CIPOLLETTI (AC).- Hay situaciones que no tienen una explicación racional. Parecería que Ceferino quería que Irene lo representara porque si no es imposible comprender la concatenación de hechos que hicieron que fuera ella la elegida para pintar la única imagen argentina del beato mapuche.
El primero de junio de este año un hermano suyo le pidió que lo acompañara a Chimpay porque, a pesar de vivir en Catriel, no conocía el lugar. "En un momento dado se acerca una persona que era el padre Ricardo Noceti a preguntarnos qué era lo que nos había movilizado hacia allí", comenzó la pintora Irene Mosiuk.
Recordó que, a pesar de ser casi invierno, "había bastante gente en el parque. Nos pusimos a charlar y en un momento dado el párroco empezó a contar que estaba muy angustiado porque no encontraba a alguien que hiciera una obra de Ceferino y que él necesitaba un cuadro, no una escultura, algo que pudiera transmitir colores". Por pudor o "un no sé qué" no se animó a decirle enseguida que ella pintaba y que su fuerte era el hiperrealismo. Menos aún que una de sus obras había sido publicada en un libro que rescataba a los mejores 100 artistas argentinos en ese estilo.
Pero la angustia del padre Noceti que insistía en que ese mismo día necesitaba a alguien porque a las tres de la tarde había una reunión con el artista roquense que iba a realizar la obra del atrio, la animó. "Me preguntó qué pintaba porque le había llamado la atención la situación y le mostré la imagen del libro", continuó Irene.
El padre Noceti no dejó pasar la oportunidad y casi la obligó a quedarse a la reunión de las tres. "Yo estaba anonadada, no sabía lo que sucedía, qué es lo que iba a pasar, cuál era el compromiso porque pintar una obra donde no hay una foto realmente real me inquietaba", recordó mientras mostraba por primera vez el cuadro de 1,30 por 1,70 metros que estará en la capilla de la cuna de Ceferino.Cinco días más le llevó a Irene decidir si aceptaba el desafío. Hasta que le llegó un mail de Noceti en el que le decía: "Creo que fue una gracia haberme encontrado providencialmente con usted el domingo pasado. Me interesó mucho su estilo, además de que usted es una creyente ortodoxa interesada en Ceferino. Me gustaría que vaya pensando en una tela para colocar en el fondo del templo dedicado al Cristo de la tierra y de la vida".
Irene es descendiente de europeos. Se crió en la colonia ucraniana de General Alvear en Mendoza y la vida la llevó a vivir algunos años en Catriel y ahora en Cipolletti. Pinta desde los cinco años y es autodidacta, aunque se perfeccionó con maestros de la pintura realista de Argentina. Cuenta también con numerosos premios de salones nacionales. Dos meses le llevó investigar sobre la vida de Ceferino y las condiciones de su época. Dos meses más realizar la obra que ayer estaba lista y enmarcada para viajar hoy hacia Chimpay donde quedará como una ofrenda suya.
Resaltan los colores y algo que fue su propia decisión: pintar a Ceferino junto a su madre porque como ella misma dijo "me impactaron las cartas que le escribió desde Italia y me parecía que en algún momento había que plasmar su imagen", aunque no se conoce su rostro ni tampoco se ve en la obra. El río Negro y la vegetación propia de la meseta patagónica enmarcan la imagen del Ceferino adolescente que murió a los 18 años, lejos de su tierra. "Fui plasmando también sus rasgos mapuches porque lo que objetaba era que todos las pinturas lo representaban con rasgos europeos", dijo Irene mientras reflexionaba sobre el avasallamiento a las tierras de los mapuches. "Creo que la beatificación de Ceferino tiene que servir un poquito para algo. Hay que respetarlos porque es su tierra. Hasta el momento hubo un vacío. La gente no alcanza a comprender el significado de tener un beato en la Patagonia".