Luego de decir que el asesinato de tres policías en una dependencia del Ministerio de Seguridad bonaerense en La Plata podría ser consecuencia de un "ajuste de cuentas" o de "un hecho mafioso", lo que era una forma de confesar que todavía no contaba con información fiable, el presidente Néstor Kirchner dio a entender que a su juicio lo más probable sería que "tenga que ver con los juicios que se están llevando adelante" de los represores de la dictadura militar más reciente con el presunto propósito de afectar los resultados de las elecciones presidenciales. Aunque por ahora cuando menos dicha tesis no parece muy convincente, encaja en la pretensión de Kirchner de presentarse como el paladín de una Argentina nueva, radicalmente distinta de la de antes, que lucha con valentía contra aquellos sobrevivientes del país viejo que no quieren entender que los tiempos han cambiado. También procuraron darle al crimen connotaciones políticas funcionarios bonaerenses que lo imputan al deseo de intensificar la sensación de inseguridad que se ha difundido en una provincia electoralmente clave. Resulta probable que estén en lo cierto, pero también lo es que los autores estuvieran menos interesados en los comicios próximos que en robar armas o en cobrar venganza por un accionar policial en su contra. Otra posibilidad, por desgracia, es que se ha tratado de un episodio en una interna policial truculenta. De todos modos, que los políticos estén obsesionados por las elecciones del 28 de este mes puede entenderse, pero esto no quiere decir que compartan sus sentimientos los delincuentes.
Si bien las autoridades de la provincia de Buenos Aires y otras jurisdicciones insisten en que, gracias a sus esfuerzos, exageran mucho quienes dicen que el país está a la merced de criminales cada vez más violentos que pueden robar, secuestrar y asesinar con impunidad, les sería inútil procurar negar que en opinión de muchos la situación se ha agravado en los años últimos. A pesar de las purgas repetidas emprendidas por el ministro de Seguridad bonaerense León Arslanian, la fuerza policial más grande del país no disfruta aún de la confianza de la ciudadanía, razón por la que sigue siéndole muy difícil cumplir sus deberes con eficacia, puesto que en el mundo entero los encargados de enfrentarse con el crimen no pueden hacerlo de manera satisfactoria a menos que cuenten con la colaboración de los demás. Asimismo, no cabe duda de que las medidas que se han tomado a fin de apartar de la Bonaerense a policías considerados corruptos, cuando no vinculados directamente con el crimen organizado, han resultado desmoralizadoras para muchos y que las injusticias cometidas han influido negativamente en una organización cuyos integrantes se juegan la vida a cada momento y por eso tienen que poder confiar totalmente en la buena voluntad de sus compañeros y de la solidaridad de la ciudadanía en su conjunto. Aunque dadas las circunstancias las reformas ensayadas por Arslanian fueron claramente necesarias, tendrá que transcurrir mucho tiempo más antes de que la Bonaerense se convierta en una fuerza eficaz y disciplinada que esté en condiciones de proteger a la gente.
Por razones legítimas, la inseguridad ciudadana se ha erigido en uno de los temas más importantes de la campaña electoral en un distrito cuyo voto será decisivo, de ahí las sospechas de los oficialistas de que el propósito de los asesinos fue desprestigiarlos con la esperanza de privarlos de algunos votos y beneficiar a candidatos como el ex comisario Luis Patti o Juan Carlos Blumberg, un hombre que ha hecho de la necesidad de luchar con más ahínco contra el crimen su preocupación principal. Sin embargo, aunque es concebible que lo que sucedió en La Plata ayude a quienes dan prioridad a la ley y el orden, los más perjudicados no serán los peronistas sino aquellos candidatos que privilegian el respeto por las normas básicas que deberían regir en una sociedad civilizada. Al fin y al cabo, en nuestro país resulta habitual suponer que sólo los peronistas tienen la capacidad para garantizar "la gobernabilidad", razón por la que quienes piensan así suelen creer que sería riesgoso votar por radicales, liberales o izquierdistas, ya que en los períodos más anárquicos los delincuentes suelen hacer su agosto.