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  Miércoles 26 de Diciembre de 2007  
  Edicion impresa pag. 14 y 15 »  
  Histéresis  
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Escuché en estos días de adelanto horario una opinión alarmante: nos han robado una hora de vida. Porque en efecto, la flamante presidenta de la Nación, en su hasta ahora más audaz acto de "profundización del cambio", transformó las doce de la noche en la una de la madrugada. Es obvio que esta acusación de robo de vida es una exageración, un juego ingenioso y equívoco con los misterios del tiempo y sus mediciones. En todo caso, cuando llegue el invierno, siguiendo el criterio de ahorrar luz, el gobierno nos sabrá devolver las horas quitadas, al producir un nuevo cambio, mediante el atraso de la agujas del reloj.

Es cierto que la modificación de hora tiene, una vez que el tiempo y el espacio se cruzan, efectos psicológicos delicados. Está científicamente comprobado el "síndrome del décalage". Se trata de una condición física patológica particular: un cansancio muy grande, problemas de insomnio y desconcentración mental. Estos síntomas del décalage son el resultado de un viaje rápido en avión a través de diferentes husos horarios Un traslado tan veloz de nuestras personas, desplaza los diferentes relojes internos y los separa de la actividad exterior que se atiene a la alternancia día/noche. Aunque no sean equivalentes a los que se producirían en las naves espaciales que por la estratósfera unirían la Quebrada de Humahuaca con Tokio en unos pocos minutos, según el delirio de otro jefe de Estado durante la década del noventa. La adaptación posterior y la disipación del malestar ante ese brusco desplazamiento puede durar al menos un par de días.

No voy a entrar en la polémica energética que ha fundado la medida gubernamental del cambio horario. Quiero utilizar esta alteración de los tiempos como una metáfora certera y precisa de un fenómeno mucho más complejo, con efectos inesperados y para nada benéficos, socialmente hablando. Me refiero al concepto de histéresis. Admito que no es una palabra agradable: ejerce un eco algo oscuro, como de esquizofrenia social, y en realidad es justo que tengamos esa impresión.

La histéresis, un término que proviene de la Física, adaptado a los términos de las disciplinas sociales, quiere dar cuenta del gran desfase que surge entre los procesos de transformación histórica y la cultura general o el sentido común de los ciudadanos. Este sentido común de por si no tiene porqué registrar méritos desproporcionados. Pues muchas veces el llamado sentido común es descriteriado y posiblemente dañino para quienes creen poseerlo. Pero suele estar fuertemente arraigado en mentalidades e imaginarios que no han podido ponerse al día al mismo ritmo que los hechos de la realidad objetiva.

Un ejemplo típico de la histéresis cultural es el desajuste entre la llamada revolución tecnológica y las capacidades de comprensión de esos cambios acelerados.

A su vez, los economistas han introducido la idea para explicar que el crecimiento económico no trae necesariamente, y al mismo compás, la desaparición de la delincuencia crecida durante las épocas de súbita pobreza y desigualdad extrema.

Recientemente, un estudio de la Universidad Católica Argentina concluyó que el crecimiento económico no ha corrido parejamente con la percepción de las gentes sobre un mayor bienestar. La encuesta estima que el malestar psicológico, en los niveles más humildes de las sociedad, es muy superior a las deficiencias en términos de pobreza y desempleo. Alega que el 50% de los argentinos no recuperó sus proyectos personales y se siente ajeno e impotente ante las contingencias económicas. En síntesis, aunque mejoran los índices económicos, han quedado cicatrices aun no curadas derivadas de la inestabilidad económica, los años de fracasos y frustraciones que "han socavado las capacidades de reacción psicológica", según afirma la investigación. Podemos dudar y discutir los criterios de la encuesta, pero es legítimo considerar ese fenómeno como un ejemplo de histéresis de psicología social.

