Además de consagrar a la senadora Cristina de Kirchner como la próxima presidenta de la Argentina, las elecciones del domingo pasado convirtieron a Elisa Carrió en la jefa virtual de la oposición, marginaron acaso de forma definitiva al peronista Roberto Lavagna, cuyas aspiraciones no fueron favorecidas por el respaldo que le dieron Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde, y asestaron otro golpe doloroso a Ricardo López Murphy que, a pesar de representar una corriente política que en otras latitudes disfruta de muy buena salud, aquí atrae sólo a una minoría minúscula. Asimismo, fortalecieron a Daniel Scioli, un político de ideas y formación muy distintas de las de Cristina y su marido que, si bien milita en el oficialismo, podría transformarse en un opositor en cualquier momento. En cuanto a Mauricio Macri, los resultados le informaron que el triunfo mayúsculo que consiguió en la Capital Federal hace algunos meses no sirvió para hacer de él un referente muy influyente, ya que fue mediocre el desempeño, incluso en su propio distrito, de aquellos candidatos que contaban con su bendición. Puede que una buena gestión como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le permita recuperar la ilusión de ser un presidenciable casi imbatible en el 2011, pero también tendrá que considerar la posibilidad de que no lo ayude del todo en el resto del país.
Elisa Carrió jura que no se presentará más como candidata a la presidencia, pero no le será fácil resistirse a la tentación de intentarlo otra vez, sobre todo si en los próximos años se dan motivos para creer que la popularidad de los Kirchner está en baja y que está produciéndose una reacción generalizada contra su "hegemonía" como la que despejó el camino para la Alianza a fines de la década de los noventa cuando el menemismo perdía su encanto. Con todo, por lo pronto Carrió tendrá que dar prioridad a la Coalición Cívica que fundó y que, a diferencia de su vehículo político anterior, el ARI, parece aspirar a ser algo más que una agrupación mayormente testimonial. Para disgusto de muchos aristas que desde hace tiempo han sido simpatizantes de Carrió, la Coalición Cívica ha resultado ser lo bastante amplia como para incorporar a personas como el ex presidente del Banco Central, Alfonso Prat Gay, que durante la campaña no vaciló en afirmar que sería mejor una tasa de crecimiento menor que la actual porque a su juicio es urgente hacer frente al peligro planteado por la inflación, un alarde de "ortodoxia" que según parece no perjudicó en absoluto ni a la candidata presidencial ni a los vinculados con ella. Siempre y cuando la Coalición Cívica logre consolidarse, Carrió podría ser una excepción a la regla deprimente según la cual quienes consiguen una cantidad de votos muy respetable en elecciones importantes sin por eso recibir como premio un puesto destacado resultan incapaces de aprovecharlo. En mayo de 2003, López Murphy pareció destinado a ser el líder de la oposición, pero cuatro años más tarde tuvo que conformarse con una pequeña fracción del 16,4% de los votos que obtuvo al llegar tercero después de Carlos Menem y Néstor Kirchner.
El reto que enfrentan los diversos dirigentes opositores consiste no sólo en ensamblar un aparato político que esté en condiciones de sostener un eventual gobierno sino también en formular una alternativa al "proyecto" oficialista que sea a un tiempo realista y atractiva para entonces convencer a la ciudadanía de que le convendrá elegirla. Merced al fracaso de la Alianza, la mayoría recela de los frentes meramente electoralistas conformados por políticos de ideas muy diferentes, de suerte que para prosperar un movimiento opositor tendría que aglutinarse en torno a un programa común en lugar de depender del presunto carisma de quienes lo lideran. Carrió y los demás artífices de la todavía embrionaria Coalición Cívica parecen entender la importancia de las ideas, principios y propuestas, pero aún les queda mucho para hacer antes de que la organización que han creado resulte ser algo más que otro minipartido hecho a la medida de alguno que otro dirigente pasajeramente popular que, lejos de ayudar a recomponer las fragmentadas agrupaciones políticas que el país heredó del pasado, sólo sirve para hacer todavía más confuso un panorama que se caracteriza por la ausencia de partidos auténticos.