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Por fin largaron |
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Luego de más de un año de precalentamiento vigoroso por parte de los aspirantes a suceder a George W. Bush en la Casa Blanca, acaba de iniciarse en Iowa la carrera maratónica que culminará con las elecciones presidenciales del 4 de noviembre. Y aunque nadie cree que hayan reflejado con fidelidad las actitudes del abigarrado electorado norteamericano los votantes de un estado que es mayormente rural y blanco, los resultados de las primarias del jueves pasado ya han modificado las perspectivas frente a los distintos candidatos. El más beneficiado en la contienda demócrata fue el senador de Illinois, Barack Obama. Sorprendió a todos el margen de victoria del afroamericano sobre el abogado John Edwards -el más perjudicado porque confiaba en triunfar en el distrito- y Hillary Clinton, que llegó tercera. Si bien la ex primera dama estadounidense restó importancia al resultado, no puede sino sentirse preocupada porque ya ha perdido el aura de ganadora segura que estaba entre sus activos más valiosos. Puede que la recupere en el estado de New Hampshire, donde se votará el martes, pero se encontrará en apuros si allá también Obama hace una buena elección. En cuanto a los republicanos, se impuso el antiguo pastor protestante Mike Huckabee por encima del mormón Mitt Romney, el actor y ex senador Fred Thompson y el veterano John McCain, el que, como el ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani, no se dio el trabajo de hacer campaña. Tal y como están las cosas, parece que la nominación demócrata dependerá de la lucha entre Obama y Clinton, mientras que la republicana seguirá siendo incierta hasta nuevo aviso. Por lo demás, siempre existe la posibilidad de que surjan candidatos que hasta ahora no han participado en la carrera, lo que podría ocurrir de difundirse la impresión de que ninguno de los actualmente más favorecidos estaría a la altura de las responsabilidades del futuro presidente o presidenta del país más poderoso y más rico del mundo. De quienes figuraron en las primarias de Iowa, Clinton y McCain dan la impresión de poseer las cualidades más apropiadas para el puesto que esperan conseguir, pero como sucede en todas las democracias presidencialistas muchos votantes se inclinan por apoyar a los que parecen compartir sus propias preocupaciones sin dejarse influir por factores como la capacidad relativa o la experiencia de los diversos candidatos, razón por la que a menudo eligen a personas que merecen el desprecio de las elites tanto estadounidenses como del resto del planeta. A pesar de la importancia creciente en Estados Unidos de los "hispanos" o "latinos", en esta oportunidad no cuentan con ningún representante entre los favoritos. Con todo, el que quienes disputan la candidatura demócrata estén encabezados por un negro, una mujer y un ex gobernador que es miembro de una secta religiosa exótica muestra que la política norteamericana se ha hecho mucho más pluralista de lo que era hasta hace muy poco. Ya no es necesario que un candidato serio sea un varón blanco de origen anglosajón o, cuando menos, irlandés. Puede ser de virtualmente cualquier etnia o religión, aunque en el caso de Obama sus supuestos vínculos con el islam cuando era un niño podrían ocasionarle más problemas que el color de su piel. Asimismo, aunque no cabe duda de que el dinero sigue influyendo mucho en la política norteamericana, atestigua la salud de la democracia en la superpotencia el hecho de que quienes aspiran a llegar a la presidencia tengan que competir en una larga serie de elecciones primarias que sirvan de una especie de criba, eliminando sucesivamente a quienes no logren convencer a los votantes de que son sinceros o capaces de desempeñar las funciones del presidente, además de participar de un gran número de debates públicos en que un solo error puede resultarles fatal. Por suerte, en el país cuyas vicisitudes afectan, para bien o para mal, a todos los demás, sería inconcebible que una persona se erigiera en jefe de Estado sin tener que enfrentarse en elecciones primarias con rivales de su propio partido, sin hacer conocer sus opiniones acerca de una variedad desconcertante de temas, sin presentar un programa de gobierno que sea analizado minuciosamente por críticos hostiles y sin celebrar ningún debate público con los candidatos presidenciales de otras agrupaciones. |
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