Si los economistas coinciden en algo, esto es que luego de la larga siesta preelectoral el gobierno, trátese del actual o del próximo que iniciará su tarea el 10 de diciembre, tendrá que tomar medidas para corregir las distorsiones que amenazan el "modelo". Dicho de otro modo, con muy pocas excepciones entienden que tarde o temprano habrá un "ajuste". Las discrepancias tienen que ver con la forma que asumirá y si lo instrumentará el presidente Néstor Kirchner antes de irse o si la presidenta Cristina de Kirchner estará obligada a comenzar su gestión enojando a quienes se sentirán perjudicados. En vista de la aversión del presidente actual a los paquetes de medidas, la mayoría prevé que él o su esposa las anunciarán por separado con el propósito de no dar la impresión de estar reaccionando frente a una situación alarmante. En cuanto a la oportunidad elegida, no sorprendería que los Kirchner la demoraran lo más posible aunque en tal caso los cambios tendrían que ser mayores.
Mal que les pese a los dos, la inflación es un problema genuino, no un cuco inventado por los candidatos derrotados, los medios de difusión y algunos economistas ortodoxos, que pueda ahuyentarse con un contraataque propagandístico basado en la manipulación de las cifras. Tampoco podrán eliminarla con acuerdos de precios o intimidando a los comerciantes. Por desgracia, la experiencia tanto local como internacional enseña que a menos que las autoridades tomen medidas antipáticas la tasa de inflación, que según fuentes privadas ya está entre las más altas del mundo puesto que supera el 20% anual, continuará aumentando. Si frenarla fuera tan fácil como quisiera creer el gobierno, no habría inflación en ninguna parte porque sería suficiente negar su existencia y obligar a todos los agentes económicos a actuar en consecuencia.
Además de hacer cuanto resulte necesario para impedir que la inflación siga acelerando, el gobierno tendrá que modificar radicalmente la política energética. Ya están a la vista los frutos del método hortatorio que ha ensayado el presidente Kirchner consistente en recordarles a los empresarios del sector que hicieron mucho dinero en los años noventa del siglo pasado y por lo tanto tienen la obligación moral de operar a pérdida. Como fue de prever, las empresas energéticas redujeron sus inversiones al mínimo, con el resultado de que toda vez que hace demasiado frío o calor hay apagones que hasta ahora han afectado principalmente a la industria. Es posible que exageren quienes insisten en que la precariedad del sistema energético provocará muchas dificultades en el verano que viene, pero también lo es que sus vaticinios se confirmen.
Como es tradicional, en los meses que precedieron a las elecciones presidenciales el gasto público aumentó mucho. Parecería que el gobierno se ha convencido de que le resultará suficiente mantenerlo en su nivel actual, pero en opinión de los escépticos tendrá que encontrar la forma de reducirlo porque de lo contrario no le será dado conservar el superávit primario abultado del que disfrutó en las primeras fases de su gestión. De más está decir que sin un superávit primario superior al 3% al país le sería difícil enfrentar los vencimientos de la deuda pública que hasta el 2016 por lo menos seguirán siendo elevados aun cuando no se las arregle para contraer nuevas obligaciones y no se llegue a un acuerdo con el Club de París o con los llamados "holdouts" que se negaron a aceptar el canje.
Por distintos motivos, en nuestro país "ajuste" es una mala palabra. Merced a los precios muy altos que se pagan por los productos agrícolas, en especial la soja, el gobierno de Néstor Kirchner ha podido dar a entender que mientras él esté en el poder el país podrá prescindir de un instrumento supuestamente propio de "neoliberales" insensibles que por motivos siniestros sólo quieren hacer sufrir a la gente, pero los más parecen haber llegado a la conclusión de que la etapa así supuesta está acercándose a su fin y que ya es preciso hacer un serio esfuerzo por combatir la inflación, frenar el crecimiento del gasto público y asegurar que el suministro de energía sea adecuado, razón por la que dan por descontado que en las próximas semanas habrá algunas novedades ingratas.