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  Viernes 02 de Noviembre de 2007
  Edicion impresa pag. 20 y 21 » Opinion  
  SEGUN LO VEO: Cristina en su laberinto  
Es comprensible que sienta aversión hacia el periodismo: es consciente de que si diera más entrevistas y conferencias de prensa, tarde o temprano tendría que defender lo que sabe es indefendible.
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uando se celebra una elección presidencial, todos son iguales. El voto de un indigente analfabeto vale tanto como el de un académico eminente o un magnate dueño de varias docenas de empresas. Pero sólo se trata de un breve momento. En los aproximadamente 1.460 días restantes, los puntos de vista de algunos pesan mucho más que los de otros. Quienes carecen de recursos materiales o culturales se alejan de los lugares en que se toman las decisiones más importantes, lugares que se ven ocupados nuevamente por quienes están en condiciones de hacerse oír. La opinión pública es en buena medida el producto de la clase media urbana. En cambio, el papel de los pobres es pasivo: constituyen un "problema", son "víctimas" o, para los menos caritativos, partículas sin rostro de una enorme masa indiferenciada cuya mera existencia motiva una mezcla de temor y exasperación.

Que éste sea el caso le plantea un desafío poco agradable a la presidenta electa Cristina Fernández de Kirchner, una señora de la clase media platense de ideas que ella cree progresistas y gustos que son característicos de su medio social. El grueso de aquel 45% que votó por ella es pobre, mientras que, como Elisa Carrió le recordó, en los centros urbanos principales del país la repudió el 70% del electorado. Si bien no tiene mucho sentido hablar, como hizo Carrió, de "legitimidad segmentada", ya que en una democracia no se discrimina entre los votantes por su ubicación social o económica, esto significa que Cristina tendrá que acostumbrarse a la sensación de que las personas con las que tiene más en común se le oponen, mientras que la mayoría de sus partidarios coyunturales le es ajena.

En tiempos no electorales, la voz de la clase media es mucho más alta y más persuasiva que la de los demás. Sus integrantes dominan los medios, tanto los gráficos como los electrónicos. Aunque abundan los "comunicadores" que por razones ideológicas o porque son compasivos sienten simpatía por los pobres, no suelen gustarles del todo los métodos empleados por los intendentes del conurbano bonaerense, los caudillos clientelistas del Norte del país, los punteros y así por el estilo que se encargaron de asegurar que los votos de quienes menos tienen sirvieran para engrosar el caudal oficialista. No se consideran "gorilas", pero comparten con Carrió, la abanderada por ahora de la clase media urbana, el desdén por "un estilo que implica corrupción, desmesura, nepotismo, falta de justicia social y desarrollo económico" que a su juicio es propio de un "país bananero". Frente a tales lacras, la actitud de socialistas, centristas y conservadores es la misma.

He aquí un motivo, acaso el principal, por el que Cristina y su esposo odian tanto a la prensa. Le temen por entender que incluso aquellos periodistas que en términos generales aprueban su retórica setentista encontrarán inaceptable su forma de actuar. Aunque a comienzos de la gestión de Néstor Kirchner muchos estaban más que dispuestos a minimizar la importancia de detalles como el supuesto por la corrupción endémica, les cuesta pasar por alto la manipulación impúdica de ciertos índices económicos y el hecho de que, a pesar del presunto compromiso del gobierno con la equidad, los subsidios proliferantes beneficien más a los relativamente acomodados que a los pobres.

Salvo una minoría de incondicionales, ya critican con mordacidad al gobierno muchos de los que en mayo y junio del 2003 se convencieron de que por fin el país tenía un presidente que no sólo era progresista sino también lo bastante duro como para embestir contra quienes calificaban de reaccionarios. Sucede que con escasas excepciones los periodistas quieren estar en favor de la honestidad, razón por la que escándalos como el protagonizado por Felisa Miceli y el valijero venezolano, además de la inutilización del INDEC, han indignado incluso a quienes cuatro años antes aplaudieron a Kirchner con más fervor.

Es probable que Cristina sumaría su voz al coro condenatorio si no fuera una presidenta electa cuyo ascenso vertiginoso a la cima de la política nacional hubiera sido difícilmente concebible en un "país normal", uno en que se respetaran de verdad las normas propias de una democracia moderna. Por cierto, sería insólito que una mujer de su formación intentara reivindicar el clientelismo, la dedocracia, el uso de los recursos públicos para promover a una candidata presidencial determinada y otras manifestaciones de vicios que al parecer son congénitos de la politiquería criolla tradicional. Es por lo tanto comprensible que sienta aversión hacia el periodismo local: es consciente de que si diera más entrevistas y celebrara conferencias de prensa, tarde o temprano tendría que defender lo que sabe es indefendible.

