Durante los años noventa el MPN, similar a lo ocurrido con otros mundos partidarios, se mostró como siempre había sido: una coalición de tres partidos. O en todo caso, como organización política siempre en movimiento, abandonó una gran parte de su historia pasada de liderazgo indisputado para construir distintos presentes donde la clave de sus éxitos electorales radicó en los aportes de tres organizaciones y sus respectivos conjuntos de caciques partidarios. Lo cierto es que cada una de esas entidades contaba, por la medida de sus aspiraciones, desafíos y sentido realista de la política, como conquista de voluntades. También por sus eventuales excesos. Todo ese conjunto se puso en juego en el ciclo electoral que se cerró este domingo. El balance no es muy alentador porque ,de acuerdo a la cosecha votos obtenidos, a las posiciones de poder conquistadas y a las tensiones de cada una de esas tres partes, quedó en evidencia que el MPN ha conocido mejores y más prometedores momentos.

De los tres partidos que lo constituyen dos viven la hora de la capitulación. Ambos afrontaron tres derrotas simultáneas y la mayor de ellas, de consecuencias previsibles, ocurrió el pasado domingo. También fueron tres las derrotas para estas dos partes dentro de un ciclo completo que arrancó en noviembre del año 2006, al dirimirse la interna partidaria.

No hay duda de que el primero de los partidos derrotados fue "el nacional", el de creación forzada por el gobernador Jorge Sobisch. Hablamos de su Movimiento Provincias Unidas Su debacle arrancó paradójicamente en paralelo a su lanzamiento, en tiempo cercano a las primarias partidarias de hace once meses cuando su creador no lograra controlar el proceso de sucesión. Tampoco bloquear el ascenso de quien, con un estilo diferente, sostenía la necesidad de retrasar el reloj de aquella nueva criatura. El triunfo de Jorge Sapag era victoria y derrota a un mismo tiempo. Ganaba el partido provincial el del refugio provinciano y perdía el acaudillado por Sobisch.

Pasados los meses ese partido nacional sufrió una segunda y más mediática derrota. Sucedió cuando la política del orden, que terminó con la muerte de un maestro en las calles y desembocó en el abandono de sus antiguos socios para la empresa mayor.

La tercera y más categórica derrota esta aún caliente y sin duda será la más dura de afrontar para sus promotores. Fue decisión inapelable de los votantes del país y en particular de los neuquinos. Ahora, con tres fracasos consecutivos, parece acabarse definitivamente el tiempo Sobisch y las pretensiones de la "parte nacional" del MPN. De hecho la última de las derrotas dejó debilitada su representación federal al perder por primera vez la mayoría en senadores, dejando un cuadro de representación legislativa a escala nacional dividido en dos justas mitades. Aun así, siendo importante dicho bloque un senador y tres diputados el MPN quedó desvalido de uno de sus puntales senatoriales para sostener una estrategia que suponía de mayor alcance. En otros términos, quedó debilitada la promesa de un federalismo de concertación.

La derrota nacional arrastró al MPN provincial, el segundo de los partidos. A esto hay que sumar un mundo de derrotas anteriores a escala municipal. El listado es largo: Centenario, Chos Malal, Plaza Huincul, Plottier, Cutral Co, Rincón de los Sauces. Y este domingo sumó la imposibilidad de reconquistar la ciudad capital.

El tercer partido que vive la hora de la frustración es el que tiene su principal arquitectura en la seccional primera de Neuquén capital. Este también tuvo, y en algún sentido conserva, el sello de Sobisch al convertir una temprana época de aprendiz de lides colectivas para desentenderse de ese sentido y avanzar decididamente en uno de los procesos más claros de "individuación" de la política. Lo cierto es que importa esta parte del MPN por contener el mayor número de afiliados y por ser también la cuna de esa nueva y pujante élite partidaria convocada por el ahora fenecido liderazgo de Sobisch, que hizo de cada una de esas currículas políticas una mixtura de derroteros profesionales individuales, tanto modernizantes como productores de redes clientelares premodernas. Mientras los primeros conformaron un nuevo perfil de clase media de gerenciamiento político, desde las barriadas populares se cosechaban los votos. Por esa orfandad de memoria e identidad de esos "cuadros", fue perdiendo terreno mucho antes de la última derrota y fueron muy pocos los que pudieron validar sus títulos en la escena electoral. Y para colmo, en su realidad el partido de la ciudad sumó el tercer fracaso.

Dejando de lado la derrota sufrida en el 2003, la más reciente tiene cierto parecido a la de 1999, cuando fue desbancado del poder municipal. Seguramente la clave de ambos fracasos deberá evaluarse por la extraña combinación de oportunismo electoral de algunos sectores que acompañaron al oficialismo municipal con sus listas colectoras como por arrastre negativo del partido nacional de Sobisch. También por la dificultosa ingeniería electoral montada por todos y tan permisiva del mundo de la Justicia electoral.

De allí que cuente no sólo el fracaso electoral de un candidato que a la vista del caudal de votos obtenido resultó ser lo mejor que podía ofrecer el MPN de la ciudad sino también el derrumbe de una figura importante para un eventual recambio. Vale recordar que Brillo primero quiso ser gobernador y luego, convencido de que mejor era obtener credenciales electorales en el refugio municipal, podría eventualmente tomarse un tiempo de espera y regresar sobre sus iniciales pasos.

¿Y qué sucedió con el partido de Jorge Sapag, el "provincial"? Sufrió la derrota de sus candidatos para un "federalismo de concertación" y además su primer señal de cohabitación partidaria. Sin embargo el estrepitoso fracaso del partido nacional de Sobisch y lo ocurrido con el de la ciudad le exige pensar una cultura política provincial diferente. Sobre todo al verse obligado a privilegiar una cohabitación del poder provincial con una poderosa liga de intendentes no empenistas. En definitiva: un partido de provincia urgente por pensar una historia de realineamientos internos que podría eventualmente avanzar en una nueva fundación para integrar nuevas "partes", que curiosamente vendrán de aquellos que hoy le hicieron conocer el sabor amargo de la derrota.

GABRIEL RAFART (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Profesor de Derecho Político de la UNC