero no hacemos? ¿Qué hace de los argentinos unos fenómenos en el desprecio de las leyes, la falta de control y también en leyes faltas de razonabilidad? Tal vez sea la vieja máxima proveniente de la época colonial "Se acata pero no se cumple". Hasta nos enorgullecemos de nuestras transgresiones, mientras envidiamos a los prolijos europeos.
Los ejemplos son incontables, desde el desdén total por las señales viales hasta el cinturón de seguridad colocado "como si" pero sin engancharlo en su receptáculo. Las razones del comportamiento individual han sido señaladas muchas veces: desprecio por la ley y por la vida ajena, "a mí no me va a pasar", "yo hago ese trayecto en tres horas"... a lo cual se agregan las exigencias ilegales y desmedidas sobre el cumplimiento de horarios a conductores de vehículos de pasajeros, que son las primeras víctimas en los frecuentes accidentes donde, además, mueren los viajeros: se han medido velocidades de 130 km/h en ómnibus que exhiben grandes redondeles con la velocidad máxima de 90 km/h y que inutilizan las alarmas que les avisan cuando sobrepasan esa velocidad.
Algo parecido pasa con los sobreexigidos camioneros, y por eso gran parte de los choques frontales con numerosas víctimas es entre éstos y aquéllos. O cuando uno de ellos quiere pasar al otro en una curva y se topa con un tercer vehículo. No es difícil imaginarlo.
A esto se agrega la educación vial práctica: hace pocos días vi cómo el conductor de un transporte escolar daba a sus pequeños pasajeros una clase magistral violando tres leyes de tránsito en diez segundos: primero atravesó una luz roja, enseguida cruzó la bocacalle en diagonal y se estacionó directamente sobre una senda peatonal.
Con esta cultura, hablar de educación vial es casi una invitación al desastre. El que se detenga ante un cartel "PARE" se expone a que lo embistan de atrás, o por lo menos a que se acuerden de su progenitora. Recién ahora se ha comenzado a tratar de enseñarnos que un "PARE" es equivalente a un semáforo en rojo, pero igual nadie los respeta.
Pero lo anterior es una repetición de cosas suficientemente conocidas. Lo que quisiera señalar en esta nota, en cambio, es el extremo opuesto. Además del "Se acata pero no se cumple" colonial y nuestra idiosincrasia nacional, hay razones de otra índole que refuerzan estas tendencias al desacato, de las cuales siempre se evita hablar porque, de hacerlo, entraríamos en un tembladeral político. Son la razonabilidad de las regulaciones mismas y la dudosa idoneidad de las autoridades municipales responsables de su cumplimiento, que frecuentemente parecen ni conocer siquiera las señales internacionales correctas a aplicar en cada caso o que toman decisiones contradictorias o de imposible cumplimiento.
Como este tema es menos conocido que los anteriores, pero apenas menos importante -porque crea confusión e invita a no respetar reglas incomprensibles, contradictorias o innecesarias-, debo mencionar aquí algunos ejemplos; de más está decir que la violación de reglamentaciones insensatas cultiva la costumbre de violar también las sensatas y realimenta el desprecio por las reglas en general: dobles líneas amarillas por kilómetros de visibilidad inobjetable invitan a su violación, y en muchas partes están borradas por los transgresores; velocidades límite de 20 km/h que nadie ha cumplido jamás; falta total de la señal de "fin de restricción" tan corriente en Chile, de modo que si uno se encuentra con una velocidad máxima de 40 km/h en el medio del campo debería recorrer absurdamente muchos kilómetros a esa velocidad, hasta encontrar algún otro cartel que fije otra velocidad máxima; en algunas rutas se establece una velocidad mínima, pero las autoridades ignoran que lo permitido y lo prohibido, lo prescriptivo y las advertencias, tienen cada uno sus códigos de formas y colores característicos; ubicación de semáforos en lugares donde no son necesarios, mientras faltan en otros sitios donde se producen crónicos atascamientos; mala ubicación de las luminarias de los semáforos, de modo que no se las ve desde el lugar donde se debe parar; falta de reemplazo rápido de luces quemadas; uso de varios tipos de señal para indicar lo mismo, lo que obliga -es un ejemplo- a adivinar que "TUP" significa Transporte Urbano de Pasajeros, cuando existe un símbolo universal para indicar las paradas de tales vehículos; ignorancia de que los carteles "PARE" son octogonales para que se los pueda reconocer desde el reverso; errónea ubicación o inexistencia de carteles que indiquen mano única o doble mano; errónea ubicación de paradas de TUP -o erróneo trazado de los recorridos- que obliga a sus conductores a violar la ley cruzando bocacalles en diagonal cuando deben doblar en esa esquina; pasajes peatonales borrados -aunque pocos son los que respetan aun aquellos que son claramente visibles y, si un peatón cruza confiado por uno de esos pasajes, corre grave peligro su integridad física-; estacionamiento en doble fila, hecho casi necesario por la falta de lugar en las inmediaciones, cuando se trata de estacionar por pocos minutos para no caminar muchas cuadras; admisión de nuevas obras de gran tamaño sin que se exija construir cocheras en cantidad suficiente; lógica desaparición de playas de estacionamiento por construcción de obras de gran tamaño en los valiosos lotes respectivos; flagrante violación de todas las reglas de tránsito por parte de vehículos de la Policía.
También se nos hace imposible estacionar, situación que se agrava en las ciudades turísticas, donde se reservan lugares con diversas finalidades no siempre comprensibles, en forma desmedida. Los cordones amarillos ("prohibido estacionar") parecen pintados al arbitrio de los frentistas (la información sobre el pago por tales privilegios es contradictoria).
También existe una obligación -habitual en todos lados pero incumplible entre nosotros- de realizar una revisación técnica periódica. Esta reglamentación es incumplible porque seguramente el 70% de los vehículos en circulación está fuera de las normas establecidas: neumáticos lisos, luces inoperables o inexistentes, placas patente inexistentes, vencidas o deformadas, etcétera. Se trata de una más de las leyes que se "acatan pero no se cumplen", al margen de los conflictos interprovinciales que surgen a cada cruce de una jurisdicción a otra, cuando no se es un camión que lleva explosivos a través de cuatro provincias sin que nadie se dé cuenta.
En Bariloche, nuestra ciudad turística, una vez propuse a un intendente averiguar cómo se manejan algunos de esos problemas en otros continentes: Chamonix o Cortina. La respuesta fue: "Pero nosotros somos argentinos". Hasta la muerte, preferiblemente de los otros.
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Tecnólogo generalista