La presidenta electa Cristina de Kirchner se equivoca si cree que una eventual resolución de la Corte Internacional de La Haya sobre la papelera de Fray Bentos servirá para poner fin a "la conflictividad" con Uruguay. Como debería entender muy bien, a los asambleístas de Gualeguaychú sólo les interesan aquellas decisiones de la Corte que les parezcan favorables a su causa particular. Desde su punto de vista, la legalidad es lo de menos dado que lo único que quieren es seguir reclamando que Botnia se vaya. Puesto que es sumamente improbable que, cuando por fin llegue a una conclusión, algo que podría demorarse más de un año, los jueces ordenen a Botnia desmantelar el complejo industrial muy costoso que ya ha comenzado a funcionar, no se dan motivos para suponer que los asambleístas la aceptarán mansamente, optando por resignarse a la presencia permanente frente a Gualeguaychú de una planta maloliente y antiestética. Por el contrario, sorprendería que no reaccionaran redoblando sus esfuerzos como ya han hecho ante los fallos adversos anteriores.
Desgraciadamente para Cristina, el diferendo con Uruguay seguirá hasta que el gobierno nacional que pronto encabezará reconozca que exige de su parte una solución política. Mientras se niegue a tomar medidas encaminadas a obligar a los asambleístas y sus aliados a desistir de bloquear los caminos y puentes, o sea a hacer respetar la ley, el conflicto continuará, con el riesgo de que en cualquier momento se produzca un incidente luctuoso que agrave todavía más la relación entre dos países "hermanos". ¿Estará dispuesta Cristina a hacer valer su autoridad o actuará como su marido, que no obstante su fama de ser "duro" ha preferido adoptar una postura nacionalista con la esperanza vana, cuando no absurda, de que a raíz de las pérdidas económicas provocadas por los bloqueos y por los intentos de privar a Botnia de créditos del Banco Mundial el presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, decida que le convendría anteponer los intereses de su homólogo argentino a los de su propio país? Si la presidenta Cristina de Kirchner elige imitar al presidente Néstor Kirchner, la brecha entre los dos países no podrá sino ensancharse mucho más.
Fue sin duda por el temor a que los militantes gualeguaychuenses provocaran incidentes en territorio uruguayo o que a un exaltado se le ocurriera atentar contra la planta de Botnia que el gobierno de Vázquez ordenó el cierre por un rato del puente binacional Concordia-Salto y otros pasos fronterizos. Aunque hay una diferencia evidente entre los cortes efectuados por grupos supuestamente incontrolables y los dispuestos por un gobierno nacional, puede entenderse la voluntad de los uruguayos de ahorrarse males mayores. Así y todo, voceros del gobierno del presidente Kirchner no tardaron en tratar de aprovechar el paralelismo dando a entender que los uruguayos han suministrado un argumento que les resultaría sumamente útil en La Haya, lo cual podría ser cierto ya que hay normas internacionales al respecto, pero de persistir en tal actitud lo único que lograrán será hacer todavía más tensa la relación de nuestro país con su vecino y socio mercosureño.
La posición de la Argentina sería más digna si su propia trayectoria ecológica fuera por lo menos tan encomiable como la de Uruguay. Por desgracia, éste no es el caso. Antes bien, está entre las más lamentables del Occidente. Además, nadie puede ignorar que de haber optado Botnia por construir su planta en la provincia de Entre Ríos, el gobernador Jorge Busti y sus aliados en el gobierno nacional, incluyendo a Kirchner, defenderían su presencia con fervor y minimizarían la importancia de la contaminación resultante. Puesto que las autoridades de nuestro país deberían preocuparse más por la viga en el ojo propio que la paja en el ajeno, el que el conflicto en torno de las papeleras que se han instalado en Uruguay haya motivado cierto interés oficial por los problemas ocasionados por la polución industrial puede considerarse positivo, pero hubiera sido mejor que la toma de conciencia así supuesta fuera resultado no de un diferendo que amenaza con envenenar durante muchos años la relación con un vecino pequeño con el que compartimos una larga historia de amistad.