El secretario general de las Naciones Unidas, el surcoreano Ban Ki-moon, quiere erigirse en el jefe mundial de la "lucha contra el cambio climático", o sea, en el máximo responsable de movilizar a todos los dirigentes políticos para que se enfrenten con el calentamiento global que algunos atribuyen casi por completo a la emisión de gases carbónicos, o sea, a las actividades del hombre, pero que otros creen que es resultado de factores que nadie está en condiciones de modificar. Aunque sólo se trata de una hipótesis, hace poco Ban, luego de una breve gira por distintas partes del mundo que emprendió con el propósito de estudiar el fenómeno, insistió en que todos los expertos comparten su opinión y que, en el informe que acaba de presentar el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático una agrupación de la cual muchos miembros son políticos o burócratas que tienen que tomar en cuenta los intereses de los gobiernos de sus propios países, los científicos, "con claridad y con una sola voz", han llegado a la conclusión de que el calentamiento global se agrava a un ritmo "vertiginoso" y que, de concretarse, los peores escenarios serán "tan terribles como en una película de ciencia ficción". Tal planteo ya está de moda en muchos círculos europeos y norteamericanos porque brinda a los militantes anticapitalistas un pretexto para ensañarse con el sistema existente y acusar a los demás de estar dispuestos a sacrificar el futuro del planeta por viles motivos materiales.
Puede que Ban resulte estar en lo cierto en cuanto a las eventuales consecuencias del proceso de calentamiento que está en marcha, pero esto no quiere decir que sea factible frenarlo, algo que conforme al panel ya es imposible porque lo que está sucediendo es "irreversible". Incluso postergarlo podría resultar imposible. Aun cuando resulte que, como da a entender el funcionario, casi todo se debe a la industria y a la agricultura, no habrá forma de obligar a China, India y otros países pobres a abandonar sus esfuerzos por enriquecerse emulando a las naciones occidentales. Y si es cuestión de un cambio natural, similar a tantos que se han producido a través de los milenios en que períodos de frío relativo han alternado con otros caracterizados por el calor, la virtual desindustrialización que reclaman los militantes que se han sumado a "la lucha" sólo serviría para privar al género humano de los recursos que le permitirían adaptarse a los cambios previstos.
De todos modos, si bien el calentamiento vaticinado afectaría negativamente algunas partes del mundo, sería positivo para otras. Puesto que el frío extremo mata a muchas personas más que el calor, en términos generales los efectos sobre la salud de un aumento de la temperatura global distarían de ser tan malos. Asimismo, inmensas zonas que actualmente son poco productivas en países como Rusia y Canadá podrían ser cultivadas, posibilitando así un aumento espectacular de los alimentos disponibles. En el pasado, los períodos de calentamiento han sido menos catastróficos que los signados por el enfriamiento peligro éste que hace un par de décadas era considerado más inminente por quienes profetizaban la llegada de una nueva Edad de Hielo, de suerte que incluso si los cambios resultan ser tan drásticos como dice Ban esto no necesariamente significa que el futuro sea inenarrablemente calamitoso.
Según el panel, los países en desarrollo serán los más afectados, lo que es evidente porque la mayoría está ubicada en los trópicos y carece de los medios económicos, tecnológicos e institucionales precisos para adaptarse a cambios de cualquier tipo. Que éste sea el caso es preocupante. No sólo oscurece las perspectivas ante los más pobres, sino que también estimulará todavía más la emigración de sus habitantes hacia el Primer Mundo, donde están haciéndose cada vez más agresivos los movimientos que aprovechan la hostilidad popular hacia el ingreso multitudinario de personas procedentes de sociedades de culturas ajenas. Asimismo, fortalecerá a quienes culpan a los habitantes de los países ya ricos de todos los cambios climáticos y exigen reparaciones, lo que además de provocar conflictos desvía la atención de las deficiencias de las elites tercermundistas que constituyen la barrera principal contra el progreso económico.