Para bien o para mal, Sobisch impregnó más de dos décadas de política neuquina. El gobernador que mañana se va "para afuera" -él definió así esa alternativa de antemano- desembarcó en la política local en 1983, como intendente de la capital. Luego de una mala relación con el entonces gobernador, Felipe Sapag, Sobisch participó en la creación del Movimiento de Acción Política (Mapo), una línea interna del MPN que salió a disputarle el poder por izquierda a la cúpula partidaria, integrada entonces por el trío Sapag-Salvatori-Tosello.
Sobisch siempre estuvo imbuido de mesianismo optimista. Este cronista todavía recuerda la oportunidad en que acompañó al entonces intendente por una recorrida que culminó en lo alto de la barda, donde ahora existe un supermercado y antes no había más que arena y jarillas. Era un día ventoso y frío. Sobisch llevaba una campera de cuero gris que lo acompañó por años. Se detuvo en el filo de un enorme barranco desde donde se divisaba la ciudad y lanzó una reflexión que sonó insólita: "Flaco, vos no me vas a creer pero yo voy a ser gobernador de esta provincia".
En el '87, el joven que había escalado posiciones durante la dictadura como empresario gráfico y dirigente deportivo culminaba su gestión en la intendencia sin pena ni gloria. No tuvo suerte: debió resignar por muy poco su pretensión de pegar el salto a la gobernación.
Gobernó cuatro años Salvatori y, como Sobisch es de los que no se rinden, volvió a intentarlo en el '91. Pero esta vez lo hizo como cuña en la pelea entre los líderes del clan gobernante, Felipe y Elías Sapag.
Por entonces revestido de un barniz renovador, Sobisch sacó ventaja del disgusto entre los dos hermanos, enfrentados por intereses económicos y también por ideas. La dictadura no pasó en vano y no pocas familias se partieron por ella.
Corría el '91 y Sobisch accedió a su primera gestión provincial con un gabinete en el que brillaban valiosas figuras extrapartidarias como "El Chango" Arias y "Coco" Mantilaro. También había no pocos valores relegados del propio oficialismo, como Osvaldo Pellín. Sobisch agitaba promesas preciadas para la sociedad como la participación y el pluralismo, que entre otras cosas se expresaban en un proyecto de enmienda de la Constitución para introducir el sistema de representación proporcional. Algo que estaba en las antípodas de la preciada "gobernabilidad" emepenista.
Pero duró poco, antes del año un Sobisch más realista y pragmático despidió al ala izquierda y se deshizo del vicegobernador. "Pipe" Sapag había sido colocado en la fórmula como garantía de la sociedad, pero era un obstáculo para su personalismo.
Llegó el '95 y con él "la madre de todas las internas", aquella que vio enfrentarse a Sobisch con Felipe Sapag. Pero su gobierno no había sido gran cosa y el por entonces líder de la lista "Blanca", que ya no era un perejil "progre" sino un pichón de halcón, debió resignar su ambición ante el viejo líder, que volvía para "poner orden".
Así fue. No porque el gobierno estuviera reservado por designio divino a un Sapag, como pensaban algunos, sino porque Sobisch ya había mostrado su irrefrenable inclinación a gastar de más y lo que no es suyo. "Joyas de la abuela" mediante, en cuatro años se había engullido cinco presupuestos, malogrando la primera gran oportunidad que tuvo la provincia en 25 años.
Rabioso por la derrota, antes de irse, por las dudas, sembró el terreno con nombramientos a mansalva y gastos sin límite.
Cuando Sapag asumió, lo primero que hizo además de levantar una serie de denuncias contra Sobisch por presuntos actos de corrupción, fue recortar los gastos y bajar los sueldos a los estatales. No lo sabía, pero estaba cavando su propia fosa. Si algo no perdona esta sociedad hecha a la medida del cortoplacismo oficial es que le birlen el rápido ascenso social.
