La información corrió por todos los diarios del país. Un número desusadamente alto de suicidios en veteranos de guerra norteamericanos está asolando a esos grupos sociales. Al punto que han fallecido por esa causa más ex soldados que los caídos en combate en Irak. Son los daños colaterales que no suelen contabilizarse, por la naturalidad con la que se asumen los errores en las operaciones bélicas que significan la muerte de miles de seres humanos.

El hecho difundido evoca la vivencia de una desgracia excepcional, al punto de que aquel que ha sido testigo o protagonista de la misma no parece poder superarla. Vivencias que terminan siendo imposibles de relatar no sólo porque generan una natural incomodidad en quienes escuchan sino porque los hechos en su trágico acontecer resultan inenarrables.

Primo Levi en su "Trilogía de Auschwitz" relata su pasar por esos campos de exterminio señalando que, habiendo estado en el fondo de la condición humana, le resultaba imperioso contarlo pero sin lograr reflejar nunca lo que habían sufrido él y quienes lo acompañaban. Lo extraño era que quienes lo escuchaban parecían no querer oír.

"Para nosotros, decía, hablar con los jóvenes es cada vez más difícil. Lo sentimos como un deber y a la vez como un riesgo: el riesgo de resultar anacrónicos, de no ser escuchados".

Y acerca del nazismo escribe: "Ha sucedido y por consiguiente puede volver a suceder; esto es la esencia de lo que tenemos que decir".

Trato de señalar una traumática experiencia de la que el origen es la guerra, por cuyos objetivos se tortura y se mata. Y hay que incluir en esta desgraciada lista a nuestras propias víctimas de Malvinas, que viven el drama existencial, después de más de 25 años, de no entender cómo nuestra sociedad no logra vincular el esfuerzo realizado por ellos con el propio mandato que les dieran de combatir en esa guerra.

La guerra convierte la eliminación del otro en la esencia de su misión. Se busca, como todos sabemos, aniquilar físicamente al adversario, pero esa realidad no termina con la firma de un armisticio. Sigue en la vida cotidiana de las sociedades involucradas, donde tiene lugar un daño crónico, aún en condiciones de paz, afectando básicamente a quienes ya les es imposible olvidar. En esas condiciones, la guerra mata dos veces, como lo confirma la noticia que encabeza esta nota.

Lo que resulta curioso es esa fatiga, que se ve en muchos ciudadanos que, cuando se plantean estos temas, argumentan que con ello se privilegia el pasado por sobre el futuro, tiempo al que deberíamos abocarnos sin interferencias, como si se pudiera concebir una política sin estudiar la historia.

Si es como dice Levi si ha sucedido puede volver a suceder, los ex soldados norteamericanos o los ex combatientes de Malvinas, que encuentran en el suicidio una salida a su indecible sufrimiento, tienen conexión con las víctimas del holocausto y sus sobrevivientes y con las víctimas de la persecución política. La conducta de una sociedad democrática es el frontal rechazo a cualquier prédica autoritaria y a las teorías que hablan de la inevitabilidad de la guerra, cualquiera sea el apelativo que intente justificarla: operación libertad iraquí o guerra sucia.

El objetivo político será construir los reaseguros necesarios para que lo jurídico se encarne en lo social y cultural y termine representando el ideal de justicia que frene toda amenaza de autoritarismo o justificación belicista.

La historia expresa que la política de afianzamiento de los derechos humanos es un camino que hay que tomar, si el colectivo social desea que la historia no se repita. Para ello hay que seguir escuchando a aquellos que la cuentan porque la han padecido.

Ese testimonio tiene un valor inapreciable y debería representar para la sociedad la prueba a proteger.

OSVALDO PELLÍN (*)

Especial para "Río Negro" 

(*) Médico y político, Partido Socialista.