Cristina de Kirchner debió a su marido el triunfo electoral que le ha permitido sucederlo en la presidencia de la República, pero lo que antes del 28 de octubre pasado le dio una ventaja decisiva ya se ha convertido en una desventaja. Aunque no podrá atribuir las dificultades que con toda seguridad le esperan a que haya recibido "un país en llamas", le tocará enfrentar las consecuencias menos positivas de la gestión del ex presidente Néstor Kirchner. Mal que le pese a Cristina, el "modelo productivo" con el que se ha comprometido y que hasta hace poco funcionaba bien ya ha comenzado a hacer agua y le será necesario modificarlo a fin de combatir mejor la inflación, asegurar el suministro de energía para la industria y los hogares, atraer inversiones en cantidades suficientes y encontrar la forma de persuadir a los empresarios de que "competitividad" no es sinónimo de un dólar alto. También tendrá que convencer a todos de que es una presidenta de verdad: si se difunde la impresión de que depende demasiado del apoyo que le brinde su marido -el que, desde luego, perderá por lo menos una parte del poder que ha logrado acumular-, la incertidumbre resultante no tardará en privarla de la autoridad necesaria para que su gestión sea considerada exitosa.
De no haber sido tan espectacular la expansión de la economía durante los cuatro años y medio últimos, la tarea ante Cristina sería mucho menos onerosa. Sin embargo, sabrá que es muy poco probable que la tasa de crecimiento continúe superando el 8% anual y es de suponer que entiende que intentar mantener el ritmo al que nos hemos acostumbrado cueste lo que costare podría resultar contraproducente. Como presidenta de la Nación, a su gobierno le corresponderá asegurar que el aterrizaje sea suave para que, una vez corregidas las distorsiones que fueron provocadas por los esfuerzos de su marido por controlar demasiadas variables, el país pueda disfrutar de un largo período de crecimiento del 5 ó 6% anual sin excesivas presiones inflacionarias.
Aunque Cristina, lo mismo que su marido, quiere que el poder quede concentrado en sus manos -de ahí la importancia para ella de aquella "ley de Emergencia" que como senadora por Santa Cruz repudió con argumentos contundentes pero que últimamente ha merecido su aprobación-, en diversas ocasiones ha dicho que procurará mejorar el estado de las instituciones políticas nacionales. Honrar el compromiso así supuesto le sería difícil puesto que el predominio del Poder Ejecutivo se debe en buena medida a la debilidad de los Poderes Legislativo y Judicial. Sin embargo, a menos que logre fortalecer las demás instituciones, cualquier crisis que afecte a la presidencia en seguida pondría en peligro la estabilidad del país, como en efecto sucedió cuando renunció el en aquel entonces vicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez y Fernando de la Rúa se quedó tan aislado que algunos meses más tarde se sintió obligado a abandonar el poder también. Por razones comprensibles, a ningún jefe de Estado le gusta pensar en tales eventualidades, pero no obstante ello es necesario tomarlas en cuenta.
Néstor Kirchner dio por descontado que le convendría asumir una postura agresiva, para no decir vengativa, no sólo hacia sus adversarios internos sino también hacia el resto del planeta, sobre todo en lo relativo a cuestiones económicas. En términos de política interna, tanta agresividad lo ayudó, pero los beneficios que le supuso la voluntad de enfrentarse con tantos individuos y sectores locales, además de distintos organismos internacionales, ya son menos evidentes, de suerte que se prevé que la actitud de Cristina será más conciliadora. Tendrá que serlo. Para que la expansión económica y las mejoras sociales de los años últimos constituyan una plataforma de lanzamiento desde la cual el país puede despegar definitivamente, será necesario que en la etapa que se inicia hoy la Argentina rompa con el aislamiento no meramente financiero sino también psicológico ocasionado por la gran crisis de 2001 y 2002 para reinsertarse en el orden mundial que efectivamente existe de tal manera que pueda explotar plenamente sus muchas ventajas, tanto las supuestas por la abundancia de recursos naturales como por los talentos, largamente desaprovechados, de sus habitantes.