Aunque el presidente francés Nicolas Sarkozy se ha cuidado de cantar victoria ya que lo último que quiere es que los sindicatos se sientan humillados, parecería que ha salido airoso de la prueba que le supuso la larga huelga de transporte que durante casi dos semanas provocó un sinfín de dificultades en su país. De haber cedido, como hizo su antecesor Jacques Chirac doce años antes, se hubiera visto obligado a abandonar el programa de reformas con el que espera revitalizar la alicaída economía gala. Sin embargo, a diferencia de Chirac, Sarkozy disfruta del apoyo firme de la mayoría de sus compatriotas que, como él, entiende que a menos que Francia emprenda una serie de reformas profundas continuará perdiendo terreno frente al Reino Unido, Alemania e incluso España, hasta que el deterioro relativo se haga absoluto al comenzar a caer el nivel de vida de sectores cada vez más amplios de la población, lo que, es innecesario decirlo, plantearía el riesgo de "estallidos sociales" violentos.
Si bien el triunfo de Sarkozy dista de ser completo, puesto que se prevé que los sindicatos de transporte, los estatales, los estudiantes y otros que están comprometidos con un statu quo que la mayoría supone insostenible seguirán procurando frustrar las reformas que tiene en mente, se ve beneficiado por la sensación de que el grueso de la oposición entiende que el presidente terminará imponiéndose pero que, por motivos que podrían calificarse de culturales, se siente obligada a dar la impresión de estar resuelta a frenarlo. Hasta los adversarios más duros de Sarkozy comprenden que son indefendibles las jubilaciones de privilegio que percibe una minoría de trabajadores a base de acuerdos que fueron firmados hace medio siglo o más cuando Francia era un país muy distinto de la nación próspera que es en la actualidad. No sólo resulta cuestión del progreso económico que se ha registrado a partir de la Segunda Guerra Mundial, también lo es de los cambios demográficos. Lo mismo que todos los demás países de Europa, si bien de forma más moderada que la mayoría, Francia se ha envejecido al reducirse drásticamente la tasa de natalidad y prolongarse la expectativa de vida, con el resultado de que han dejado de ser viables esquemas jubilatorios que fueron aptos para otras épocas. Asimismo, el crecimiento excesivo del por lo común poco productivo sector público ha forzado a una serie de gobiernos a endeudarse a fin de seguir manteniéndolo. Sarkozy quiere reducir la proporción de estatales, una pretensión a la que, como no puede ser de otra manera, los sindicatos se oponen. Hasta hace poco, la mayoría de los franceses apoyaba el "modelo social" tradicional, pero últimamente muchos se han dado cuenta de que los costos de conservarlo tal y como es, están erosionando su propio poder adquisitivo y temen que, a menos que haya cambios, continúen empobreciéndose.
Tanto en Francia como en nuestro país, reformas similares a las propuestas por Sarkozy se ven denostadas por "neoliberales", y a pesar del letargo económico de los años últimos buena parte de la elite intelectual francesa se declara contraria a rendirse al "capitalismo salvaje" de inspiración "anglosajona" que a su entender está detrás del programa de su presidente. Pero mientras que aquí el desastre de hace aproximadamente seis años más el período de crecimiento rápido que siguió a aquel colapso traumático han servido para desprestigiar a ojos del electorado cualquier proyecto que podría tildarse de "neoliberal", en Francia se ha difundido la convicción de que han fracasado las alternativas, de suerte que no queda otra opción que la de adaptarse lo mejor que se pueda a las principales corrientes internacionales. Si tiene éxito Sarkozy y, luego de llevar a cabo las reformas propuestas, la economía francesa se recuperara, tarde o temprano el ejemplo así brindado incidiría en el pensamiento de nuestras clases dirigentes, sobre todo si en los años próximos se redujera mucho la tasa de crecimiento nacional. En cambio, de no lograr Sarkozy concretar reformas algo más que cosméticas y de no reaccionar la economía francesa como se espera, los decididos a salvarnos de los horrores del "neoliberalismo" se sentirían reivindicados, lo que ayudaría a prolongar por algunos años más la vida del "modelo productivo" actualmente vigente.