Es como si se hubiera roto un dique. La montaña de obras sin hacer para las escuelas, la factura impagable de los aumentos otorgados irresponsablemente aquí y allá, la deuda flotante, y la contante y sonante; los municipios fundidos, la ardua recomposición de las relaciones con Nación para que Neuquén deje de ser un feudo extraviado y vuelva a ser una provincia como las demás y, para colmo de males, la falta de agua.
El cúmulo de problemas largamente postergados que la anterior gestión le endosó a su sucesora tiene su propia dinámica, y por momentos genera un vértigo que amenaza con superar la capacidad de respuesta del nuevo gobierno. Así, a pesar de las presumibles buenas intenciones, las decisiones que éste toma al calor de los acontecimientos pueden parecer a veces insuficientes o tardías.
El caso testigo es el del agua. Una grave crisis heredada en la que en más de una oportunidad el gobierno apareció esta semana corriendo detrás de los acontecimientos. El tema desnuda la insensatez rayana en la perversidad de la anterior gestión. ¿Cómo es posible que, en medio de la mayor prosperidad que se recuerda, se haya quedado ocho años de brazos cruzados frente a un problema tan serio para luego optar por un proyecto faraónico, que ha contribuido a endeudar por años a la sociedad y que para colmo de males recién alumbrará alguna solución a largo plazo?
Pero este ejemplo de herencia envenenada muestra también cierta impericia de las actuales autoridades para dar un corte radical y a tiempo a los problemas y subraya el precio de su inclinación al mutismo respecto de las responsabilidades sobre los desmadres que le ha tocado barajar. Un verdadero búmeran que, entre otras cosas peores aún, reduce su capacidad de maniobra para solucionar los problemas y termina por transferirle parte de los costos frente a la sociedad.
Al menos respecto del problema del agua, la secuencia de los acontecimientos a lo largo de este primer mes de gobierno confirma esta lectura.
Sapag arrancó exhibiendo su buena disposición para encarar una solución de coyuntura junto con la municipalidad de Neuquén, pero no evaluó bien la gravedad del tema o no midió correctamente los tiempos y esta semana el incendio se avivó hasta límites de difícil retorno.
En los barrios y tomas del oeste y en la meseta, los lugares más afectados por la falta de agua -y los más vulnerables socialmente- los vecinos indignados por esta verdadera ignominia -agravada por las altas temperaturas- comenzaron a sublevarse.
El lunes en un barrio retuvieron varios colectivos y amenazaron con quemar uno de ellos si no les solucionaban el problema de inmediato. Al día siguiente el gobierno comenzó a distribuir bidones y a llenar los tanques de las viviendas más afectadas con camiones cisterna. Pero, en medio de la improvisación, el agua provista no reunía las condiciones necesarias de potabilidad, lo que acarreó algunas descomposturas y potenció la bronca de los vecinos.
Mientras los nubarrones ocupaban progresivamente el panorama Sapag gestionaba, al parecer con buen éxito, un acuerdo con Nación y el municipio capitalino para resolver el problema, al menos en el corto plazo. En ese desvelo, salió el jueves a prometer obras por 58 millones de pesos para hacer nuevas captaciones sobre el río Limay.
"El martes próximo -aseguró el gobernador- lo anunciaremos formalmente, junto con el lanzamiento de la emergencia hídrica". Pero la solución -que el sentido común señalaba como obvia desde hace años- comenzó a asomar con atraso respecto del agudo cuadro que se había ido gestando con el correr de los días y el gobierno tuvo que salir a apagar nuevos focos de incendio.
A pesar de cierta tregua proporcionada por el clima -el jueves nevó en la cordillera y el calor aflojó en el Valle-, el viernes el problema amenazaba con escaparse de las manos de las autoridades. Representantes de 21 vecinales y activistas políticos de los que nunca faltan en los entreveros se mandaron a la Casa de Gobierno para expresar su indignación por la evidente turbiedad del líquido distribuido y para reclamar que se abortara de una vez por todas el multimillonario proyecto del canal desde el lago Mari Menuco.
Los fondos, dijeron, se deberían usar para hacer nuevas obras de bombeo. "Mientras tanto, no queremos agua sucia sino agua mineral como la que toman ustedes", les advirtieron a los atribulados funcionarios que salieron a atenderlos en ausencia de Sapag, quien seguía pasando la gorra en Buenos Aires. De paso, les arrancaron la conformación de una comisión mixta provincial-municipal para manejar la emergencia.
Ahora, la apuesta es a que el gobernador logre enderezar la nave a partir de mañana o pasado, pero la situación creada es delicada, las soluciones no son inmediatas y, además de las incomodidades, existe el riesgo de que en el ínterin surja algún brote epidémico.
La verdad es que en lo que al agua respecta este gobierno ha heredado un petardo debajo de la cama -no es el único, pero es el más urgente- y, en su afán por mostrarse sobrio con la gente de su propio partido, se está privando de individualizar a los responsables de un desmadre que lo está dejando pegado.
Son individuos con nombre y apellido, que no cumplieron con su deber y que en el mejor de los casos se dedicaron a mirar para otro lado mientras los más "vivos" hacían negocios. Tienen una cuota de responsabilidad frente a las víctimas, que son los vecinos de esta ciudad, desde los más pobres hasta los más acomodados, cansados de lidiar durante años con las carencias de un servicio esencial mientras observaban cómo los funcionarios se enriquecían impunemente.
Sin poner las cosas en su sitio, no hay ninguna posibilidad de arreglar los problemas a mediano y largo plazo. Ni tampoco garantía alguna de que no se vuelvan a repetir. En "El otoño del patriarca", García Márquez caricaturiza la arbitrariedad de un tirano tropical que hasta se permite el capricho de vender el mar, dejando un arenal reseco lleno de cangrejos muertos en su lugar. Los que gobernaron Neuquén se dieron todos los gustos, hasta el de dejarnos sin agua. Por lo visto, también nos dejaron sin Justicia y chapaleando en el fango de la impunidad.
HÉCTOR MAURIÑO
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