Cualquiera que haya escuchado esta semana las intervenciones de Sapag, desde el mensaje pronunciado al asumir hasta al discurso improvisado frente a la plana mayor de la Policía, tiene motivos para estar moderadamente esperanzado respecto del futuro de esta provincia.

Las definiciones del gobernador sobre las cuestiones más disímiles marcan una gran distancia con las de su antecesor y en algunos casos son opuestas a una experiencia política que se reveló devastadora para la provincia.

Respeto por la oposición y los gremios, disposición para escuchar, igualdad en el acceso a la información, énfasis en la atención primaria de la salud, marcha atrás con proyectos faraónicos, "nunca más" a los derramamientos de sangre entre hermanos... Puede ser que en buena medida se trate de endulzar los oídos de la población pero, en todo caso, son definiciones de alto valor simbólico para esta sociedad porque representan, por contraste, un claro rechazo al estilo crispado y atropellador que acaba de dejar el poder.

En este plano, como en la cruda descripción del estado de las cuentas públicas, el discurso de Sapag constituye, de hecho, un diagnóstico bastante acabado de la crítica situación en que se encuentra Neuquén luego de que una camarilla ajena al interés común se enquistara, como un cuerpo extraño, durante ocho largos años en los estamentos del Estado.

Precisamente, si algo le han faltado a las definiciones del gobernador ha sido identificar al responsable del descalabro. Sea porque está persuadido de que la suya es una construcción hacia adelante y no hacia atrás, sea porque se cuida de escupir para arriba -después de todo, quien acaba de abandonar el poder pertenece a su mismo partido y ha sido durante no poco tiempo su socio político- Sapag ha identificado con precisión el mal pero no al autor.

Al proceder como si el grave cuadro actual fuera el resultado de una calamidad natural y no de la acción deliberada de un individuo y sus secuaces le ha ahorrado a éste el escarnio público, aunque es un hecho que independientemente de ello la gran mayoría de los ciudadanos ya lo ha condenado.

El del último gobierno ha sido, en verdad, un final a toda orquesta, digno de una administración que no se ha privado de nada, excepto de ejercer dignamente su responsabilidad. Una deuda flotante que sigue creciendo con las horas y se estima que superará holgadamente los 400 millones de pesos, nombramientos y recategorizaciones a mansalva, asunción por parte del Estado de sanciones pecuniarias impuestas por el Banco Central a funcionarios infieles del BPN y conmutación de penas a punteros del partido condenados por delitos comunes son algunas de las delicias emprendidas en la retirada.

El resultado es un enorme daño que para ser reparado tomará, según los principales colaboradores de Sapag, no menos de dos años de austeridad y sacrificios.

Según esas fuentes, se ha llegado al extremo de que por primera vez en mucho tiempo los ingresos en concepto de petróleo y gas, principales fuentes de recursos de la provincia, no alcanzan para solventar la masa salarial de los empleados públicos: "1.750 millones contra 2.050 millones de pesos".

Los voceros confiaron que el gobierno adoptará una batería de medidas para paliar la situación, en primer lugar la eliminación de algunos de los proyectos financiados con los bonos, como el ferrocarril trasandino, el centro administrativo ministerial y el sistema de comunicaciones de la Policía, este último contratado en forma directa a la empresa Damovo y salpicado de graves sospechas de corrupción.

Para los hombres de Sapag algunos de estos emprendimientos, además de oscuros y superfluos, son sencillamente disparatados, como el canal para proveer de agua a Cutral Co, cuyo diseño obliga a salvar un obstáculo de 150 metros de altura, lo que acarrea costos de operación "incompatibles con cualquier proyecto productivo".

Buena parte de las expectativas para solucionar esta delicada coyuntura está depositada en una renovada relación con el gobierno nacional, que le permitiría a Sapag contar con adelantos de regalías y gracias en el financiamiento de la deuda fiscal. "La nave está escorada, hay que enderezarla para que vuelva a navegar", razonó, dramático, un operador del gobernador.

Otra de las apuestas es a los hidrocarburos. Además de suavizar el temerario planteo de su antecesor contra Repsol por las inversiones en Loma de la Lata, Sapag confía en ampliar la explotación gasífera. Se trata de yacimientos cuyo costo de explotación es mayor que el convencional, pero la apuesta es a lograr el visto bueno de Nación para obtener un precio diferencial, compatible con los valores de explotación.

Sapag volverá a sentarse esta semana en la Ofephi para alcanzar acuerdos con las restantes provincias productoras de petróleo, de cara a mejorar los ingresos por regalías, recortados por las retenciones. También, para avanzar en la compra de acciones de YPF. Esto último, con un objetivo de máxima: que las provincias tengan un sillón en el directorio de la firma.

Aunque el mismo día en que Sapag iniciaba su período de "diálogo y consenso" el oficialismo le arrebataba a las fuerzas de la oposición la vicepresidencia segunda de la Cámara, éstas han enviado durante la semana señales de que acompañarán al gobierno en su tarea reparadora.

Otro ámbito donde el sapagismo apunta a adquirir protagonismo es el partido. En una entrevista con este diario Sapag ya aclaró que no quiere presidirlo, pero advirtió que impulsará, "lo más pronto posible", una renovación acorde con "la nueva perspectiva histórica".

Su antecesor acaba de renunciar a la presidencia, pero aspira a que el ex diputado y ex intendente de Huincul Alberto "Tucho" Pérez, un hombre de su confianza, quede al timón.

Nada más lejos de los planes del sapagismo. Tanto en la intención reparadora de los daños producidos en el Estado como en la voluntad de recuperar el control del partido, el gobierno que ha tomado el relevo está animado por una vocación de poder de largo aliento. Si logra remontar las dificultades heredadas y enderezar la nave, es probable que dentro de algún tiempo ya nadie oiga hablar del que se acaba de ir dejando las cenizas tras de sí.