Llegó el '99. Un Sobisch que había soportado el exilio interno conspirando contra su propio partido y alentando temerariamente protestas como la de Cutral Co, logró torcer el brazo a su adversario y se hizo nuevamente del poder. Venía para quedarse. La fórmula elegida -Sobisch-Jorge Sapag- rescataba la vieja alianza con los hijos de Elías, sólo que esta vez él iba arriba. Había nacido el sobischismo.
Eran los finales del menemismo, un modelo del que Sobisch se enamoró sin reservas. A tal punto aquel inimputable resumía su propia impronta personal, suma de mucha ambición y pocos escrúpulos.
La situación heredada era por demás difícil y no bien asumió el gobernador comenzó a agitar la posibilidad de un gran ajuste, con despidos masivos y recortes de gastos en todas las áreas. Pero la sangre no llegó al río. Sobisch descubrió el petróleo. En poco tiempo comenzó a coquetear con Repsol-YPF y hasta le puso nombre al objeto de su deseo: "Aliada estratégica".
El multimillonario contrato en dólares para extender la concesión de Loma de la Lata se firmó con una cláusula oculta: el gobernador eximió a la empresa del pago de impuestos de Sellos por 112 millones de dólares, un beneficio enorme que Sobisch otorgó sin consultar a nadie, como un monarca, y mantuvo oculto hasta que este diario lo reveló.
Fue una gestión difícil; con aliada estratégica y todo la provincia, sumergida en la larga recesión nacional, no logró despegar. El gobierno no contaba con mayoría en la Cámara y en más de una oportunidad salió a comprar voluntades para imponer sus caprichos: fue el comienzo de un largo proceso de degradación institucional. El broche de oro fue la cámara oculta del 2002, en la que un diputado de la oposición logró grabar al gobernador en un presunto intento de sobornarlo para imponer a sus amigos en el Tribunal Superior. Entre los "nunca más de Sobisch" también estaba la independencia judicial. En aquel video, el gobernador confesó que no quería tener que volver a trajinar los tribunales como le había ocurrido con Sapag.
Tras cartón, vendrían el ataque y la persecución a la prensa. Ofuscado porque este diario reprodujo la cámara oculta, Sobisch le cortó la publicidad oficial y lo privó de las fuentes de información durante cuatro años, hasta que la Corte Suprema puso las cosas en su lugar y lo condenó.
Mientras tanto, en cada oportunidad que se le presentó Sobisch se libró a atacar a los periodistas de este diario. No estuvo solo: funcionarios rapaces, políticos inescrupulosos, empresarios prebendarios y falsos periodistas lo acompañaron.
Algunos, en cambio, pusieron distancia. Inclusive el propio vicegobernador se apeó abochornado de la reelección.
Empero, así como el pueblo argentino reeligió a Menem cuando ya se sabía quién era, el pueblo neuquino volvió a votar a Sobisch luego de la cámara oculta.
Este último período, sin duda el peor, fue el de la campaña presidencial, un delirio que le ha costado a esta provincia la pérdida de su segunda gran oportunidad. Nunca los recursos han sido tantos ni han sido malversados con tanta impunidad.
Sobisch ya no puede sorprender, pero no deja de llamar la atención que no haya salido a dar una explicación luego de que este diario informara que, al menos, gastó 20 millones de pesos en su campaña presidencial. ¿De dónde los sacó?
En su innoble empeño reprimió una movilización para florearse ante la tevé como hombre "de mano firme". La bravuconada costó una vida, pero no logró conmoverlo. A los pocos días intentó capitalizar el desastre presentándose como el candidato del "orden". Le fue muy mal.
Sobisch ha crecido en el atropello a las instituciones, a la oposición, a la Justicia, a la prensa e inclusive a su propio partido. Estaba escrito que no podía irse "para arriba" como soñaba y ahora no le queda más remedio que irse "para afuera". Ojalá sea para siempre.
Sin duda su peor gestión fue la última, la del delirio presidencial.
HÉCTOR MAURIÑO
vasco@rionegro.com.ar