Si bien la economía parece haberse recuperado de la implosión que experimentó a comienzos del nuevo milenio, no lo ha hecho el sistema educativo nacional. Lejos de mejorar, ha continuado deteriorándose. Según el informe PISA -siglas en inglés del "Programme for Internacional Student Assessment", es decir, Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes- entre los 57 países que participaron la Argentina ocupa el lugar 53 en lectura y comprensión de textos, el 52 en matemática y el 51 en ciencias. En otras palabras: el rendimiento de nuestros estudiantes secundarios en dichas materias es inferior incluso a aquel de los mexicanos y brasileños, para no hablar de los jóvenes de Finlandia, Corea de Sur, Taiwán, Hong Kong, Nueva Zelanda y Canadá que, como ya es habitual, figuran entre los mejores.Los resultados deprimentes arrojados por las pruebas de PISA no sorprendieron a nadie. Además de los constantes paros decretados por los sindicatos docentes y las escasas horas de clase, el rendimiento de los alumnos secundarios se ve perjudicado por una sociedad en que pocos adultos se preocupan por la educación de sus hijos. A diferencia de los padres de otros países, en especial los de Asia oriental, que están dispuestos a hacer sacrificios enormes a fin de asegurar que sus hijos aprovechen plenamente todas las oportunidades para aprender que se presenten, en la Argentina demasiados parecen estar más interesados en inventar pretextos para que no lo hagan. Quienes tratan de explicar el desempeño lamentable de nuestros estudiantes en comparación con sus coetáneos del exterior suelen aludir a la crisis económica, pasando por alto el hecho de que incluso en el 2002 la Argentina distó de estar entre los países más pobres del mundo, la desigualdad y la influencia a su juicio nefasta del "neoliberalismo" de los años noventa.
Aunque no hay duda de que los problemas económicos han incidido en la calidad educativa, la verdad es que contribuyeron menos a su deterioro que la falta de compromiso con la educación de la sociedad en su conjunto. Mientras la mayoría de los adultos se niegue a entender que es necesario dar prioridad a la educación, subordinando a ella el entretenimiento, las vacaciones familiares, los partidos de fútbol y otras distracciones que a juicio de distintos grupos son más importantes, no habrá posibilidad alguna de que se revierta la situación registrada por PISA.
Puede que a esta altura sea inútil intentar reivindicar la adquisición de conocimientos y desarrollar las capacidades intelectuales de las personas con los argumentos tradicionales que se inspiran en la conciencia de que el saber es intrínsecamente bueno. Para que la mayoría comience a interesarse por la educación será necesario recordarle que del nivel alcanzado dependerá el futuro no sólo de sus propios hijos y tal vez de ellos mismos sino también aquel del país. En el mundo actual, la capacidad intelectual de quienes integran una comunidad nacional importa más, mucho más, que los recursos naturales, razón ésta por la que Japón, que apenas los posee, es un país llamativamente más rico que la Argentina, y el ingreso per cápita de Suiza, que tampoco los tiene, es cuatrocientas veces más alto que el del Congo, donde abundan.
En los próximos años, el valor práctico de la educación no podrá sino aumentar. Es de prever que en todos los países la brecha entre los ingresos de quienes han logrado una buena formación educativa y los demás continuará ampliándose porque en última instancia el progreso dependerá más del avance científico y tecnológico, además de la calidad administrativa, que de las políticas macroeconómicas elegidas por el gobierno de turno. También se hará cada vez mayor la brecha que separa a los países en que el nivel promedio es elevado de aquellos que por los motivos que fueran se han permitido hundirse en la mediocridad. Por lo tanto, a menos que pronto hagamos un esfuerzo muy grande en este ámbito, la Argentina seguirá perdiendo terreno en el mundo por elevados que resulten ser los precios internacionales de los productos básicos que está en condiciones de exportar, mientras que servirán para poco los intentos esporádicos de construir una sociedad más equitativa con medidas meramente redistributivas.