La sideral distancia entre los mensajes, exhortaciones, consejos, acerca de lo que hay que hacer entre los "debemos" y "podemos" y la realidad, no es nada nuevo para compartir. En estos tiempos electorales, estoy segura que tiene más que suficiente.
Estaba considerando lo que vamos comprendiendo, y asumiendo, como "calidad de vida". A usted como a mí le han recomendado el deporte, y muy especialmente la natación; actividades como el yoga y otras disciplinas ayudan decididamente a conseguir un estado de cierta calma, al igual que otras tantas alternativas que a veces se conocen de boca en boca... y de la cual la medicina oficial reacciona con una sonrisita tolerante.
Ahora bien, aquí tenemos dos problemas. Uno: está encarado desde la prevención. Es decir, si yo quiero afrontar mejor una futura osteoporosis, tengo que empezar ahora, por ejemplo, con la alimentación, el movimiento, etc. Y, dígame, ¿quién puede encarar toda la vida en función de las probables enfermedades? Digamos que es una empresa sin la menor alegría, por lo tanto, ineficaz. Esto es así porque el concepto sigue ligando salud -enfermedad, tanto desde los organismos estatales como desde los colegios médicos. El cambio que viene de la mano de estos tiempos tiene que ver con el disfrute, el placer, el goce de la vida sin más vueltas, y esto tiene por consecuencia, generalmente, un estado saludable, físico y espiritual.
El otro problema es que a la hora de pretender canalizar esta calidad de vida, resulta que es inaccesible para la mayoría; porque pasado por el cedazo de la medicina, se convierte en una prescripción limitada como la hidroterapia. Y son muy pocas las obras sociales, estatales o privadas, y establecimientos deportivos y culturales, que ofrezcan estos beneficios a bajo costo.
Observe el tema ahora que se acercan las vacaciones: proliferan, y está muy bien, los campamentos de verano para los pibes y pibas; quizás un convenio con el Estado les dé la posibilidad de dos semanas de pileta y recreación... y basta, porque para que el funcionario pueda jactarse de que "miles de niños disfrutaron de...", el pibe atisba un mundo que apenas le abre la puerta, se la cierra. ¿Y el resto del año, qué?
Para nosotros los adultos, el tema está directamente ligado al poder adquisitivo, de tal modo que cuando desde los medios de prensa la consultora psicológica o el asesor deportólogo nos recita los beneficios de tal o cual disciplina para vivir mejor, lo que ocurre es que el mensaje llega a millones... y lo pueden implementar algunos pocos.
Creo firmemente que de la misma manera que a lo largo de muchos años ganamos los derechos a la salud, a que ésta incluyera los aspectos psicológicos, a la conformación de obras sociales masivas, hay que dar un paso más. Un paso gigantesco: empezar a impulsar estos derechos a la calidad de vida en forma decidida; que lo sienta el Estado, que haga convenios permanentes con las instituciones de la sociedad, que invierta en estas alternativas que no necesariamente significa estar enfermos, sino que lo merecemos, como ciudadanos y ciudadanas.
Ya sé que suena un poco... difícil. Bien: no conozco sistema que haya regalado graciosamente los derechos, ¿y usted? Ahora que empezó una nueva etapa en la vida institucional de nuestro país, quizás sería hora de plantearle a nuestros flamantes representantes, y a los que ya conocemos en la función pública, que vamos por más.
¡Por favor, por favor! Si a alguien se le ocurre algo como la creación de un Ministerio de Calidad de Vida o similar... olvídelo. No es para otro conchabo burocrático de tal o cual partido, es un cambio cultural que ya está en la mesa de debate.
Falta que la mesa esté servida para todos.
MARÍA EMILIA SALTO
bebasalto@hotmail.com