Por razones que son evidentes, le era vedado a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hablar mal de lo hecho por su antecesor en el cargo, pero, a juzgar por su primer mensaje ante la Asamblea Legislativa, es consciente de que dejó algo que desear, ya que además de exhortar a "rescatar y profundizar lo que se hizo bien" pidió "cambiar lo que se hizo mal", aunque se cuidó de aclarar lo que le pareció defectuoso. Así y todo, en su discurso dio a entender que quiere que la etapa que acaba de iniciarse sea menos conflictiva que la signada por el siempre agresivo "estilo K". También pareció alejarse de la postura exageradamente industrialista de su marido al señalar que no es una cuestión de elegir entre la industria y el campo sino de aprovechar la "sinergia" que tienen en el marco de un "modelo de acumulación". Asimismo, advirtió a los empresarios que la competitividad requiere mucho más que un tipo de cambio proteccionista; también depende de "la investigación y la técnica", además, claro está, de la educación que, como subrayó, exige el esfuerzo de todos. Si bien no se puede inferir mucho de su referencia a "una nueva matriz económica diversificada con inclusión social" basada en "el trabajo, la industria, la exportación y el campo", el que haya reconocido la importancia del campo y la necesidad de impulsar las exportaciones podría presagiar un cambio de rumbo, ya que "la matriz" favorecida por el ex presidente Néstor Kirchner se limitó a sacar provecho del crecimiento notable de las exportaciones agropecuarias que fue posibilitado por factores externos, sin por eso desistir de prohibir la exportación de productos determinados por motivos de política interna.
A juicio de Cristina, los "cuatro capítulos fundamentales" serán las instituciones, la sociedad, el modelo de acumulación con inclusión social y la inserción en el mundo. La alusión a la "inserción" presupone la voluntad de tomar medidas destinadas a poner fin al aislamiento actual que, como sin duda comprende, podría significar el agotamiento prematuro de una fase de crecimiento rápido puesto que el país no está consiguiendo inversiones suficientes como para prolongarla. Es probable, pues, que Cristina aproveche el reemplazo del español Rodrigo de Rato como director general del FMI por el francés Dominique Strauss-Kahn, el que asistió a la inauguración de su mandato, para reconciliarse con la institución que fue rutinariamente demonizada por su marido, además de tomar en serio los reclamos de los muchos acreedores que se negaron a aceptar las condiciones leoninas del canje de deuda pública. Un esfuerzo en tal sentido sería positivo no sólo porque nos permitiría obtener inversiones significantes y créditos más baratos sino también porque supondría una actitud más pragmática frente a la "ortodoxia económica" que, como no pudo ser de otro modo, predomina en los países más ricos y avanzados del mundo, reduciendo así el riesgo de que el gobierno cometa más errores "heterodoxos" tan graves como el supuesto por la virtual intervención del INDEC, que tantos perjuicios ya nos ha ocasionado.
Aunque nadie espera que el gobierno de Cristina sea radicalmente distinto de aquel de su marido, su mensaje a la Asamblea Legislativa parece indicar que no se limitará a ser más de lo mismo. En tal caso, sería más inclusivo no sólo en lo social, estaría menos dispuesto a enfrentarse con otros países y adoptaría medidas económicas que sirvieran para que el país se insertara mejor en el proceso de globalización que está transformando el planeta al impulsar el resurgimiento de países enormes como China e India. Rebelarse contra este proceso puede ser tentador para algunos, pero si la historia de los últimos setenta años nos ha enseñado algo, esto es que si bien resistirse a acompañar a las naciones más dinámicas puede resultar grato a una minoría politizada, para la mayoría abrumadora ha significado la pobreza extrema y la exclusión. Si a pesar de su trayectoria como militante peronista Cristina lograra mitigar las consecuencias de tantos años de excentricidad política y económica, su gestión podría resultar muy positiva. Caso contrario, desperdiciaría una oportunidad difícilmente repetible de empezar a recuperar el terreno que se ha perdido en el transcurso de más de medio siglo.