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A los norteamericanos les gusta decir que su presidente es "el hombre más poderoso del mundo", lo que es una verdad a medias porque le son vedadas muchas cosas que cualquier dictadorzuelo podría hacer con impunidad. Con todo, la conciencia de que mucho está en juego cuando los norteamericanos deciden quién será su próximo mandatario hace del proceso de selección un espectáculo que merece la atención a veces fascinada de millones de latinoamericanos, europeos, africanos y asiáticos que, a sabiendas de que lo que haga el mandamás estadounidense podría afectarlos tanto como las medidas tomadas por el gobierno local, lamentan no poder participar ellos también. Pero si bien los extranjeros no cuentan con votos, pueden hacer oír su voz. Los norteamericanos inventaron las encuestas de opinión por suponer que el hombre promedio es una fuente de sabiduría y últimamente les preocupan sobremanera las vicisitudes de su propia imagen colectiva en otras partes del planeta, razón por la que las preferencias de quienes no son ciudadanos estadounidenses incidirán de algún modo en los resultados electorales. Por tratarse de un país de dimensiones enormes que rebosa de riqueza y que, por falta de alternativas genuinas, a menudo se siente constreñido a desempeñar el papel del jefe de policía en el escenario internacional, no es sorprendente que Estados Unidos sea blanco de las críticas furibundas de quienes se suponen mejor calificados para manejar los destinos de nuestro planeta. Tampoco lo es que al intensificarse la globalización merced al desarrollo vertiginoso de los medios de comunicación, los norteamericanos se hayan hecho aún menos populares que antes. Sería ingenuo atribuir esta realidad a nada más que las deficiencias personales del presidente actual, el republicano George W. Bush, de suerte que una vez que el texano se haya jubilado el mundo abrazará con emoción al hijo pródigo presuntamente aleccionado por sus aventuras en regiones lejanas. Aunque es de suponer que en cuanto el sucesor de Bush tome las riendas la imagen norteamericana mejorará por algunas semanas, no tardará en desdibujarse después ya que el mundo seguirá lleno de problemas que no serán solucionados a menos que Estados Unidos se encargue de la tarea. Por lo tanto, si el próximo gobierno de Estados Unidos asume posturas intervencionistas frente a graves crisis en otras partes del mundo, será denostado por su arrogancia imperial; si opta por la pasividad, como hizo el de Bill Clinton frente al genocidio ruandés, lo condenará por no saber ponerse a la altura de sus responsabilidades. La presencia al parecer ubicua de Estados Unidos en el mundo actual molesta a muchos, pero también les sería urticante que triunfaran los aislacionistas y la superpotencia se replegara detrás de sus muros tecnológicos. Las primarias que se han celebrado hasta ahora no nos han dicho mucho acerca de las posibilidades de los diversos candidatos. La del estado de Iowa donde se usó un sistema de votación pintoresco, el "caucus", sirvió para catapultar al negro Barack Hussein Obama al primer lugar entre los demócratas, mientras que un predicador evangelista, Mike Huckabee, fue favorecido por los republicanos. Durante algunos días, la prensa norteamericana se llenó de artículos en que se exaltaba la figura de Obama, tratándolo como una suerte de super hombre sin por eso intentar describir sus ideas y sus propuestas. Pero en New Hampshire, donde los pronósticos de los encuestadores parecían confirmar que Obama ya era imparable, su ascenso se frenó de golpe ya que para el asombro general Hillary Clinton lo derrotó. En el lado republicano, el setentón John McCain ganó con cierta facilidad, apagando así la euforia de los partidarios de Huckabee, un personaje que podría triunfar en más primarias en estados en que abundan los evangélicos, pero desde el punto de vista de sus correligionarios republicanos, para no hablar de los líderes de otros países, sería humillante que un personaje tan inapropiado como el predicador Huckabee llegara a ser presidente del país más poderoso de todos. Puede que andando el tiempo los demócratas piensen lo mismo de una eventual gestión de Obama, ya que el hombre es miembro de una secta religiosa cuyos pastores reivindican el racismo negro y hacen gala de su antisemitismo visceral. Las primarias escalonadas obligan a los candidatos a someterse a una serie de exámenes ante públicos muy diversos. Quienes son relativamente desconocidos como Obama y Huckabee cuentan con una ventaja inicial puesto que muchos norteamericanos quieren que haya "cambios" que sirvan para renovar el orden político, pero en adelante tendrán que tratar de vender no sólo su propia imagen personal sino también hablar de lo que harían con Irak, Irán y Pakistán, decirnos cómo ayudarían a resolver el conflicto entre Israel y sus vecinos árabes, explicar en detalle cuáles son sus propuestas económicas y así largamente por el estilo. Para salir airoso de las pruebas así supuestas es necesario poseer dotes muy especiales: además de mantenerse adecuadamente informados, los candidatos tienen que ser capaces de convencer al votante común de que comparten sus preocupaciones y están resueltos a ayudarlo a solucionar sus problemas. Por desgracia, los políticos argentinos no se ven obligados a arriesgarse participando de una serie de primarias equiparables con las que ya son tradicionales en Estados Unidos. Si lo fueran, el mapa del poder sería con toda seguridad distinto de lo que es aunque sólo fuera porque al rendir examen semana tras semana los políticos más ambiciosos tendrían que recurrir a algo más que las vaguedades rimbombantes que suele favorecer la mayoría. Por cierto, de haber regido aquí un sistema de selección similar al norteamericano, la actual presidenta, Cristina de Kirchner, hubiera tenido que conquistar la nominación del oficialismo luego de un esfuerzo prolongado y extenuante, y no hubiera podido terminar su campaña proselitista sin haber celebrado un solo debate con sus adversarios. JAMES NEILSON
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