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Una relación complicada |
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A diferencia de Eduardo Duhalde, que antes de aceptar cambiar la vicepresidencia por la gobernación de la provincia de Buenos Aires se las arregló para obligar a su jefe, Carlos Menem, a comprometerse a facilitarle el dinero que en su opinión necesitaría para que su gestión no fracasara de manera escandalosa, el vicepresidente y gobernador bonaerense electo Daniel Scioli no quiso o no pudo imponer ninguna condición de este tipo a Néstor Kirchner antes de aceptar candidatearse. Sin embargo, puesto que entiende que sin fondos nacionales no le será dado cubrir el déficit creciente que ostenta la provincia, Scioli ya ha comenzado a presionar a los Kirchner para que le garanticen el dinero suficiente como para ahorrarse un ajuste que con toda seguridad sería resistido por los estatales y que andando el tiempo podría hacer de su gestión un auténtico calvario. Incluso ha afirmado que no le importaría demasiado que la Nación es decir, el ministro de Planificación Julio de Vido se encargara de administrar los fondos, lo que podría tomarse por una concesión inteligente ya que en última instancia el más beneficiado por la eventual ayuda así supuesta no sería el gobierno nacional sino el propio Scioli. Así, pues, ya se ha iniciado un juego destinado a incidir mucho en la vida política del país en los próximos años. No es ningún secreto que Néstor Kirchner y su esposa, la presidenta electa, desconfían de Scioli, lo que es lógico porque saben muy bien que por su formación, su estilo y sus ideas representa a ojos de buena parte de la ciudadanía una alternativa al "proyecto" de los patagónicos. Aunque Scioli ha tratado de convencer a sus socios políticos de que es tan peronista como el que más y que nada lo haría oponerse a los Kirchner, a juicio de la mayoría tiene más en común con el futuro jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, que con el matrimonio gobernante. Si bien el perfil poco peronista de Scioli les ha permitido a Néstor Kirchner primero y, hace un mes, a Cristina de Kirchner sumar votos valiosos que sirvieron para asegurar el triunfo de sus respectivas candidaturas presidenciales, lo que antes de las elecciones constituyó una ventaja evidente se transformó después en su opinión en una desventaja apenas tolerable. Si la provincia de Buenos Aires, donde vive casi el 40% de la población del país, no pesara tanto en la política nacional, Cristina podría darse el lujo de negarse a ayudar a Scioli con la esperanza de que los problemas económicos de su jurisdicción lo eliminaran de una vez de la lista de presidenciables, pero mal que le pese no podrá tratarlo como si fuera el gobernador de Neuquén o de San Luis. Si por falta de recursos financieros se agrava todavía más la situación en el conurbano bonaerense, el gobierno nacional estará entre los perjudicados, sobre todo si el deterioro puede atribuirse a la voluntad de la presidenta de desprestigiar a un rival en potencia. Es por lo tanto del interés de Cristina hacer lo posible por estimular la actividad económica en la vasta zona así supuesta, con la salvedad de que no le convendría que como resultado subieran todavía más las acciones políticas de Scioli. Para justificar una mayor ayuda nacional, los bonaerenses pueden señalar que las lacras típicas del conurbano se deben en buena medida a que desde hace más de medio siglo es un imán que atrae a contingentes nutridos de refugiados económicos procedentes de las provincias más atrasadas, de los países limítrofes y hasta de Perú. Asimismo, por su proximidad a la Capital Federal sus problemas afectan en seguida al centro mediático de la Argentina. Aunque el presidente de turno puede pasar por alto lo que sucede en Misiones, Chaco u otros distritos en que la pobreza es todavía peor, por razones políticas patentes tiene que preocuparse mucho por lo que sucede en el gran cinturón de miseria que rodea la ciudad de Buenos Aires. Por tales motivos, sorprendería que Cristina, ella misma de origen bonaerense, tratara a Scioli con el mismo desdén que con frecuencia manifestó su marido hacia el gobernador actual Felipe Solá, un mandatario que, desgraciadamente para él, no ha contado con el poder político que le hubiera permitido forzar al gobierno nacional a darle una proporción mayor de los fondos contenidos en la ya muy grande "caja" presidencial. |
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