Finalizó la Conferencia de Bali. A pesar de encontrarse Estados Unidos absolutamente solo y de mostrarse más flexible, la Comunidad Económica Europea, acompañada por todos los demás países participantes, no consiguió introducir su propuesta en el documento final. Pretendían comprometer una reducción de emisiones de gases con efecto invernadero del 25 al 40% respecto de los niveles de 1990, por los países industrializados, antes del 2020. Estados Unidos replicó exigiendo mayores compromisos por parte de los países subdesarrollados, argumento excusa ya que obviamente podría haberlo requerido con más autoridad a partir de asumir un compromiso concreto, como primera potencia y una de las más contaminadoras. Finalmente, sólo se consiguió que la representante estadounidense expresara que su país estaba dispuesto a "continuar avanzando y sumarse al consenso".
El debate de fondo fue entonces soslayado en el documento final, expresando solamente que la comunidad internacional "reconoce que se deben efectuar severas reducciones de las emisiones mundiales". Una declaración tan genérica y carente de todo compromiso específico parece en lo inmediato un fracaso ante la gravedad de la situación y el hecho de que la tasa de contaminación siga creciendo.
Sin embargo, considerada la cuestión a nivel del proceso de negociación y organización mundial que el magno problema requiere, ante la evolución y los tiempos de Estados Unidos (1), es innegable que lo obtenido constituye un avance. Se debe tener en cuenta que por ahora en Bali sólo se aprobó una denominada "hoja de ruta" para ir transitando el proceso de negociación que tendrá un siguiente encuentro en Varsovia en el 2008 y finalizará en Dinamarca en el 2009.
Lo obtenido, en esa perspectiva, es el primer compromiso de Estados Unidos con este concierto de naciones, su primer paso efectivo, creándose así la posibilidad de que en la negociación final en el 2009, cuando Bush haya sido reemplazado por otro presidente, el 20 de enero de ese año, puedan alcanzarse compromisos para reducir suficientemente la tasa de contaminación. Ése es el gran objetivo, el momento en que se definirá el contenido del compromiso internacional que comenzará a regir desde el 2012, cuando venza el suscripto en Kyoto.
Para entonces la posición abstencionista y especuladora de Estados Unidos habrá alcanzado su máximo debilitamiento, externa e internamente. Seguramente también, crecientes movilizaciones mundiales intensificarán las presiones hasta esa fecha.
Tratamiento elitista
El tratamiento que se le ha dado a este gravísimo problema del planeta ha tenido hasta ahora un carácter elitista. Se maneja en las altas esferas internacionales, a través de organismos de las Naciones Unidas. Los acuerdos fundamentales se suscriben en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, integrada por 190 países. Los estudios fundamentales los realiza otro organismo de las Naciones Unidas, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), premiado recientemente con el Premio Nobel de la Paz, junto a Al Gore, ex vicepresidente norteamericano. Loable actitud del organismo que lo otorga, pero a nivel popular aparece también como una lejana y abstracta ceremonia de altas esferas internacionales. Y, aunque los medios masivos de comunicación transmiten información, no se percibe que impacte en la población con la gravedad de su contenido. La forma lo debilita; aparece como una cuestión de distantes, difusas burocracias internacionales.
Pareciera, además, que existiera una concertación entre los gobiernos para que se procesara de esa manera. Concretamente, en nuestro país, el gobierno nacional nunca se refiere al tema. Cuando lo hizo fue también en un escenario internacional, con un discurso del ex presidente Kirchner en la Asamblea de las Naciones Unidas.
Cuando le otorgaron el premio Nobel al IPCC parecía que era la gran oportunidad para comenzar a interesar y promover alguna forma de participación popular a partir del hecho de que el vicepresidente del organismo es argentino y entre los 2.500 científicos que lo integran unos 50 también lo son. Realizar y publicitar una reunión de felicitación del presidente a los científicos parecía la proyección necesaria. Sin embargo no se produjo, y ningún alto funcionario, gobernador o político destacado hizo mención pública alguna a esa alta distinción obtenida por científicos argentinos en un campo de singular importancia para la humanidad.
La única mención conocida sobre el problema del cambio climático en un importante documento político la hizo el gobernador de Neuquén, Jorge Sapag, en su discurso al asumir el cargo.
Una auténtica democracia, que vaya más allá del mero funcionamiento de los mecanismos electorales, requiere la participación popular en el procesamiento de los grandes temas. Inexcusablemente lo necesita cuando el tema ha venido a partir en dos la historia de la humanidad.
(1) Ver nuestra primera nota, publicada en este diario el 15/12/07.
EDUARDO MONTESERÍN (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Contador público nacional. Ex profesor e investigador universitario
en Economía