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Muy Verhofstadt logró ayer materializar la parábola bíblica que reza "los últimos serán los primeros" al pasar de primer ministro saliente a primer ministro -interino- entrante, en un "suma y sigue" que podría todavía prolongarse en el tiempo y convertir en crónica la aguda crisis política de Bélgica. El político liberal flamenco, que perdió las elecciones en junio, se convirtió, tras medio año sin gobierno en el país, en el peón encargado de mantener con tiritas durante tres meses un Ejecutivo que gestionara los acuciantes problemas diarios. Finalizado su período de "zapador", pasará el testigo a Yves Leterme, jefe de los demócrata-cristianos flamencos, ganador de los últimos comicios. Para Verhofstadt, acostumbrado al sabor del poder, no es gran sorpresa. Lleva en el cargo desde 1999 y, debido a la incapacidad de los partidos belgas para llegar a un acuerdo de coalición, vuelve a ser el "último as en la manga". De ser un ángel caído en las urnas, ha vuelto a ser "rehabilitado" para conducir los destinos del país, de apenas 10 millones de habitantes, hasta la formación de una coalición estable, un sueño que parece hoy lejano. De momento, el gobierno interino representa una mayoría de dos tercios en el Parlamento, umbral mínimo necesario para poder aprobar una eventual reforma constitucional que dote al país de un nuevo statu quo federal, como reclaman los flamencos, cada vez más escorados hacia posturas separatistas. Nacido en 1953 en Dendermonde, y con carnet del VLD (liberal- demócrata), su aspecto físico -dientes frontales muy separados y gafas de profesor Tornasol despistado- lo ha convertido en blanco de algunas bromas socarronas, aunque ahora quienes se burlaban de él han vuelto a mirarlo como la única salida para que el país no acabe en el descrédito total. Su habilidad y experiencia han hecho que vuelva a encabezar los destinos de un país cada vez más dividido entre las dos principales comunidades (flamencos de habla holandesa, en el norte, unos 6,5 millones, y valones de habla francesa, en el sur, 3,5 millones). Y es que después de seis meses de crisis política y de permanecer en la "zona oscura", Verhofstadt ha vuelto a salir de su eclipse. Con la inminente llegada del nuevo año, los estériles llamamientos a la unidad por parte del rey de los belgas Alberto II y la brecha cada vez más profunda entre los partidos, se hacía imperativa la formación de un Ejecutivo que se ocupara, al menos transitoriamente, de los problemas cotidianos, entre ellos la fuerte pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos que incluso provocó una manifestación de 30.000 personas el sábado pasado. Con el nacimiento -por cesárea política- del gabinete "Verhofstadt III", el "primer ministro saliente en ejercicio" (según reza todavía su título oficial) sigue la estela de otros gabinetes belgas que se han multiplicado a sí mismos hasta casi rozar el infinito, como el del ex primer ministro y ahora presidente del Partido Popular Europeo (PPE), Wilfried Martens. Éste logró entrar en los libros de historia por haber logrado elevar su apellido -con la precisión de una ecuación matemática- a la "enésima potencia". Nueve veces fue primer ministro de varios gobiernos, desde 1979 hasta 1992. La pregunta es ahora si el "conejo Verhofstadt", como lo caricaturiza la prensa, podrá salir de la chistera del mago tantas veces como Martens, imitando el poder multiplicador de las muñecas rusas, las "matrioschkas", que se dan a luz a sí mismas. Por el momento, ha logrado multiplicarse por tres y encabezar un gobierno interino formado por miembros de cinco partidos: los liberales flamencos del partido Open-VLD, el de Verhofstadt, los socialistas francófonos del PS, los reformistas francófonos del MR y los "humanistas" francófonos del CdH. Fue precisamente este último partido el que puso más reparos a la hora de entrar a formar parte de este experimento de gobierno temporal, aunque al final dio su visto bueno desbloqueando la situación. El gobierno de transición se formará mañana sobre la base de la "coalición violetal" saliente (con liberales y socialistas) y cuenta con la incorporación de los democristianos del CDV y CdH, que ganaron las elecciones de junio pasado. A pesar de las alegrías prenavideñas, la formación de este gobierno interino no garantiza que los grandes partidos francófonos y flamencos se pongan de acuerdo sobre el problema de fondo que genera las divisiones: las exigencias flamencas de una nueva reforma del Estado federal que les otorgue muchas más competencias. Ese sería el peor escenario para los valones, que temen la escisión definitiva del país en dos hemisferios: Flandes, más rico, y Valonia, más empobrecida. FERNANDO HELLER DPA
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