En la primera nota de la serie "Utopías argentinas", publicada el 6/9/07, nos preguntábamos si era posible ponernos de acuerdo en los mandatos básicos que debiéramos exigir que cumplan nuestros mandatarios, más allá de banderías políticas e ideologías o si ésa es una primera utopía.
En la segunda, publicada el 20/9/07, la pregunta era si la democracia que tenemos en el país podía llegar a ser una democracia de verdad o si es ésa una segunda utopía, pues el sistema vigente no cumple con uno de sus principios fundamentales: no funciona la representatividad.
Esta tercera nota trata de la necesaria participación del ciudadano para alcanzar una verdadera democracia. Si entendemos que una nación democrática sólo puede existir a partir de una ciudadanía mayoritariamente democrática, debemos preguntarnos si esa mayoría democrática existe en nuestro país o es una utopía más.
Las preguntas que, considero, caben ante este tema son las siguientes: ¿el común de los argentinos, somos democráticos?, ¿cómo debiera ser el ciudadano democrático?
La democracia está consagrada en nuestra Constitución, que establece las reglas de un sistema democrático. Desde la escuela nos enseñan qué es la democracia, cómo funcionan (o debieran funcionar) los poderes del Estado, las elecciones, los partidos políticos, etc. De allí que la gran mayoría de los argentinos da por descontado que estamos en un país democrático, pese a los periódicos e históricos golpes de Estado y a la alternancia de gobiernos totalitarios y electivos. Pero les tengo una mala noticia, muchos de nosotros no tenemos claro qué significa ser democrático y las responsabilidades que ello implica. Creo que nos resulta cómodo decir que somos democráticos, casi nadie lo discute y se considera que es mejor que cualquier otra alternativa.
Pero, así como en mis notas anteriores, intentaba explicar por qué si no funciona la representatividad no hay una verdadera democracia, del mismo modo podríamos afirmar que no existe tal democracia verdadera si el ciudadano no tiene la vocación, ni la voluntad de ejercerla y tampoco se hace responsable por mantenerla y llevarla adelante. En nuestro país existe una importante franja de la población que no ha asumido la responsabilidad que implica la votación y mucho menos la participación posterior controlando y revisando los actos de gobierno. El ciudadano políticamente activo constituye una minoría. Esta actitud muestra la falta de compromiso con el sistema.
Volvamos a los inicios. ¿Es el sistema el que pervierte al sistema? ¿O es el hombre, que en su desinterés, dice pertenecer a un sistema al que luego no le aporta su participación?
Al fallar la representatividad, el sistema no funciona y el ciudadano se encuentra atrapado en un aparente círculo vicioso, pues para poder hacer cambios hay que tener acceso a las decisiones, y para tener acceso a esas decisiones deberíamos participar y no sólo votar listas sábanas cuyos integrantes no tienen el menor interés en que la situación cambie.
Pero podemos afirmar que no es el sistema el culpable de que éste no funcione, sino el hombre, ya que todo sistema político es creación del hombre político, y es él quien debe romper el círculo vicioso, insistir, luchar y modificarlo tantas veces como sea necesario hasta lograr que funcione correctamente.
Hace muy poco, el secretario general de la OEA, Miguel Insulza, decía que América Latina "no goza de una democracia real", que si bien los sistemas electorales se han ido haciendo más confiables "no basta con ser elegido democráticamente, también hay que gobernar democráticamente". Creo que también debiera decir que no basta con la voluntad de quien gobierna, que también es necesaria la participación del ciudadano.
Además afirma que para ello se requiere que:
" La organización del Estado funcione bajo un régimen constitucional de democracia representativa
" Exista un Estado de derecho
" Haya independencia del poder público
" Exista un régimen plural de partidos políticos
" El gobierno sea transparente y responsable
Considero que es una buena síntesis para que veamos algunos ejemplos de cómo funcionan estos aspectos en nuestro país y en América Latina toda:
" Se comprueba con frecuencia que nuestros presidentes y gobernadores de provincias ejercen su poder desarticulando la gestión y competencia de los demás poderes, tratando de establecer un régimen hegemónico.
" El abuso de los tristemente famosos DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia), que no sólo permiten sino que facilitan que el Ejecutivo asuma el rol de legislador para el cual no fue elegido.
