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o es nada común que un futuro presidente o presidenta nombre formalmente los integrantes de su primer gabinete casi un mes antes de iniciar su gestión. Por lo general, quienes están por asumir el poder formal prefieren aguardar hasta poco después de la inauguración de su mandato, de este modo señalando que, por decirlo así, el cambio recién empieza. Pero Cristina de Kirchner, consciente como sin duda es de deberle el triunfo electoral a su marido, optó por subrayar la continuidad al conservar a los miembros más conspicuos del gabinete actual, con la eventual excepción del ministro de Economía, Miguel Peirano, quien por motivos patentes no quería tener que soportar más las bufonadas truculentas de Guillermo Moreno. Parecería que al sucesor de Peirano, el joven pelilargo Martín Lousteau, le gusta el estilo sui géneris del hombre que, con el aval entusiasta del presidente Néstor Kirchner, se encargó de hundir una de las escasas instituciones nacionales que disfrutaba de prestigio no sólo aquí sino también en el exterior. De ser así, no le será fácil cumplir bien la tarea que le espera. Como el economista respetado que es, entenderá que si nadie toma en serio las estadísticas oficiales, la Argentina seguirá aislada de los grandes centros financieros en que, bien que mal, se suele discriminar entre los países considerados confiables y los aptos sólo para especuladores temerarios. Aunque ya sabemos quiénes estarán a cargo de los ministerios después del 10 de diciembre, una pregunta, la más importante de todas, queda en el aire: ¿quién mandará en la Argentina, Néstor o Cristina? A juzgar por la conformación de lo que se supone será el próximo gabinete, el actual presidente se ha propuesto continuar llevando la voz cantante, si bien estará dispuesto a hacerle algunas concesiones a su esposa en un esfuerzo tibio por persuadir a la ciudadanía de que será una presidenta de verdad, no una figura meramente decorativa manipulada por el jefe auténtico. Se trata de un arreglo que con toda seguridad merecerá la aprobación de aquel 45% del electorado que votó por Cristina por creer que garantizaría la continuidad, pero esto no quiere decir que funcionará. La Argentina es un país presidencialista, para no decir hiperpresidencialista, que no está acostumbrado a que el poder esté compartido por dos personas aun cuando su relación sea íntima. Puede que Cristina y Néstor se amen mucho, comprendan que forman un equipo político excepcional y que sus opiniones acerca de lo que conviene hacer resulten virtualmente idénticas, pero aunque fueran gemelos siameses otros tratarían de aprovechar las diferencias que por cierto existen. Cristina reinará. ¿También gobernará? Para que el interrogante así supuesto reciba una respuesta convincente, será necesario que surjan conflictos públicos entre ella y su marido y que uno de los dos se imponga. Una buena fuente de encontronazos entre los dos podría ser la política exterior. Mientras que Néstor Kirchner nunca manifestó mucho interés por lo que sucede al otro lado de las fronteras nacionales, puesto que le parece natural subordinar todo a la política interna, Cristina es casi una cosmopolita a quien le encanta viajar y charlar con dignatarios extranjeros. Como primera dama, pudo dejar que su marido tratara con displicencia a sus homólogos de países exóticos, trátese de Rusia, Vietnam o, antes de que aquel malo José María Aznar se viera reemplazado por el bueno de José Luis Rodríguez Zapatero, España, pero es de prever que como presidenta asuma una actitud decididamente más amable. Por cierto, es evidente que a Cristina no le gusta del todo la reyerta con Uruguay en torno de la pastera de Botnia que Néstor acaba de arreglárselas para hacer aún más virulenta. Y aunque sólo fuera porque le preocupa su propia imagen, si se ve obligada a elegir entre los reyes de España por un lado y Hugo Chávez por el otro, sorprendería que prefiriera alinearse con el poco elegante y a menudo escandaloso venezolano alborotador. El papel que Néstor Kirchner se ha otorgado no está previsto por la Constitución. Quiere encabezar la guardia pretoriana que defenderá a Cristina de sus enemigos, el responsable de impedir que gente como sindicalistas combativos, dirigentes peronistas tentados a rebelarse contra una presidenta a su entender vulnerable, opositores malintencionados, piqueteros revoltosos, ministros resueltos a ampliar su propio territorio y economistas ortodoxos logren socavar su autoridad. También se imaginará actuando como un consejero sagaz, veterano de mil lides, que la ayude a no caer en las trampas en que pueden precipitarse hasta los políticos más inteligentes. Asimismo, Néstor ya ha dicho que procurará armar un movimiento político un tanto menos espectral que el Frente para la Victoria, que les sirva a los dos para consolidar el poder. No es un asunto menor en un país que por razones socioculturales insondables parece incapaz de organizar partidos equiparables con los existentes en otras latitudes. El destino del proyecto que el pronto a ser "primer caballero" tiene en mente dependerá en buena medida de la popularidad del gobierno cristinista. Si la economía sigue creciendo con brío, la inflación amaina y la mayoría siente que el país realmente está saliendo del purgatorio, como aventuró el secretario de Estado del papa Benedicto XVII, cardenal Tarcisio Bertone, en un encuentro con la presidenta electa y su cónyuge, la diarquía podría mantenerse a flote. En cambio si, como bien podría ocurrir, las dificultades se amontonan, muchos lo atribuirán a la confusión causada por un sistema político improvisado en que nadie, ni siquiera quienes conforman el matrimonio gobernante, sepa exactamente dónde está el poder real. Es factible que en algunos países el modelo de gobierno novedoso ideado por los Kirchner opere sin problemas pero, por desgracia, en uno como la Argentina cuyas penurias se deben más que nada a su notorio déficit político, no es necesario ser un pesimista empedernido para temer que, antes de completarse los cuatro años como presidenta que el electorado concedió a Cristina, sus deficiencias congénitas conspiren para dar pie a una crisis que lo ponga a prueba. JAMES NEILSON
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