Viernes 16 de Noviembre de 2007 Edicion impresa pag. 23 > Internacionales
Extensión de la huelga caldea los ánimos en Francia
Mientras se vislumbraba la posibilidad de diálogo para que concluyeran los paros de transporte en Francia, se apreciaba un desgaste de la protesta. Sarkozy descartó cambiar la reforma.

PARÍS (AFP/DPA) - Los ánimos de los franceses andaban caldeados ayer en el segundo día de una huelga de transportes públicos que ha hecho del desplazamiento al trabajo una odisea plagada de incomodidades.

Los sindicatos de los servicios de ferrocarriles nacionales SNCF y el sistema de tránsito RATP votaron anoche la continuación del cese de actividades en París y sus alrededores durante otras 24 horas. La votación a favor de continuar la protesta contra las reformas previstas por el gobierno, que pretenden disminuir los privilegios de jubilaciones a 500.000 trabajadores públicos, tuvo lugar pese a los movimientos dados por ambas partes en la búsqueda de una solución al conflicto.

El presidente Nicolas Sarkozy aceptó una oferta de los sindicatos para negociar. Sarkozy, sin embargo, reiteró que su plan de reformas laborales - incluyendo su plan para eliminar algunos beneficios de jubilación- quedará intacto.

En la estación (Gare) de Lyon de la capital, Pierre un sexagenario ex directivo de empresa afirmaba que el presidente francés Nicolas Sarkozy "no debe ceder", suscribiendo la opinión de la mayoría de los franceses. "Nuestros dirigentes sindicales tendrían que salir un poco del país y ver lo que pasa en otras partes. Entonces se darían cuenta de que no estamos tan mal aquí", explicaba.

Según un sondeo, algo más de seis de cada diez franceses (61%) se declaran insolidarios con unos huelguistas que protestan por el plan gubernamental de reformar sus sistemas de pensiones.

En los escasos trenes que cumplían los servicios mínimos, los usuarios se apilaban como sardinas durante el trayecto antes de pelearse como leones para salir en su parada. En las calles, en una jornada soleada pero muy fría, no había taxis y las bicicletas saltaban de la calzada a las aceras, donde los sufridos peatones tenían que compartir espacio con los patinadores.

La predicción del ministro de Trabajo, Xavier Bertrand, de que Francia iba a hacer frente a unos días "infernales" se estaba cumpliendo. La RATP, a cargo de metro y autobuses de la capital francesa, insistía en que no se habían producido incidentes, sin embargo la tensión era palpable. En la estación Gare de l'Est se produjo una pelea entre pasajeros y un hombre empezó a repartir puñetazos hasta que pudieron calmarlo. "¡Por Dios, déjennos salir!", rogaba una mujer en la estación de Montparnasse, mientras un hombre en traje y corbata confesaba su hartazgo. "Estamos hartos de este circo. Tenemos que trabajar, no podemos seguir tomándonos días libres", gritaba. En la estación del Norte (Gare du Nord) los empleados que se dedican a proporcionar información se quejaban de los insultos que reciben de los pasajeros. "Una vez que alguien cansado o agobiado se erige en líder" de la protesta, "se convierte en una avalancha", explicaba uno de ellos.

Nelly Leroy, una viuda de 53 años que cuida a niños y que trataba de tomar un tren en la Gare de Lyon, decía sentirse como una "rehén". "Si mañana hay una manifestación contra los huelguistas, voy, y a golpes de adoquín", decía.

Otros se lo tomaban con más filosofía, como Christophe Denain, de 30 años, que usó la bicicleta para ir al trabajo: "lo de la huelga no me parece divertido, pero al mismo tiempo me gusta ir en bicicleta". Algunos, poco numerosos, decían entender a los huelguistas, como esta funcionaria de 40 años: "están en su derecho, tienen razón cuando utilizan los medios de presión a su alcance". Al mismo tiempo, rogaba que "esto no dure". Muchos trabajadores no pudieron volver a sus casas en los suburbios y tuvieron que pasar la noche en el hotel, como Said, un cocinero de 43 años que por la mañana volvió a la estación a probar suerte.

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