A diferencia de Néstor Kirchner, que nunca manifestó mucho interés por su imagen en el resto del mundo, Cristina cuida la suya tanto como su propia apariencia física, de ahí todas aquellas reuniones preelectorales con mandatarios europeos, políticos norteamericanos, intelectuales y celebridades cosmopolitas. Quiere que la crean una presidenta moderna que comprende muy bien el significado de los cambios que ha experimentado el mundo en décadas recientes y que se ha propuesto hacer lo necesario para que la Argentina salga de su aislamiento no sólo financiero sino también político, a fin de poder aprovechar las oportunidades posibilitadas por la globalización. Sin embargo, para que la imagen internacional de Cristina se aproxime a la realidad, tendría que emprender una multitud de reformas políticas, sociales y administrativas que, siempre y cuando no le perjudiquen en el bolsillo, podrían complacer a la clase medida urbana pero que enojarían sobremanera a Néstor y a muchos militantes peronistas que están conformes con el orden político tal y como es, lo que resulta lógico porque les ha permitido prosperar. Asimismo, si como presidenta Cristina trata de tomar medidas económicas que merecerían la aprobación de sus nuevos amigos de la progresía española, francesa, alemana y norteamericana, chocaría en seguida contra el poderoso lobby proteccionista que ha sido un aliado esencial del gobierno de su marido, como lo fue antes de aquel de Eduardo Duhalde.

Cristina, pues, se encuentra en una situación ingrata. Si privilegia lo que es de suponer son sus propios instintos y, desde luego, su deseo muy natural de ser tomada por un miembro de la elite progresista mundial con la inteligencia e imaginación suficientes como para romper con ideologías anticuadas y abandonar prácticas tercermundistas reprensibles, pronto se verá convertida en blanco de los ataques de muchos que trabajaron para que fuera elegida presidenta. Si opta por imitar a su marido, aunque fuera de modo un poco más elegante, dirigentes destacados del Primer Mundo le dejarán saber que en su opinión es una populista retrógrada que, lejos de preparar a la Argentina para un despegue definitivo, está despilfarrando una oportunidad acaso irrepetible para hacerlo y en consecuencia despejando el camino hacia la próxima gran crisis.

Mientras duró la campaña electoral, Cristina no se sintió constreñida a aclarar sus intenciones, razón por la que la mayoría de los medios más prestigiosos del exterior se limitó a tratarla como una figura glamorosa, un tanto exótica si bien no demasiado, sin opinar acerca de sus presuntas propuestas, aunque algunos la criticaron con acritud al dar por descontado que su gestión será más o menos igual a la de su marido, a quien consideran antipático y miope. Por ser la persona que es, Cristina no puede sino haberse sentido dolorida por los comentarios que la pintan como una populista no muy lúcida que merced a Néstor y a un conjunto de sindicalistas toscos, caciques cínicos y caudillos feudales acaba de trepar hasta la presidencia de la Argentina. Ésta dista de ser la imagen que quiere, pero por desgracia no le será nada fácil modificarla.

JAMES NEILSON

 


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Los comentarios que aparecen a continuación son vertidos por nuestros lectores y no reflejan la opinión de la Editorial Río Negro S.A. Los comentarios se publican sin editarlos y sin corregirlos.
Nos dejo su opinión
03/11/2007, 10:55:58
Isaac Rojas
Se nota que son todos peronachos incorregibles los que comentan este nota: ¿desde cuando tener una mayoría de tu lado te pone en posesion de la verdad? Ignorantes vayan a trabajar.
02/11/2007, 17:50:06
Stella Campetelli
La verdad la crónica que hace el Sr Nielsen, me da repulsión. Que alguien se exprese de esa manera de la electa presidenta por la mayoría del pueblo argentino,demuestra que el apoyo que le dió a éste modelo todo un pueblo, para él no es vàlido. Será que el señor sangra por la herida???
02/11/2007, 15:16:56
Juan Chaneton
Felicitaciones a Fernando PS.
02/11/2007, 11:21:32
Fernando PS
Como de costumbre, el ex astrólogo Jaime Nelson predice catástrofes que ocurrirán en el país provocadas por el kirchnerismo. Resulta divertido leer hoy las opiniones que el ex redactor de horóscopos escribió hace cuatro años sobre el futuro próximo de Argentina, que no se cumplieron. Tal vez, el autor de la nota, que exige a los políticos transparencia, podría dar una lección de honestidad aclarando quiénes financian sus editoriales. El periodismo se hace llamar el cuarto poder, pero sus integrantes, no elegidos por el voto popular, no se ven obligados a aclarar cuáles son sus conflictos de intereses o declarar cuál es su patrimonio. Mientras no lo hagan, sus opiniones deben ser tomadas como los horóscopos que Jaime publicaba en su juventud.
 
 
 
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