No obstante sus largos años de residencia en el extremo sur de Santa Cruz, el perfil de la senadora Cristina de Kirchner es el de una señora de la clase media urbana bonaerense con inquietudes culturales y opiniones que se consideran progresistas, pero según todas las encuestas los votantes que comparten tales características propenderán a favorecer a distintos representantes de la oposición, de suerte que en las principales ciudades del país podría resultarle difícil superar el 25%. En cambio, se prevé que Cristina arrasará en las zonas más pobres del interior y del superpoblado conurbano bonaerense, lo que le permitiría compensar con creces el escaso entusiasmo que sienten por su candidatura quienes tienen más en común con ella para que alcance el más del 40% del total nacional que necesitará para ahorrarse una segunda vuelta. Que éste sea el caso es paradójico. En vez de procurar convencer a los descendientes de los descamisados peronistas de antaño de que en el fondo es una de los suyos, Cristina ha subrayado su condición de representante de la clase media adinerada. En el exterior, los confundidos por la presunta voluntad de millones de argentinos pobres de votar por una mujer multimillonaria que presta mucha atención a su propia apariencia y claramente prefiere hacer campaña en París o Nueva York, codeándose con dirigentes extranjeros, que en el país mismo, la atribuyen a una supuesta nostalgia por Evita Perón, pero ocurre que a diferencia de aquella figura mítica Cristina no es de origen "humilde" y nunca ha fingido serlo, de modo que su triunfo previsto no será sentido por nadie como el de una pobre que haya logrado superar una multitud de dificultades para llegar a la cima del poder.
¿A qué se deberá, pues? En buena medida a los logros macroeconómicos que se han producido durante la gestión de su esposo y a las tradiciones clientelistas. Con todo, aunque el vigoroso crecimiento macroeconómico de los últimos cinco años ha beneficiado a la mayoría de los pobres, también es innegable que quienes tienen más motivos para celebrarlo son los que pudieron conservar su lugar en la clase media luego del colapso de comienzos del siglo y, en especial, los que han conseguido aprovechar las circunstancias para agrandar su patrimonio, pero desgraciadamente para los Kirchner se trata de un sector al que no le gusta la demagogia, que se siente alarmado por la falta creciente de seguridad y que se queja más por la aceleración de la inflación a pesar de que los más golpeados por el aumento llamativo de los precios de los bienes que conforman la canasta familiar han sido quienes menos tienen.
Para Cristina, la hostilidad latente de la clase media urbana no puede sino ser preocupante. Puesto que en la Argentina, como en otros países, es la que fija la agenda política, no le conviene del todo que el grueso de sus integrantes haya asumido una postura crítica, sobre todo si andando el tiempo surgen problemas que perjudiquen al electorado mayormente peronista que, mal que le pese, constituirá la base de sustentación de su eventual gobierno. Aunque es de suponer que, lo mismo que los demás políticos, Cristina seguirá hablando de la necesidad de reducir la brecha económica que separa a la minoría relativamente acomodada de la inmensa mayoría de sus compatriotas, a juzgar por la gestión de su marido se resistirá a tomar medidas que podrían enojar todavía más a quienes viven en los centros urbanos más importantes. A pesar de su estilo verbal populista, el presidente Néstor Kirchner no vaciló en crear una situación en que los consumidores porteños pagarían mucho menos por el gas que consumen que los pobres que lo compran en garrafas. También se subsidia el consumo de electricidad de la clase media. Si bien tales favores por parte del presidente no lo ayudaron a congraciarse con aquel segmento clave de la población, por lo menos sirvieron para reducir el riesgo de que se produjeran cacerolazos en los barrios más prósperos de la Capital Federal cuyos residentes reaccionarían con indignación ante cualquier intento por obligarlos a pagar lo mismo por el gas o la electricidad que los pobres del interior. Por tratarse éstos de votantes considerados cautivos, sorprendería que sus necesidades figuraran entre las prioridades de un gobierno encabezado por Cristina.