Me atrevo a llevar el concepto de histéresis a otros aspectos tanto o más graves y menos mensurables de la vida social. Al respecto, tengo una respuesta para quienes se disgustan, con legítimas razones, por el criterio que ha guiado a la ciudadanía en las últimas elecciones. Ese comportamiento implicaría un desacople entre los auténticos intereses de la población y el erróneo desempeño del electorado en el momento de decidir cambios o continuidades gubernamentales, cuando éstas son notoriamente poco alentadoras. En este sentido quizá deba reconocerse que a veces el pueblo se equivoca, o al menos, en situaciones límites, es fácil pasto para las llamaradas demagógicas y la mentira organizada.

Sea como sea, arriesgo la hipótesis de que el electorado tarda un tiempo en cambiar su voto, a contrario de lo que muchas veces se señala como la volatilidad de las conductas electorales. Una historia de la "voluntad popular" demostraría que es bastante difícil que, en el corto plazo, varíen las razones subjetivas que fundaron las preferencias electorales inmediatamente anteriores. En muchos casos esas mudanzas se producen después de una generación entera. Sólo parcialmente y en contingencias excepcionales se quiebra el hábito de las grandes mayorías de los electores.

Ahora bien: una notable muestra de esa inelasticidad es la adhesión electoral a lo que genéricamente podemos llamar "peronismo" en sus distintas variantes y recomposiciones, siempre que esas mudanzas sean las que de todos modos representan el poder gubernamental (sea este el del Estado nacional, provincial o incluso municipal). Si bien esa fidelidad, que ya lleva más de medio siglo, y que ha cubierto casi toda nuestra vida, tiene su principal apoyo en las clases bajas, posee igualmente su clientela en los sectores más altos del empresariado industrial. Los mismos ciudadanos que votaron al peronismo de Carlos Menem y de Eduardo Duhalde durante toda la última historia, apoyaron, aunque con menos entusiasmo, al matrimonio que, con matices menores y circunstanciales, es una expresión del peronismo. Los hechos que afectan, o al menos no modifican las condiciones sociales y culturales de los más pobres (aunque sí generalmente favorecen a algunos privilegiados por el acercamiento al poder político) no corren al mismo ritmo que la decisión del votante en la urna.

Pero aun dejando a un lado la cuestión peronista, una de las más complejas entre las que enfrenta la politología moderna, este desacople cronológico que se denomina histéresis afecta a todo el conjunto del cuerpo electoral. Se expresa por medio de una confusión escéptica, cuando no una amarga comprobación, que confluye en un interrogante generalizado: ¿dónde están y quiénes son los opositores que pueden mostrar una alternativa plausible? Es un dato significativo que muchos argentinos siguieron votando a Elisa Carrió y su flamante Coalición Cívica, la fuerza opositora más votada. Se ilusionaban, insistiendo en percepciones del 2003, pensando que ella en el 2007 representaba un difuso "centro izquierda" de coraje denunciante, una categoría cómoda para cierto progresismo opositor. Para no hablar de las alianzas y arreglos que contradicen la proclamada nueva manera de hacer política, una materia que deja dudas a cualquier observador informado.

Este desfasaje cronológico, en el que los tiempos de la ciudadanía y la realidad de la sociedad en la que se supone debe participar, como si los tiempos del electorado se midieran con distintos relojes y calendarios, es una anomalía seria del funcionamiento democrático, y no presagia futuros tranquilos. De persistir, lastimará irremediablemente el sistema de representación y su eficacia para decidir cómo y quiénes gobiernan, que es seguramente el corazón del sistema democrático.

Ya ve el lector, pues, como el cambio de hora tiene sus efectos (limitados y poco importantes). Y merece ser un ejemplo, si lo trasladamos a otros fenómenos sociales y políticos muchas veces incomprensibles, para descubrir algún modo de comprensión de estos tiempos revueltos con que se ha iniciado el siglo XXI. Como podría demostrarse con la razón histórica, los años de agitación pueden fomentar la aparición de líderes insólitos. Y habilitar las reacciones tardías, como inoportunas y anacrónicas, de quienes son gobernados.

 

OSVALDO ÁLVAREZ GUERRERO (*)

Especial para "Río Negro"

 

(*) Ex gobernador de Río Negro; ex diputado nacional por la UCR.


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