Jueves 15 de Noviembre de 2007 Edicion impresa pag. 51 > Cultura y Espectaculos
MEDIOMUNDO: Norman Mailer, ilustrado y salvaje

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com

Norman Mailer no es de esos personajes de los que uno se despide. Él no lo habría aprobado. Su vitalidad despojada, su narcisismo tan presente en cada cosa que emprendía, su ego a prueba de balas, lo hacían ver como un ser eterno. Un bicho borgeano capaz de esquivarle a la muerte cuantas veces fuera necesario.

La vida de Mailer es una de aquellas largas aventuras que son por demás entretenidas de contar. También debe haber sido divertido encarnar el alma de un escritor tan controvertido y famoso como él.

No es casual que, tantas veces en los últimos 25 años, la carrera de Mailer y sus numerosas alternativas hayan sido relatadas en crónicas periodísticas. Por sobre todas las cosas, Norman Mailer fue un inspirador de la osadía ajena. A lo largo de su escritura entabló diálogo con Dios, cuestionó y reafirmó la culpabilidad de Lee Harvey Oswald, inmortalizó el baile cruel del boxeo, describió la sangre y la orina fluyendo del cuerpo de los toros en la arena, indagó en el mundo del cine más allá de lo obvio, y, como Truman Capote, hizo contacto con la mente de un asesino. Mailer fue, en definitiva, un amante voraz de los temas de su época.

Hombre y periodista, escritor y vividor intenso, terminaron por fundir la figura que llegaría al bronce con métodos poco ortodoxos. Porque Mailer fue un intelectual, es cierto, pero también un hombre de acción. Como lo fue Ernest Hemingway. Como el propio Capote, a su modo. Como Albert Camus.

Su gesto generacional iba y venía de la concepción anarquista por la vida, pasando por el libertinaje Beat, hasta llegar a la profecía pos nuevo milenio. Fuera como fuese, Mailer ya era un gurú de la cultura norteamericana.

De pronto, hace unos cuantos años, su voz se transformó en un objeto literario en sí mismo. Sus seguidores nos deleitamos en la densidad culta de sus novelas, en sus brillantes crónicas periodísticas así como en sus extensas entrevistas que lo evidenciaban cada vez más joven.

Acaso el mito dictaba la realidad del personaje. Pero se tiene la sensación de que Mailer jamás dejó de empinar el codo, igual que Hemingway de nuevo, jamás abandonó el hábito de seguir las alternativas del boxeo, jamás dejó de ser un maravilloso ente salvaje e ilustrado.

Su presencia, su obra, marcan una época e incluso una manera de hacer las cosas. Porque mientras los intelectuales del siglo XXI prestan servicio a las tradiciones, dictando cátedras en universidades americanas y europeas, escribiendo en finos campus su última novela, conduciendo programas de televisión para almas bien pensantes, Mailer seguía provocando desde su terquedad, minimalismo existencial y rudeza de modos. A Mailer le gustaba que lo vieran como un macho a contracorriente, un roble herido, un tipo de cabo a rabo, un traga whisky, a pesar de las connotaciones molestas que todo esto provocaba en enterados y ajenos.

Mailer vivía en nuestra era, pero su alma se correspondía con otro tiempo. Antes que un escritor, el autor de "Los ejércitos de la noche" era un guerrero, un ateniense y un espartano del siglo V, convertidos en uno.

Al irse dejó un torrente de buena literatura y frases brillantes que con los años, como pasa con todo clásico, van a transformarse en un hábito sin nombre pero lleno de verdad.

Una de las más famosas dice: "El éxito es sólo la mitad de bonito cuando no hay nadie que nos envidie."

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