El diccionario de la Real Academia Española define al exabrupto como "salida de tono, dicho o ademán inconveniente e inesperado, manifestado con viveza". Es una definición que viene como anillo al dedo al ya famoso reclamo del rey de España al presidente Hugo Chávez formulado en la XVII Cumbre Iberoamericana: "¿Por qué no te callas"?
La intervención del rey ha sido espontánea y coloquial. En España, es una interpelación usual en una rueda de amigos, cuando alguien intercede en un debate entre dos personas, si una está en el uso de la palabra y la otra la interrumpe continuamente sin permitirle hablar. Pero cuando el reproche se hace frente a una inmensa audiencia televisiva y las personas involucradas encarnan Estados, se ha violado la regla diplomática de la discreción.
Para Javier Pradera, columnista de "El País", "el encaramiento directo con el verborrágico presidente venezolano fue una equivocación. El vocativo coloquial utilizado por el rey sonó chirriante: la despechada réplica de Chávez llegaría varias horas después con el recordatorio de su condición de jefe de Estado electo y la alusión a un conocimiento previo por el monarca del golpe de Estado (de abril del 2002)".
Efectivamente, el del rey fue seguido de nuevos y más estentóreos exabruptos del presidente venezolano. "Es muy difícil pensar que el embajador español va a estar en Palacio (el presidencial de Caracas) apoyando a los golpistas sin autorización de su majestad", aseguró el mandatario venezolano. Pero atribuir al rey responsabilidad en el golpe de Estado del 2002 contra Chávez es ignorar los papeles diferentes que la Constitución española asignan al jefe del Estado y al jefe del Gobierno. Todos los actos del rey deben estar autorizados (refrendados) por el presidente y en su caso por los ministros competentes, de manera que la responsabilidad por la política exterior es exclusiva del gobierno. El inocultable apoyo que los golpistas venezolanos recibieron del presidente Aznar no puede endosarse al rey, que sólo es portador de una representación simbólica del Estado español.
Chávez manifestó también su extrañeza por la defensa hecha en público de la figura de Aznar por el presidente Zapatero. "Estoy sorprendido de que el gobierno español, del que es presidente Zapatero, haya salido en defensa de Aznar. Eso sorprende sobre todo por la ubicación política ideológica de ambos". Pero ha sido el propio Zapatero quien, en la misma intervención, explicó su posición. Señaló que si bien estaba "en las antípodas ideológicas" de Aznar, no podía obviar que el ex presidente había sido elegido por el pueblo español y merecía por tanto respeto. A Aznar se lo podrá criticar severamente por su política exterior, tan subordinada a los EE. UU. y situarlo en la derecha del arco conservador, pero tildarlo de "fascista" en una reunión internacional, parece más bien un insulto que un simple calificativo político.
Ahora bien. ¿Es razonable que la admonición del rey de España derivara también en una velada amenaza para las empresas españolas en Venezuela? "Estas van a tener que empezar a rendir más cuentas y voy a meterles el ojo a ver qué están haciendo aquí en Venezuela", afirmó Chávez. Pero las empresas españolas radicadas allí se supone que se rigen por la ley venezolana y la aplicación de la ley por los jueces, en una democracia, debe estar a salvo de los cambios de humor del presidente de turno.
Chávez utilizó el incidente para recordar que el imperio español también intentó acallar a los indígenas en su día: "¿Por qué no te callas, indio Guaicaipuro? Cállate Túpac Amaru. ¿Por qué no te callas Tiuna, Chacao. Cállate. Y los callaron. Los callaron cuando les cortaron la garganta. Así los callaron. Los descuartizaron, los picaron en pedazos y colocaron sus cabezas en estacas a la entrada de los pueblos por los caminos. Ese fue el imperio español aquí". Pero el uso interesado de aquella inenarrable saga de sufrimientos no puede ser aceptado. No parece legítimo atribuir responsabilidad a las generaciones posteriores de españoles por las atrocidades de sus ancestros. Pero si lo fuera, ¿acaso son más responsables los descendientes de quienes permanecieron en la península, que los descendientes de los que se trasladaron a América para cometer esas tropelías?
Como bien señala el periodista Miguel Ángel Aguilar, "si nos calláramos, si dejáramos de contribuir al estruendo, a la reacción de la reacción, de la reacción de las declaraciones del primero de la fila que suelen ser ya en su origen redundantes, se abriría un espacio para la lucidez". Saber callar a tiempo es un arte que deben dominar sobre todo los hombres que representan Estados. El hombre es el dueño de sus silencios y el esclavo de sus palabras. Más aún en la sociedad mediática, donde las palabras atruenan.
ALEARDO F. LARÍA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista. Madrid.