Jueves 06 de Diciembre de 2007 Edicion impresa pag. 20 > Opinion
Economía, ciencia y cambio climático

 

Una vez más, expertos internacionales nos alertan sobre los peligros del cambio climático. Esta vez fue el nuevo secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon: "Debemos cambiar nuestro estilo de vida, repensar nuestro modo de viajar y de hacer negocios". Claro, Ban no es un experto internacionalmente reconocido en el ya innegable fenómeno del cambio climático global. Además, la ONU está desprestigiada, sobre todo desde que Estados Unidos bajo Bush le ha negado todo respeto. Ban, entonces, sólo toma la palabra para hablar de las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), un cuerpo multidisciplinario integrado por varios miles de expertos de muchas naciones.

El IPCC es un cuerpo científico; provee de información basada en evidencias científicas y refleja las (no siempre coincidentes) opiniones de la comunidad científica. Emite informes periódicos de gran seriedad (véase el último, difundido en Valencia, España, en noviembre del 2007 en http://www.ipcc.ch/#) y, ciertamente, no es un cuerpo formado por "burócratas y políticos". Participan en la elaboración de sus informes meteorólogos, climatólogos, oceanógrafos, glaciólogos, biólogos, economistas, geógrafos, ecólogos, demógrafos, dietólogos, etcétera, de todo el mundo que, como corresponde a científicos serios, evalúan las probabilidades de sus hipótesis cuando publican sus alarmantes resultados. También hay políticos en el IPCC, es verdad. Los informes son sometidos a un doble filtro, el científico y el político, ya que los problemas involucrados ciertamente no son política ni económicamente neutros.

El IPCC consiste en tres grandes grupos de trabajo: el primero analiza los aspectos científicos del sistema climático mundial, el segundo estima la vulnerabilidad de los sistemas naturales y socioeconómicos al cambio climático, sus consecuencias tanto positivas como negativas y las opciones para adaptarse a tales consecuencias, y el tercero evalúa las diferentes opciones para mitigar los efectos del cambio climático, por lo menos en aquella parte que se estima que se debe a las emisiones de gases de efecto invernadero, limitando las emisiones y desarrollando posibilidades para eliminar esos gases del medio ambiente.

Como en todos lados, es probable que en el IPCC se alberguen intereses creados, pero nunca su presencia será tan importante como la de aquellos intereses que, durante años, han comenzado negando la existencia misma del efecto invernadero y el cambio climático y que ahora, ante la evidencia ya innegable de su realidad, niegan su carácter antropogénico y concluyen que no hay que ser "catastrofista", ya que cambios del clima hubo siempre desde que se formó la Tierra. Además, insisten, todos los humanos, especialmente los chinos y los indios -que parecen haber iniciado definitivamente el camino al despegue económico- tienen tanto derecho como los países desarrollados de disfrutar de los beneficios de una economía basada en el derroche de recursos como la que se acelera en los países desarrollados. Un mundo en el cual a los 200 millones de dispendiosos estadounidenses y 150 millones de europeos se unan los 2.500 millones de chinos e indios con la pretensión de poseer dos o tres automóviles por familia es sencillamente impensable, ni siquiera es posible llamarlo catastrófico. Además, sería una generalización de la pesadilla que ya es hoy moverse en automóvil por las atosigadas calles y autopistas de Occidente. La solución: una modificación de un estilo de vida basado en el egoísmo y la rapacidad y un mayor énfasis en la solidaridad y en los transportes colectivos.

Los agrocombustibles no tienen nada que ver con esto: su aporte a la disminución de las emisiones será secundario, si existe, y se producirán, con suerte, de desperdicios; sin suerte, les quitarán el pan de la boca a millones de hambrientos porque ocuparán tierras antes dedicadas a producir alimentos o penetrarán en zonas de diversidad ecológica que ya no nos protegerá de una peste devastadora que ataque a alguna de nuestras especies comerciales. A consecuencia de la corrida hacia los agrocombustibles ya se han registrado aumentos en el precio del maíz... sin mencionar los efectos económicos y sociales de la creciente concentración de las tierras y de la riqueza, en general, en cada vez menos manos. Pero ésos serán seguramente descartados como argumentos demagógicos o "catastrofistas".

Algunos pretenden que las advertencias sobre el posible desastre climático ven una solución en una desindustrialización que sólo traería más miseria a un mundo ya superpoblado. No se trata de eso en absoluto. Sólo algunos extremistas quisieran volver al siglo XVII y evitar esta vez la Revolución Industrial, pero sin renunciar a los beneficios que les trajo la tecnología moderna. Se trata solamente de racionalizar el uso de los recursos y de entender que el nivel de consumo que llevan los países desarrollados no se debe a su superior ingenio, habilidad y honorabilidad sino, en buena medida, a la explotación de los

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