Lunes 15 de Octubre de 2007 Edicion impresa pag. 28 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Sentimientos

Cualquier noticia trágica impacta de forma distinta a otras, y la reiteración de un hecho sangriento -característica de los medios audiovisuales y de los titulares escritos gritados en la calle, asaltándonos desde cada quiosco-, más aún. ¿Y qué pasa entonces si a estas connotaciones hay que potenciarlas cuando un niño mata a otro niño?

¿Cuántas veces "el pequeño asesino" u otro titular similar golpeó casi físicamente su realidad cotidiana, la mía, la de todos? ¿Cuántas entrevistas a familiares agobiados por la pena, la vergüenza, el desconcierto, la ira, ha trastornado los cotidianos debates de su realidad? Y los debates, las consultas a especialistas de esto y de lo otro... Todos intentos -vanos- para combatir cierta sensación de irrealidad.

Porque esta atrocidad tiene algo de paralizante, de fantástico, de imposible. Otras conductas tan terribles como la violación están más asimiladas en nuestro esquema moral, puesto que se trata de adultos como responsables. Pero en nuestro imaginario, un niño es alguien bueno. Esta poderosa idea, hija de aquella explicación sobre la sociedad que afirmaba nuestro nacimiento como una "tabla rasa", una página en blanco, subsiste aún a pesar de cada día que compartimos, usted y yo, con los niños.

Estas adorables criaturas -que alguna vez fuimos nosotros, no hay que olvidarlo- llevan en su pequeña pero sustanciosa mochila todos los elementos que hacen a la supervivencia de cualquier especie: una persistente territorialidad, que se ve conmocionada al llegar competidores del afecto -hermanitos, primos- o de los objetos queridos. Y déjeme decirle que nuestras frases aleccionadoras tipo: "daaale, séeee buenito, prestaaaale la pelooooota" se dan de narices con todo el esquema social que rodea al angelito, esto es, nuestra propia vida basada en lo tuyo y lo mío.

El precario equilibrio que logramos como sociedad, la convivencia, las buenas relaciones, la solidaridad, no deja de ser advertido por nuestros infantes.

Y dentro de las duras realidades de la vida con que deberá lidiar cada día, sería bueno que le prestáramos más atención a fenómenos de violencia tan contundentes como una trompada: me refiero a la humillación, la burla, la cargada, el vacío en los juegos, "travesuras" que suelen rodear la vida de los pibes, en la escuela o fuera de ella.

Digámoslo una vez más: las relaciones de poder que rigen la vida de los adultos se trivializan -y por eso parecen, sólo parecen, más inofensivas- en los niños. Agarrarse con la más débil, burlarse del gordito, aislar al de la silla de ruedas... vamos, ¿no le suena conocido? Todas las historias de abusos tanto en el plano familiar como laboral, las denuncias de discriminación, están cimentando esa "inocente" cargada, que para muchos pibes y pibas hace del camino al colegio o la vereda de su casa, una pesadilla que rara vez comparten con nosotros, los lúcidos adultos.

Sí, claro que tiene razón: de estas experiencias no se conforma un ejército de pequeños francotiradores o asesinos seriales (la serie de los ofensores). Son casos aislados. Sin embargo, son suficientes para mostrarnos de forma terrible, vía la exasperación de un sentimiento de ira profunda, de autodefensa animal, cuán dura y violenta es la diaria tortura ejercida por grupitos o fortachones sobre un niño tímido, o una niña más callada.

No sería mala idea empezar a respaldar a nuestros pequeños volcanes latentes, de tal forma que ninguno tenga que tomar un cuchillo o un rifle para decirnos que no aguanta más el mundo que supimos conseguir.

 

MARÍA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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