Aunque casi todos coinciden en que la senadora Cristina de Kirchner ganará las elecciones presidenciales por un margen ridículamente holgado, parecería que su marido aún tiene sus dudas en cuanto al resultado. Será por eso que, al acercarse el 28 de octubre, está esforzándose tanto por impulsar aún más el consumo y complacer a aquellos empresarios que le son afines presionando a los bancos para que bajen las tasas de interés. Puede que la sensación de dinamismo que está procurando transmitir ayude a aumentar todavía más el caudal electoral de Cristina, pero también le ocasionará problemas adicionales después cuando, como se prevé, ocupe la presidencia de la República y llegue el momento de pagar por los excesos electoralistas.
Si el índice oficial de inflación fuera tan "perfecto" como dice creer el presidente Néstor Kirchner, las tasas de interés bancarias son altas en comparación con las habituales en los países avanzados, pero si los índices estimados por consultoras privadas reflejan mejor la realidad, son ya sumamente bajas, ya negativas. Puesto que con la hipotética excepción de quienes están a cargo de entidades públicas los banqueros confiarán más en la información procedente del sector privado, es natural que se hayan resistido a "colaborar" con el presidente, y con la campaña electoral de Cristina, repartiendo préstamos a sabiendas de que perderían dinero. Tal actitud no tiene nada que ver con la codicia o con sus eventuales motivaciones ideológicas. Lo mismo que los ahorristas que últimamente son reacios a dejar su dinero en bancos que pagan intereses inferiores al índice inflacionario no oficial, los banqueros se preocupan más por lo que está ocurriendo en el mundo que efectivamente existe que en la versión kirchnerista de la realidad económica.
Con el fin de persuadir a los banqueros de firmar un acuerdo equiparable a los celebrados con los supermercados, almaceneros y autoservicios, el gobierno no se ha limitado a amenazarlos con medidas punitorias. Según se informa, podría ordenar al Banco Central prestarles cuantiosas sumas de dinero a tasas reducidas. Una vez más, se trataría de una forma de subsidiar el consumo y dar un impulso a ciertos sectores empresariales con la esperanza de asegurar que los problemas económicos que están asomando no incidan en los resultados electorales, lo que podría entenderse si el destino de Cristina dependiera de las decisiones de un puñado de indecisos pero que parece un tanto extraño en vista del consenso de que triunfará con facilidad en la primera vuelta, lo que le ahorraría la necesidad de enfrentar el ballottage.
Es lógico que el gobierno esté resuelto a prolongar lo más posible la etapa caracterizada por una tasa de crecimiento muy alta pero, puesto que los Kirchner confían en seguir administrando el país por lo menos cuatro años más, acaso no le convendría continuar apostando a que su propia voluntad sea más poderosa que los mercados. Aunque, como todos los gobiernos, puede dominarlos durante cierto tiempo, tarde o temprano distorsiones tan graves como las causadas por su manipulación desastrosa de ciertos índices económicos clave resultarán insostenibles. A juzgar por la experiencia tanto propia como ajena, tales esfuerzos por perpetuar un proceso de expansión siempre terminan mal. Es posible que Kirchner realmente crea que la razón por la que otros períodos de crecimiento no se perpetuaron consiste en que "nos sentimos menos", como dijo hace poco, de suerte que lo que el país necesita es un mandatario con las agallas suficientes como para correr más riesgos, pero por desgracia el asunto no es tan sencillo. En el pasado etapas de crecimiento rápido se vieron seguidas por un bajón no porque el gobierno de turno fuera demasiado pusilánime sino porque no llevó a cabo las reformas "estructurales" necesarias para que la economía se hiciera mucho más productiva y eficiente. Desafortunadamente, el encabezado por el presidente Kirchner ha hecho muy poco para prepararnos para el día en que termine el crecimiento posibilitado por una coyuntura internacional benigna, motivo por el que es poco probable que prosperen sus intentos actuales de postergar la desaceleración temida.