Los políticos noruegos que otorgaron la mitad del Premio Nobel de la Paz a su congénere norteamericano Al Gore por su militancia en contra de las emisiones de gases que, insiste, son la causa principal del calentamiento global que está en marcha dieron la otra mitad al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, lo que es un tanto irónico en vista de las diferencias que los separan. Según el norteamericano, el nivel del mar subirá seis metros en el próximo futuro, con consecuencias catastróficas para millones de personas, pero a juicio del Panel transcurrirán varios milenios antes de que tamaña calamidad, en el caso de que ocurriere, finalmente se concrete, de modo que sobra tiempo en que tomar todas las medidas necesarias para minimizar sus efectos. Asimismo, hace apenas un par de días un juez británico que tuvo que decidir si era legítimo proyectar el documental de Gore, "Una verdad incómoda", en todos los colegios secundarios falló que, si bien en términos generales le pareció correcta la tesis del ex vicepresidente de Estados Unidos, en la película de marras que se basa en una conferencia en torno al tema cometió "nueve errores científicos" con el propósito de hacer pensar que nos aguarda un "escenario apocalíptico".
Si ésta fue la intención de Gore, ha sido sumamente exitoso. Merced en buena medida a sus esfuerzos, en un lapso muy breve la idea de que el calentamiento global sea la consecuencia directa de las actividades económicas del hombre y que a menos que haya cambios drásticos muy pronto el planeta se hará inhabitable se ha erigido en una ortodoxia que acepta la mayoría de los políticos. Como suele ocurrir cuando se forma un consenso de este tipo, son tratados con desprecio aquellos disidentes que se animan a cuestionarlo al señalar que períodos relativamente fríos y calientes han alternado desde hace muchísimos milenios, de suerte que es excesivo atribuir todos los cambios recientes a la industria y la agricultura.
De consolidarse la ortodoxia cuyos voceros principales son Gore y otros políticos de los países desarrollados, será virtualmente imposible celebrar debates racionales acerca de lo que está sucediendo y lo que corresponde hacer ya para frenar el cambio climático, ya para adaptarnos a él. Puesto que los costos de reducir tanto las emisiones de gases como pretenden militantes como Gore serían enormes, es legítimo sostener que sería mucho más sensato gastar el dinero para solucionar o al menos atenuar problemas más inmediatos para que países actualmente atrasados puedan enfrentar mejor los eventuales desafíos planteados por el calentamiento, pero las propuestas en tal sentido no parecen destinadas a prosperar.
El atractivo de la noción de que la contaminación industrial esté detrás del calentamiento global debe mucho a que hasta ahora el país que emite más gases carbónicos ha sido Estados Unidos, lo que no es demasiado sorprendente por tratarse del país más rico y productivo de todos. Sin embargo, es probable que China ya haya superado a Estados Unidos en este ámbito y que la India no tarde en hacerlo. Así, pues, lo que comenzó siendo una buena arma propagandística contra los países más avanzados podrá ser esgrimida por ellos contra aquellos subdesarrollados cuyo aporte a la economía mundial está creciendo a un ritmo impresionante. De tener razón Gore y quienes coinciden con él, el Tercer Mundo tendría que abstenerse de industrializarse o modernizar la agricultura como hicieron América del Norte, Europa, el Japón y Oceanía, limitándose a métodos preindustriales supuestamente menos dañinos, mientras que por su parte los países ricos se verían obligados a retroceder un siglo o dos en el tiempo. Planteado así, las connotaciones del movimiento contra la emisión de gases carbónicos que los parlamentarios noruegos acaban de honrar distan de ser tan pacíficas como ellos parecen creer. Antes bien, los intentos de obligar a todos a abandonar actividades económicas que, entre otras cosas, suministran los medios que permiten defenderse contra el frío y el calor a los habitantes actuales del Primer Mundo podrían causar conflictos aún más peligrosos que los previstos por el Comité Nobel que dice temer que dentro de poco el calentamiento provoque "migraciones a gran escala y lleve hacia una gran competencia por los recursos de la Tierra".