El 20 de setiembre de 1861, unos días después de la denominada "batalla" de Pavón -que no fue tal porque el ejército de Urquiza le regaló el triunfo al mitrismo al retirarse sin combatir-, Sarmiento, en una carta, le recomendaba a Mitre: "No ahorre sangre de gauchos, es un abono que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos". Como el mismo Mitre, como Roca, el autor de "Civilización y barbarie" rubricaba así, y sin saberlo, la definición de Carlos Marx "La violencia es la partera de la historia".Once años después José Hernández -fundador y director del periódico "El Río de la Plata", que no llegó a cumplir el año porque en 1870 Sarmiento lo clausuró- publicó la primera edición de "El Gaucho Martín Fierro" (a la que seguiría, en 1879, "La Vuelta de Martín Fierro").
Ya en el capítulo II, Hernández pone en palabras de su héroe una descripción bucólica de la vida del gaucho en el campo: "Yo he conocido esta tierra/en que el paisano vivía/y su ranchito tenía/y sus hijos y mujer.../era una delicia el ver/cómo pasaba sus días". Y poco más adelante: "Y apenas la madrugada/empezaba a coloriar/los pájaros a cantar/y las gallinas a apiarse,/era cosa de largarse/cada cual a trabajar". No era el gaucho, por lo tanto, el "vago y malentretenido" perseguido por los jueces de Paz, porque trabajaba y, según se puede leer más adelante, tenía un "patrón".
Pero esa vida edénica no podía durar. Concluyó según cuenta Martín Fierro en el comienzo del capítulo tercero: "Tuve en mi pago en un tiempo/hijos, hacienda y mujer;/pero empecé a padecer,/me echaron a la frontera./¡Y qué iba a hallar al volver!/Tan sólo hallé la tapera". En la estrofa Hernández sintetiza su visión sobre el avance de la civilización: al gaucho lo mandan a pelear en la primera frontera contra el indio. Él será el ejecutor, a órdenes de Roca, de empujarlo, sin ahorrar sangre, hasta la segunda y definitiva frontera.
Sarmiento es un prócer, inmortalizado en nombres de calles, plazas y ciudades y en canciones escolares. Como Mitre o como Roca, fundadores los tres del Estado argentino en la segunda mitad del siglo XIX, después de concluida la guerra de la Independencia.
Sobreviven, sin embargo, tanto el culto al gaucho como al espacio rural, el interior. Porque son gauchos también quienes pelean junto a Facundo, al Chacho Peñaloza, a Felipe Varela, tenidos como jefes de la resistencia del idílico interior profundo al avance de la civilización. Del Chacho, fusilado y luego degollado en un pueblito de La Rioja, dice una canción que une al gaucho con el interior: "La plaza de Olta, vio tu cabeza/enarbolada en una pica militar/quienes te han muerto, nunca entendieron/que tu presencia en el gauchaje era inmortal".
El folclore le canta a Peñaloza y a Varela. Y reclama la vuelta al interior, como lo hace el Chango Rodríguez en una zamba: "Volveré, volveré/me espera la noche vestida de azul/y hasta el arroyito que baja del cerro/traerá recuerdos de mi juventud". La letra muestra también un fenómeno de regresión edípica, cuando dice: "Volveré, volveré/donde está mi madre esperándome/de nuevo en sus brazos, volver a ser niño/vivir como sólo se vive una vez".
Horacio Guarany tampoco ha olvidado su pueblito. Lo recordó en estos términos: "Alto Verde querido, pueblito humilde del litoral/tus ranchitos dormidos yo sé que un día despertarán".
Entre tanto lamento gauchesco, el humor argentino que ganó masiva adhesión en la clase media y que recorrió el mundo hispano destruyó el mito heroico del gaucho y del pueblito.
Fontanarrosa y Les Luthiers fueron los responsables. Con el lanzamiento de Inodoro Pereyra al estrellato, nuestro rosarino creó un gaucho tan simpático como atorrante, siempre sentado en una cabeza de vaca o recostado sobre una piedra. Maestro de los juegos del lenguaje, Fontanarrosa dibujó un gaucho que, por lo feo, contrasta con el Martín Fierro de Castagnino. También, por cierto, con el de José Hernández, que es noble y digno. Aunque, en alguna protesta que recoge el clamor del interior profundo, se dirija a Sarmiento para decirle: "Domingo Faustino, ¿pa'qué elegiste la civilización, si con la barbarie estábamos tan contentos?".
No es ésa, sin embargo, la línea general de su discurso, siempre grandilocuente a pesar de que choca con la contestación de Mendieta, la Eulogia y los indios del cacique Lloriqueo (así llamado por pedigüeño). Cuando Pereyra habla de que él "está pa'las grandes causas", Mendieta le recuerda que "así estuvo años en la Cárcel de Encausados". Y la Eulogia le reprocha que "con caña usté lo único que ha hecho es emborracharse", porque Inodoro le dice que ha comprado "tientos y caña" para hacer un barrilete.
De la añoranza por el pueblito se ocupa Les Luthiers en una zamba demoledora: "Esta zamba canto a mi tierra distante/cálido pueblito de nuestro interior/tierra ardiente que inspira mi amor/gredosa, reseca, de sol calcinante/recordando esa tierra quemante/resuena mi grito: ¡qué calor!".
Al arroyito del Chango Rodríguez lo incorporan recordando "el cantar de tu fresco arroyito, salvo en los diez meses de la sequía", y a la vez temen "que hayas cambiado después de la última erupción del volcán".
Todo es catástrofe en el pueblito. El arroyo convertido en "un hirviente torrente de lava, que por suerte a veces se apaga cuando llega el tiempo de la inundación".
Oleadas de lobos, mosquitos, buitres y terremotos se abaten sobre el pueblito. Y por eso, siempre en réplica no explícita al Chango, el sujeto de esta zamba dice que "si a mi pueblo volver yo pudiera, no lo haría ni mamado".
JORGE GADANO
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