| "Traigo las manos del Che en la maleta. ¿Las quiere ver?". Sándor Varga, funcionario del departamento de América Latina en el Ministerio húngaro de Exteriores, intentó disimular su desconcierto. Aquel frío 30 de diciembre de 1969 había recibido la orden de recoger en el aeropuerto de Budapest a un miembro del Partido Comunista Boliviano (PCB), "un tal Juan Coronel, que venía en misión especial, camino a Moscú". Varga preguntó a su jefe si tenía que revisar el contenido de la maleta. La respuesta fue un no lacónico. Las manos del guerrillero fueron trasladadas vía Moscú por valija diplomática Coronel era parte de un intrincado plan para hacer llegar a La Habana las manos del Che. El Ejército boliviano se las había amputado después de su ejecución, dos años antes, para tener una prueba de su identidad. Después, las manos habían ido a parar al dormitorio del ministro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, que las había escondido debajo de su cama, en un bote con formol, dentro una urna de madera, "con terciopelo rojo y un acabado muy elegante", según su propia descripción. Arguedas era un personaje extraño, a la vez amigo de Cuba y agente de la CIA. Una bomba adherida a su cuerpo acabaría matándolo en el año 2000. A espaldas de su propio Gobierno, el ministro decidió enviar las manos del Che a La Habana, como ya había hecho antes con las fotocopias del diario del guerrillero. Para ambas misiones clandestinas, recurrió a un buen amigo, el periodista Víctor Zannier. Ante las dificultades de este nuevo encargo, Zannier pidió ayuda a unos conocidos suyos, miembros del PCB. La esposa de uno de ellos trabajaba en la Embajada húngara, que, con la yugoslava, eran las únicas representaciones diplomáticas del campo socialista en La Paz. Después de varios meses de consultas entre Budapest y Moscú, Coronel y Zannier recibieron instrucciones para viajar a la URSS por rutas diferentes, quizás para despistar a los servicios secretos occidentales. A su llegada a Moscú, los dos hombres esperarían nuevas directrices. "Yo salí el 20 de diciembre de 1969 de La Paz a París", cuenta Zannier. "Viajé en tren de París a Praga. Y de ahí volé a Moscú, donde me iba a reunir con Juan Coronel". ¿Quién llevaba las manos del Che? Zannier asegura que ninguno de los dos. Coronel salió de La Paz ocho días después. "Fui con Iberia, que hacía escala en Lima, Guayaquil, Bogotá y Caracas", cuenta el viejo militante comunista desde su casa de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. "Llegué a Madrid el 28 de diciembre y seguí con Air France hasta Budapest, vía París y Praga. Llevaba el frasco de formol en mi equipaje de mano, entre la ropa". Sándor Varga confiesa, en perfecto español, que su encuentro con Coronel en Budapest le dejó perplejo. "Yo no entendía por qué alguien tenía que viajar con semejante cargamento en un recorrido con tantas escalas. Había otras vías, menos arriesgadas". Hace unos meses, 36 años después de aquel extraño episodio, un ex colega, que había sido como él embajador en Bolivia, le dijo que, en realidad, Coronel no tenía consigo las manos del Che. "Me comentó que nuestro Gobierno había recurrido a la valija diplomática para transportarlas. Coronel estaba convencido de que él las llevaba, y por eso quiso enseñármelas. Es posible que los soviéticos le engañaran". El periodista húngaro Gyula Ortutay, que ha tenido acceso a informaciones reservadas del Ministerio de Exteriores, ha logrado reconstruir la ruta de las manos amputadas. "El paquete viajó de La Paz a Santiago de Chile, Montevideo -ahí, las manos del Che pasaron la noche en la caja fuerte de la Embajada húngara-, Buenos Aires, París y Budapest, siempre bajo la custodia de dos correos con inmunidad diplomática", explica. Luego, el peculiar bulto siguió hasta Moscú y su destino final, Cuba. ¿Por qué tuvieron que pasar por Moscú? "Estoy seguro de que la inteligencia soviética quería examinar las manos antes de mandarlas a La Habana", dice Zannier. Cumplido este objetivo, los soviéticos dieron el visto bueno para que los dos bolivianos culminaran el viaje. Coronel, sin embargo, tuvo un disgusto mayúsculo cuando la Embajada cubana le prohibió volar a La Habana porque "pertenecía al partido que había traicionado al Che". Zannier partió solo, a bordo de un avión de Aeroflot, "con el maletín entre las piernas". Llegó el 6 de enero de 1970 a Cuba, donde fue recibido por Fidel Castro. Unas semanas después, en la plaza de la Revolución, el líder máximo daría las gracias a "aquellos anónimos amigos que pusieron en riesgo sus vidas para que estos sagrados despojos reposen en suelo de Cuba". Desde entonces, están guardadas en un lugar secreto. (El País Internacional) | |