ARNALDO PAGANETTI

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na aguja clavada medio centímetro por un instante breve en un dedo da por resultado una aguda punzada de dolor. Si se repite el procedimiento con igual adminículo y a la misma profundidad, pero se lo deja incrustado un rato largo, la sensación molesta se tornará insoportable. Hay, como se observa, un efecto acumulativo: la duración influye en la intensidad de la aflicción.

Por la forma en que reaccionaron la flamante presidenta Cristina Fernández y sus colaboradores heredados de este segundo turno K, la "inyección"

del Departamento de Justicia de Estados Unidos y el FBI a propósito del affaire Antonini Wilson (el venezolano-norteamericano que introdujo ilegalmente 800.000 dólares a la Argentina casi tres meses antes de las elecciones) está provocando un daño extremo.

"Es el peor momento de la relación", le dijo a "Río Negro" un vocero oficial, luego de que los trámites en Miami fueran calificados aquí como "operación basura". Se refirió así a lo que interpretó como una supuesta confabulación contra el gobierno argentino por causas tan diversas como: la "presión" regional para que el colombiano Álvaro Uribe acepte dialogar con las FARC, la ratificada alianza con "el patriota" venezolano Hugo Chávez y el anuncio para constituir el Banco del Sur, cuya creación fue cuestionada hace unos días por Tom Shannon, el funcionario de más alto nivel de la administración de George Bush para América Latina.

Por el contrario, para el embajador en Buenos Aires, Anthony Wayne, los vínculos en las diferentes áreas deberían seguir siendo "sólidos, hoy más que nunca" . A su parecer, el caso impulsado por el fiscal norteamericano no es más que una "cuestión policial". El diplomático aclaró, además, que no fue su gobierno sino uno de los socios de Wilson quien afirmó que el dinero transportado en un avión contratado por la estatal Enarsa estaba destinado a la campaña de Cristina Kirchner y que hay que esperar el desarrollo de la causa para determinar las eventuales responsabilidades penales.

El viernes se confirmó al mismo tiempo que en los misteriosos encuentros revelados por el FBI participó un argentino: se trata del ex camarista Guillermo Ledesma, famoso por su participación en el juicio a Videla, Massera y compañía y por su posterior intervención como abogado penalista de renombrados personajes, uno de ellos el ya desaparecido Alfredo Yabrán.

Los paños fríos estadounidenses no alcanzaron para bajarle la temperatura a un pleito que reconoce choques entre el ex presidente Néstor Kirchner y Bush. El más estentóreo ocurrió en Mar del Plata, en 2005, durante una cumbre iberoamericana que tuvo su fuerte costado "chavista"y antinorteamericano.

A los Kirchner no les interesa llevarse bien con los republicanos que ostentan las riendas del poder en Washington. "Que Bush nos llame no nos quita el sueño. Es un gesto. Cristina va a tener que convivir con él una parte de su mandato, lamentablemente", había señalado un vocero de la Rosada a este diario tras el triunfo K del 28 de octubre.

En contrapartida, el ex subsecretario para el Hemisferio Occidental de Estados Unidos, Roger Noriega, declaró que el enojo de Cristina era previsible, aunque acotó que lo inusual fue que "en vez de meramente negar la acusación, impugnó ferozmente las motivaciones de los investigadores" de su país, sin ir al fondo del problema.

Le reprochó a las autoridades argentinas "no haber hecho su trabajo" con Antonini Wilson, quien pudo aban

donar tranquilamente Buenos Aires. "Por fin se conocerá la verdad", sentenció Noriega, denostado en el pasado por el ex canciller Rafael Bielsa.

En la actualidad, el jefe de gabinete, Alberto Fernández, encabeza la ofensiva contra "la segunda canallada" extranjera (no precisa cuál fue la primera) y machaca con el pedido de extradición de Wilson, algo que parece que no va a prosperar ya que la causa está abierta en los Estados Unidos y allí se dictará sentencia.

La oposición política a Kirchner navegó a dos aguas salvo Elisa Carrió, quien reivindicó "la autonomía" de la Justicia norteamericana, que "llegó más lejos que la Argentina". Sostuvo que se había caído en el ridículo: "Ahora los ladrones acusan al imperialismo", ironizó quien siempre apuntó contra el "cajero" Julio De Vido y su subordinado Claudio Uribe. Oportuno es recordar que estallado el escándalo, Uribe fue echado por Kirchner "por subir a cualquiera a un avión nuestro".

Kirchner se corrió de la escena mediática para no palidecer el protagonismo de su esposa. Sin embargo, es el principal asesor en la intimidad. Dijo que había que insistir en que fue la policía aduanera argentina la que sorprendió al infractor Wilson y que Cristina no necesitaba de ninguna ayuda extra para ganar las elecciones por más del 45% de los votos.

"Estos tipos no nos quieren independientes sino como empleados", expuso. Y Cristina recogió la frase y la llevó al atril.

Los fastos del 10 de diciembre se vieron empañados horas después, además, por la inesperada ofensiva del titular de la CGT, Hugo Moyano, quien molesto con el discurso ante la asamblea legislativa de Cristina (la presidenta señaló que no será gendarme de la rentabilidad empresaria ni parte en la interna sindical) amenazó con pasarse "a la vereda de enfrente".

Se viene el proceso de renovación en la central obrera y son varios los que intentarán desplazar al camionero a mediados de 2008.

En un clima de violencia, con asesinatos, Moyano se mueve como mejor sabe. Para él su vacuna es "el apriete". Y también duele.