Especial para "Río Negro"
En los mamíferos adultos, entre los cuales se encuentra el hombre, el ombligo no tiene demasiado sentido funcional. No traslada como los pies, no oxigena como los pulmones y no coordina como el cerebro. Sin embargo, tiene una importancia gloriosa a la hora de la autoestima. Admirar su propio centro anatómico se transformó en la sociedad contemporánea en modo sublime para sentirse alguien. Por alguna razón, aún no suficientemente estudiada, en política esa sensación se encuentra elevada al cubo. Tal vez por eso se puede explicar lo seductor, casi narcotizante, del poder. Sin embargo es frecuente observar cómo esa adicción nubla la visión y no permite distinguir lo conveniente de los tonos grises. Tampoco diferencia la paja del trigo, con lo cual muchos de los protagonistas estelares prefieren confiar en su propia intuición y dejar de lado lo objetivo de las evidencias. No vaya a ser que éstas (las señales provenientes del conocimiento) torpedeen el proyecto político, generalmente camuflado con el de su propia vida.
La provincia del Neuquén es un paradigma único. Tiene héroes y bandidos; defectos netamente argentinos y virtudes propias de países serios; cegueras manifiestas y claridades conceptuales de coherencia envidiable; historias de vida audaces y filibusteros ofreciendo teorías como manera de sobrevivir; extremos dogmáticos golpeándose por debajo de la mesa y ejemplos de altruismo absolutamente inadvertidos; hombres jugados por ideales y predicadores embusteros proponiendo baratijas ideológicas. Definitivamente, Neuquén es un interesante laboratorio sociológico. En los últimos 40 años quintuplicó su población. Esto se debió a que el territorio (hasta los '60 uno de los más pobres y atrasados) se transformó, de repente, en fórmula y espejo para el desarrollo moderno. Entre los '70 y '90, mientras el PBI argentino crecía al 1% anual de promedio, Neuquén lo hizo al 10%. Las grandes obras hidroeléctricas y la exploración/explotación de gas y petróleo actuaron como estímulos para la demografía por inmigración. Esto trajo como consecuencia un colapso en los servicios públicos (hospitales, escuelas, agua, cloacas) y una expansión descontrolada de la urbanización. Un fenómeno tan explosivo (Neuquén en 1960 era una comarca de 100.000 habitantes con hábitos rurales, comerciales, mineros y de transportistas camioneros), necesariamente, generó un mecanismo clásico de transculturización, el cual avasalló los usos y costumbres de los nacidos y criados. En la actualidad, por ejemplo, los códigos sanisídricos de San Martín de los Andes, Villa La Angostura y los barrios cerrados de la capital provincial se chocan con la revolución soviética de los alrededores de la Universidad Nacional del Comahue. En el medio una gran mayoría silenciosa, trabajadora y con deseos de progreso en estado de frustración.
Profundizando los extremos del péndulo, en el Neuquén siglo XXI existen señales que muestran una economía en franca expansión. El mercado automotriz de unidades 0 km y la evolución de ventas en supermercados son indicadores que ubican el módulo neuquino entre los más sólidos, en materia de ingresos, de toda la República Argentina. Sin embargo del otro lado de la moneda, las tasas de pobreza e indigencia desnudan una realidad agobiante. Todo un complejo de marginalidad, exclusión e iniquidad muy difícil de neutralizar, si es que no se imprime la suficiente voluntad política.
Una observación: el promedio de toda la República Argentina (31,4% 11,2%) se encuentra francamente deformado por la influencia del NOA y del NEA. Tan solo a modo de ejercicio, si se excluyen estas regiones del modelo, se puede observar una primera alerta estadística: Neuquén se ubicaría (en este caso) distanciado de la media argentina. Una segunda lectura crítica se puede hacer desde lo regional. Neuquén tiene el doble de tasa de pobreza y un 30% más de indigencia que el promedio de la Patagonia. Es decir, que actúa como palanca que agrava todo el indicador patagónico. De excluirla del modelo, se podrían obtener valores de pobreza e indigencia más benignos para toda región.
El dilema de las dos colas neuquinas (enormes ingresos y parámetros sociales casi crueles) actúa complicando la capacidad para el desarrollo. Simplemente porque toda la acción de gobierno se transforma en máquina de atender la coyuntura. De esta manera la política asistencial, la inagotable demanda de servicios públicos, la violencia y la inseguridad agotan los esfuerzos de la acción de gobierno. También el fenomenal avance de la macrocefalia urbana del departamento Confluencia, la cual se lleva gran parte del esfuerzo gubernamental. Ciertamente, las alternativas como para resolver la situación tampoco aparecen en las agendas de quienes dirigen las variables de la política.
La provincia del Neuquén fue apetecida, desde siempre, por las aspiraciones de los gobiernos centrales. En 1973 se transformó en la única jurisdicción no conquistada por el fabuloso avance del poderío camporista. En 1974 le ganó en las urnas nada menos que al general Perón. En 1983 Alfonsín no pudo, con toda la euforia de esos entonces, tomar la plaza neuquina. Menem perdió dos veces, De la Rúa una y Kirchner lleva dos intentos frustrados para hacerse del único elemento que le quita el sueño: la energía existente en el subsuelo del Quimey Neuquén. Este hecho inédito de permanencia no es casual. En realidad, hasta finales de los '90 fue conducida por hombres del llano. Sabían cómo funcionaban sus vecinos y de ningún modo se comportaron como gurúes iluminados por la última moda dialéctica. No obstante, nunca dejaron de rodearse de primeras y segundas líneas administrativas de sobrada calidad técnica. Es así cómo el diseño de provincia formulado en 1963 aún tiene vigencia. Neuquén fue ejemplo (tal vez único) de absoluta planificación, hasta que los propósitos fueron reemplazados por inercias y consentimientos.
Promediando la década del '90, el pragmatismo menemista había logrado persuadir a la mayoría de la sociedad neuquina. Nadie imaginaba que vivir dolarizado a propulsión de deuda externa era un factor de riesgo. De un día a otro, el altar de la convertibilidad se desplomó sin respetar antecedentes, títulos ni honores. De pronto se desnudó la realidad y todas las miradas apuntaron a los primeros actores nacionales del escenario en llamas. En medio del revoleo ninguno se percató de que en Neuquén algunas trayectorias eran sepultadas, mientras ciertos estilos para construir poder se estaban poniendo en marcha. En dos gestiones consecutivas se pulverizaron los principios históricos que caracterizaron a los anteriores gobiernos en términos de Estado benefactor. Es más, Neuquén se transformó, a partir del 2000, en baluarte residual del prototipo noventista.
Con demasiada facilidad floreció una peculiar maqueta que terminó negando todo lo que habían cimentado los antecesores de la calle Rioja, esquina Roca: escuelas que enseñen, hospitales sin conflictos, proyectos que aumenten las posibilidades laborales y programas que promuevan crecimiento con mirada social. En otras circunstancias esta arquitectura hubiera durado poco, pero el fundamentalismo musulmán, las Torres Gemelas y la invasión a Irak aportaron el oxígeno necesario. Es decir dinero verde impensado, producto de regalías bendecidas por el precio bélico de los hidrocarburos. En vez de fortalecer el desarrollo interno, el gobierno neuquino endeudó la provincia, mientras el horizonte de su propio pueblo se esfumaba tras una aventura presidencial con algo de vanidad y mucho de incertidumbre. Todo por un ombligo que, al final de cuentas, es la antítesis del sueño de los ciudadanos de a pie: confiar la cosa pública en la figura de un estadista.
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