" Las concesiones de los organismos legislativos al Poder Ejecutivo, cediéndoles atributos y responsabilidades que les son propias e indelegables, hechas a espaldas y sin autorización de la ciudadanía que los votó.
" Las votaciones por bloque en las que prima una intención política de partido por encima de los intereses y diferencias de los ciudadanos allí representados.
" La intromisión constante de los poderes ejecutivos y legislativos en el ámbito de la Justicia, poder cuya autonomía debiera ser preservada por encima de todas las cosas, al ser ellos los custodios del sistema democrático.
" La lista sería interminable
Los poderes ejecutivos de nuestro país, tanto nacional como provinciales, ejercen su función nombrando ministros, jueces y otros funcionarios de alto rango, tales como: comandantes de las fuerzas armadas, directores de los organismos de recaudación, presidentes de los bancos del Estado y otras autoridades funcionales que sería muy largo enumerar, y es aquí donde se evidencia un problema de difícil pero de no imposible solución. Si vemos a diario casos de corrupción de funcionarios públicos, ¿cómo puede ser que un presidente o gobernador nombre a su criterio los ministros de su gabinete y demás funcionarios de alto rango y luego no se haga responsable si algunos de ellos defrauda al Estado y por ende a todos nosotros? Los ciudadanos votamos otorgando un mandato al elegido, pero debemos mantener la responsabilidad, haciéndonos cargo de sus actos. Los mandatarios eligen sus colaboradores y delegan en ellos muchas de las funciones para las que fueron nombrados y debieran ser responsables de los actos de los por ellos designados.
Finalmente, ¿cuáles considero que debieran ser los atributos de un ciudadano demócrata?
1) Estar convencido de que la democracia es el mejor modo conocido de que la administración de lo público funcione, atendiendo los intereses de la mayoría de los habitantes de un país. Un ciudadano democrático debiera estar correctamente imbuido de los principios democráticos, aplicarlos en su actividad cotidiana y fortalecer y apoyar el funcionamiento de las instituciones.
2) Tener clara conciencia de que la división de poderes es esencial para el equilibrio de fuerzas entre las leyes, la ejecución y la Justicia. Los poderes deben tener autonomía y no se debe permitir el sometimiento de un poder a otro.
3) Asumir que si quiere la democracia como sistema, deberá participar activamente en todas las etapas e instancias que el proceso democrático requiere. No puede pretender democracia y al mismo tiempo desentenderse, dejando que otros se ocupen del tema.
4) Abrazar ideales, pero no ideologías. Los ideales enaltecen y amplían el horizonte, las ideologías limitan y encierran. Es fundamental aprender a convivir con ideas diferentes y poder sumarlas para conformar el todo.
5) Tener claro que existe una tremenda diferencia entre delegar y resignar. Resignar el poder en otros, es una pretensión, a veces inconsciente, de no hacerse responsable, se pierde el control, no hay compromiso. En cambio cuando se delega, se adquiere el deber y el derecho a controlar al delegado y se mantiene la más absoluta y total responsabilidad. Ésta no es delegable. Cuando uno vota, delega; para que haya una verdadera democracia, no se debe resignar.
Mirémonos un poco hacia adentro y tratemos de ver cuál es el grado de compromiso que tenemos con el sistema. No sirve enojarnos cuando un funcionario roba; indignarnos y entristecernos cuando hay un crimen no resuelto; lamentarnos del estado de los hospitales y de las escuelas, o de los servicios públicos porque nos falta el gas o la electricidad o porque los trenes no funcionan bien. Los enojos, las tristezas y los lamentos tardíos nada resuelven. Es muy fácil criticar y no hacer. Aquí es donde surge con claridad la necesidad de participar, de asumir el trabajo de ciudadanos mandantes, realizando el seguimiento y control de la gestión de los mandatarios.
La conclusión es que en nuestro país no están suficientemente desarrolladas la conciencia y la participación democrática. Si queremos que haya cambios positivos, ellos serán posibles a partir de nosotros, los ciudadanos, y no de un mesías o de un milagro. Sepamos que los resultados sólo se verán a largo plazo, sabiendo que los frutos serán tardíos y recogidos por nuestros hijos y nuestros nietos... y ¡Ojalá así sea !
RICARDO MATÍAS TADDEO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Empresario y asesor financiero.