Como muchos otros políticos, el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri cree que a menos que logre instrumentar cambios significantes en los primeros tres meses -los proverbiales "100 días"- de su gestión, tendrá que conformarse con administrar el statu quo porque siempre es más difícil tomar medidas que serían resistidas cuando la gente ya se ha acostumbrado a cierto estilo de gobernar. Asimismo, entiende muy bien que no le convendría en absoluto dejarse intimidar por el sindicato que representa a los más de 120.000 empleados municipales que por lo común son contrarios a cualquier reforma que podría afectarlos, de ahí la decisión de no renovar los contratos de 2.300 personas y de revisar cuidadosamente la situación de otras 20.000 con el propósito declarado de distinguir entre quienes cumplen funciones útiles y quienes son "ñoquis" nombrados por motivos políticos que se limitan a cobrar sus salarios.
Como habrá previsto Macri, el Sindicato Único de Trabajadores del Estado de la Ciudad de Buenos Aires (SUTECBA) reaccionó con virulencia frente a las medidas tomadas por el gobierno porteño, organizando protestas callejeras y anunciando, para comenzar, un paro de 72 horas. Y para sorpresa de nadie, el jefe de la CGT, Hugo Moyano, lo respaldó con su vehemencia habitual. Según el camionero, lo que Macri tiene en mente es llevar a cabo un "genocidio laboral", aunque también afirmó que "los ñoquis son indefendibles". Para enojar todavía más a los municipales, Macri ordenó la intervención por seis meses de la obra social manejada por los sindicalistas. Los macristas ya habían denunciado irregularidades en el manejo de los fondos de la obra cuando, el sábado pasado, tomaron la precaución de ubicar una camioneta frente a la sede de la entidad desde la cual un camarógrafo pudo filmar a varios hombres que retiraban del edificio bolsas y cajas que presuntamente contenían documentos comprometedores. Se trató de un golpe de efecto que ayudará a Macri a conservar el apoyo de aquellos porteños que lo eligieron por creer que sería capaz de mejorar la administración de la ciudad a pesar de la hostilidad inevitable del SUTECBA.
Puesto que Macri espera que su gestión como intendente de la Capital Federal sea un dechado de eficiencia tan impresionante que en base a ella pueda alcanzar la presidencia de la República en el 2011, no tiene más opción que la de embestir contra SUTECBA. Lo mismo que en muchos otros distritos del país, en la ciudad de Buenos Aires es baja la calidad de la administración pública, son frecuentes los paros y hay funcionarios que no se destacan por su honestidad. Según Macri, la administración que le ha tocado manejar se caracteriza por "la desidia, el desorden y la corrupción... en ese orden". Sin embargo, como han descubierto muchos políticos con ambiciones reformistas, una cosa es diagnosticar los males de instituciones complejas y otra muy distinta, encontrar la forma de eliminarlos contra la oposición de quienes están acostumbrados a trabajar de una manera determinada y no tienen deseo alguno de modificarla.
El desenlace de la batalla que se ha iniciado dependerá de la actitud que asuman los porteños. Aunque la mayoría entienda que hay que optar entre pactar con los sindicalistas y resignarse a que nadie cambie por un lado y, por el otro, estar dispuesta a soportar paros que provoquen un sinfín de dificultades y manifestaciones callejeras ruidosas antes de que las reformas ansiadas puedan efectuarse -razón por la que le corresponde apoyar al jefe de Gobierno-, no hay ninguna garantía de que andando el tiempo no cambie de opinión. Macri es mucho más popular que los dirigentes sindicales contra los cuales está luchando, para no hablar de Moyano, un personaje que es dueño de una imagen pública penosa, pero hay un límite a las molestias que la gente estará preparada para tolerar. Asimismo, Macri no contará con la simpatía del gobierno nacional, aunque la presidenta Cristina de Kirchner tendrá que operar con cierta cautela porque no la beneficiaría del todo brindar a los porteños motivos para creer que está estimulando a los sindicalistas a hacer cuanto puedan para hundir a un político que, de tener éxito en su gestión, podría erigirse en un rival de fuste que amenazara la continuidad del "proyecto" oficialista.