En una apreciación general sobre el conflicto de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) contra el Paraguay, Félix Luna lo califica como "uno de esos episodios lamentables en la vida de nuestros pueblos en los que el azar, los intereses encontrados, las ambiciones personales y las fatalidades geográficas se combinaron para desembocar en un largo enfrentamiento que desgarró a cuatro pueblos y destruyó virtualmente al país vencido". La contienda que tuvo lugar entre 1865 y 1871 incluyó batallas tremendas como Tuyutí, Humaitá y Cerro Corá -la última en 1870 y en la que López pereció lanceado por un brasileño- y fue la más sangrienta de la historia sudamericana. Paraguay perdió en total medio millón de hombres, la mitad de su población -casi quedaron en el país sólo mujeres y niños- y fue devastado por epidemias y saqueos. El imperio de Brasil cargó con miles de muertos y un castigo moral por y su ataque injustificado al Uruguay que inició la contienda y por su conducta en el transcurso. La Argentina, donde la guerra nunca fue popular más que al principio y sólo entre los porteños -hechos como las continuas deserciones, masivas en el caso de soldados entrerrianos y correntinos, lo demuestran- se desangró, se endeudó (con Brasil y muy pesadamente con la Banca Baring) y sufrió una epidemia de fiebre amarilla traída por soldados en retorno que mató el 15% de la población de Buenos Aires. Y, particularmente, sufrió la detención por años del proceso de desarrollo iniciado luego de Caseros y de inmigraciones europeas del tipo de las que postulaba el espíritu de la Constitución.
Desde el comienzo mismo del conflicto hubo juicios contrapuestos sobre la intervención argentina, algo favorables o neutros entre los porteños y condenatorios en las provincias interiores. Quien dio los razonamientos sólidos en el segundo sentido fue Alberdi y gran parte de ellos, que integran el tomo VI de sus Obras Completas, los enfocan desde el ángulo de las ambiciones territoriales del Imperio de Brasil bajo Pedro II, herederas de las pretensiones históricas portuguesas sobre el Plata. También la pluma acerada del tucumano dejó marcados un papel antipatriótico del partido liberal porteño y los errores políticos del presidente Mitre. Esta visión de la tragedia fratricida ha sido compartida por no pocos historiadores argentinos y asumida como bandera ideológica importante por el nacionalismo y el revisionismo histórico, en especial entre los jóvenes y los movimientos populistas de la segunda mitad del siglo XX. Podemos considerarla prevaleciente en el país de hoy.
Embrollos ideológicos
Presidenta electa y a punto de asumir, Cristina Kirchner formuló, cuando nadie podía suponer que debía ocuparse de aquella historia sino más bien dar cuenta de sus propósitos para el futuro, una declaración sobre la guerra de la Triple Alianza. Dijo que ella la consideraba como "la alianza de la triple traición a Latinoamérica, a sus hombres y a sus mujeres". Exaltó además al mariscal Francisco Solano López como "un gran patriota humillado por esa traición". La sensación de los atentos a las cosas políticas fue inmediata: se trataba de un tiro por elevación al diario opositor más molesto para el gobierno, el que fundó Mitre (quien como presidente y jefe militar fue protagonista de la Triple Alianza). Y esa sensación fue siendo robustecida por notas periodísticas de "La Nación", comenzando con un editorial titulado "Absurdo tributo a un dictador" en el que se criticaba esa declaración, añadiendo la denuncia de que acababa de darse el nombre de "Mariscal Francisco Solano López" -el enemigo del Ejército argentino en aquel conflicto- al Grupo de Artillería Blindada 2 de Entre Ríos.
El litigio sigue vivo. Pocos días después Néstor Kirchner confirmó, en una perorata de las suyas y a título como de príncipe consorte, que lo que había dicho su esposa sobre la guerra de la Triple Alianza tenía el significado de una visión sobre "la continuidad mitrista" del diario que "quiere desgastarnos en cualquier forma". El diario, por su parte, elevó el nivel de la querella fundamentando la necesidad de actualizar la mirada de los argentinos en pro de la reconstrucción nacional y aludió a "ideólogos y voceros de la fuerza política que nos gobierna cuya estrategia parece estar dirigida a mantener abiertos los conflictos que enfrentan unos argentinos con otros". Natalio Botana, analista político, formuló la mejor pregunta: "¿Sería posible, alguna vez, hacer del pasado un objeto de estudio y no un instrumento al servicio de memorias militantes?"
La figura de Solano López
La alusión laudatoria de Cristina Kirchner al mariscal paraguayo y el hecho de haberse dado su nombre a una unidad militar argentina merecen un comentario aparte.
En cuanto a lo primero -el llamarlo "gran patriota"- parece más bien comprensible en los mismos paraguayos, no en argentinos que quizá tenderían a juzgarlo más bien como un dictador megalomaníaco. Efectivamente, el nacionalismo y orgullo patriótico del pueblo guaraní que fue víctima de la guerra no tardaron, pasada ésta, en ubicarlo en un pedestal de prócer. Más tarde, el Partido Colorado lo hizo suyo y el propio Alfredo Stroessner (dictador desde 1954) lo reivindicó en un homenaje nacional celebrando el 1 de marzo de 1970 el centenario de su muerte. Pero los juicios del exterior que existen sobre el personaje lo ven de otra manera y entre ellos hay un testimonio que merece ser recordado. Se trata de lo que relató un inglés famoso Robert Cunninghame Graham, frecuentador de nuestro país, admirador del gaucho, aristócrata socialista y amigo de W. Hudson. Según "El Escocés Errante", su biografía escrita por Alicia Jurado, este personaje absolutamente extraordinario escribió, recordando su viaje al Paraguay recién concluida la guerra y luego de empaparse del testimonio de la gente -en particular ingleses y norteamericanos pero también nativos- un libro titulado "Retrato de un dictador" que abunda en descripciones condenatorias. Algunas frases que transcribe la autora dicen: "Todos los que lo vieron de cerca y sufrieron en su persona o en sus bienes se referían a él con repulsión y desprecio. Hablaban de su crueldad, de su monstruoso egoísmo, su desdén por la dignidad humana". "Desde Nerón, ningún monstruo semejante había deshonrado la humanidad".
En cuanto a lo segundo, el hecho del bautizo de una unidad del Ejército argentino con el nombre de quien se tuvo como enemigo en una guerra feroz, opinamos que la comparación (más bien exagerada) que hace el aludido editorial del diario porteño corresponderá probablemente a lo que pueden estar pensando sobre el raro asunto muchos profesionales militares: que esa nominación "es tan absurda e inadmisible como que Francia o Polonia llamasen "Adolf Hitler" a uno de sus regimientos".
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Filosofía.