De haber asegurado el muy respetado FBI norteamericano que la mafia italiana o un cartel colombiano aportaran por lo menos 800.000 dólares a la campaña electoral que llevó a Cristina de Kirchner a la presidencia de la República, a ella le hubiera sido relativamente fácil convencer a la gente de que sí se trataba de una "operación basura" destinada a desprestigiarla porque pocos tomarían en serio un intento de vincularla con el crimen organizado. En cambio, el que su supuesto benefactor haya sido Hugo Chávez no habrá sorprendido a nadie: mal que le pese, la acusación suena verosímil.

Es notorio que al caudillo venezolano despilfarrador le encante usar la cantidad inmensa de petrodólares que maneja a su antojo para promover las candidaturas de sus partidarios en el resto de América Latina. Se informa que ya lo hizo en México, Bolivia, Ecuador, Perú y Nicaragua y no hay motivos para suponer que no lo haría en la Argentina también, aunque la verdad es que Cristina no necesitaba su ayuda puesto que desde el inicio de la campaña hasta que culminara aventajó a sus rivales por una distancia que era más que adecuada.

En todos los países democráticos, incluyendo a los juzgados menos corruptos, los aportes de dinero de ricos indeseables a las arcas de los distintos partidos políticos suelen provocar revuelos mayúsculos que a veces terminan con la caída del gobierno involucrado. Con todo, por lo general los candidatos presuntamente favorecidos por la largueza de individuos de antecedentes dudosos se salen con la suya al insistir en que de haber sabido el origen del dinero lo hubieran rechazado y que de todos modos nunca jamás se dejarían influir por él. Por desgracia, Cristina no reaccionó así. Es de suponer que por impericia y por sentirse desconcertada, en vez de subrayar su propia inocencia y expresar su voluntad de que se profundice la investigación caiga quién caiga para que la Justicia tenga la última palabra con la esperanza de que no surjan pruebas contundentes, optó por acusar al gobierno norteamericano de conspirar contra ella y, para colmo, reivindicó de manera innecesariamente enfática su buena relación con Chávez, brindando así la impresión de que a su juicio era perfectamente lógico que la haya respaldado con dinero contante y sonante.

Cristina comete un error si cree que los demócratas norteamericanos la tomarán por otra víctima de la maldad sin límites de George W. Bush. Cuando de la corrupción política se trata, no hay diferencias entre los demócratas y los republicanos: todos juran y rejuran que no están dispuestos a tolerarlo. Por lo demás, en Estados Unidos, Chávez carece de simpatizantes fuera de una franja de contestatarios rabiosos atrincherados en las universidades. Así las cosas, si Cristina insiste en procurar defenderse atacando al gobierno norteamericano actual que, insinuó, sólo quiere "países empleados y subordinados", no "amigos", la relación con la superpotencia continuaría siendo mala aun cuando Hillary Clinton resultara ser la sucesora de Bush. Si bien muchos demócratas habrán querido darle el beneficio de toda duda concebible, Cristina se las arregló enseguida para obligarlos a asumir una postura menos caritativa.

A escasas horas del inicio de su mandato, pues, Cristina ha recibido un golpe doloroso del que le costará recuperarse. Como con toda seguridad entiende, ser acusada de aceptar dinero de manos de un mandatario extranjero de aspiraciones "revolucionarias" - uno que, para colmo, es el aliado predilecto de Irán-, no es un asunto trivial. Ya que quienes invierten en política quieren algo, aunque sólo fuera el placer que les supone solidarizarse con una causa política determinada, Chávez esperará ser recompensado por su presunta contribución al "proyecto" kirchnerista.

Así las cosas, no faltarán los que imputarán las manifestaciones de fe chavista de Cristina al dinero que conforme al FBI le enviaba, dinero del que aquellos 800.000 dólares que aparecieron en Aeroparque habrán sido una parte acaso menor. Mientras Néstor Kirchner estuvo en el poder, se daba por descontado que en el fondo su "amistad" con Chávez se debía a la voluntad del venezolano de comprar bonos argentinos; desafortunadamente para Cristina, en adelante se supondrá que la relación económica entre los líderes de los dos países es decididamente más personal. En vista de la capacidad extraordinaria de Chávez para protagonizar situaciones grotescas, tenerlo como "amigo" no ayudará a Cristina a desempeñar un papel digno en el escenario internacional.

Buena alumna de ciertos pensadores franceses, Cristina cree que quien se adueña del "relato" será dueño de la realidad. Apuesta a que por motivos nacionalistas sus compatriotas preferirán la versión oficial, de connotaciones ideológicas llamativamente setentistas, del escándalo de la valija según la cual es sólo un producto de los siniestros servicios de inteligencia norteamericanas a aquella de los enemigos del pueblo que confían más en la palabra del FBI. Perderá. Aunque algunos kirchneristas hagan suyo el "relato" de Cristina y voceros gubernamentales como el jefe de Gabinete Alberto Fernández porque están acostumbrados a pensar lo peor del "imperio", otros entenderán que en un país tan corrupto como la Argentina es más que probable que dinero chavista haya servido para financiar la campaña electoral de Cristina. En cuanto a quienes no son kirchneristas, es decir, al grueso de la clase media urbana, la "decodificación" ensayada por la presidenta le habrá parecido tan extravagante como fueron los intentos de la ex ministra de Economía Felisa Miceli de explicarnos exactamente cómo llegó al baño de su oficina una bolsa llena de billetes de procedencia poco clara.

Tres años tuvieron que transcurrir antes de que el prestigio del gobierno de Néstor Kirchner se viera afectado por los casos de corrupción que comenzaron a proliferar. El período de gracia del encabezado por Cristina duró tres días. A menos que consiga desvincularse por completo de la valija venezolana y todo cuanto su llegada implica, su imagen quedará manchada y con ella su propia autoridad moral. Y como si esto no fuera suficiente, el episodio ha incidido de manera fuerte en la política exterior justo cuando Cristina esperaba "reinsertar" la Argentina en el mundo luego de más de un lustro de aislamiento quejoso que, entre otras cosas, le ha costado vaya a saber cuántos miles de millones de dólares en inversiones.

JAMES NEILSON