Al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le cuesta entender por qué los bancos locales no prestan "para la producción", como según él hacen en el resto del mundo, pero la respuesta a su interrogante debería serle evidente. Tanto la experiencia reciente como el estado actual de la economía, agitada como está por una ola inflacionaria creciente, los han llevado a temer que perderían su dinero. Tal postura no tiene nada que ver con la presunta ortodoxia de los banqueros en materia económica que en su opinión los caracteriza. Se trata más bien de la cautela lógica de personas que no pueden confiar demasiado ni en quienes les piden créditos ni en un gobierno que, además de haber adquirido la costumbre de dibujar las estadísticas por motivos presuntamente financieros, los acusa de prestarse a conspiraciones destinadas a desestabilizar la economía mediante "golpes de mercado".
Puesto que están tan arraigados en el país los prejuicios contra "la patria financiera", no extraña que en medio de una campaña electoral el presidente Néstor Kirchner y otros integrantes de su gobierno hayan reanudado sus ataques contra los bancos que subieron las tasas de interés cuando los asustaron las turbulencias que afectaron a los mercados internacionales pero no las bajaron luego de que se tranquilizaron gracias a la decisión de reducirlas de la Reserva Federal estadounidense. Conforme al presidente, su conducta se debe a la voluntad de los banqueros de torpedear la economía, ya que "son los mismos que tratan de decir que este mes la inflación fue de tanto y tratan de generar miedo en la gente. Son los dueños de la hiperinflación, del corralito, los que destrozaron la economía". Huelga decir que tales diatribas no contribuyen en absoluto a convencer a quienes manejan los bancos y a los servicios financieros de que no hay riesgo de que la economía experimente algunos barquinazos en los meses próximos. Antes bien, ya que sirven para que sean aún más cautos y por lo tanto más reacios a prestar dinero a tasas accesibles, las palabras de Kirchner han hecho aún más grave la situación que pretende remediar. En cuanto a la teoría oficial de que el desprestigio del INDEC es consecuencia nada más que de los esfuerzos de "grupos empresarios y bancos", si éste fuera el caso se trataría de una obra maestra propagandística, porque entre quienes han caído en la hipotética trampa así supuesta están personajes tan hostiles a las finanzas como el sindicalista Hugo Moyano y la militante de la ultraizquierda Hebe de Bonafini.
Puede que las embestidas ya rutinarias de Kirchner y otros voceros oficiales contra "los neoliberales" y sus presuntos socios empresarios sigan brindándole algunas ventajas políticas por ser cuestión de actitudes populistas que desde hace muchas décadas están ampliamente difundidas en nuestro país, pero no hay por qué suponer que el voluntarismo crudo que reflejan traiga muchos beneficios económicos. Por el contrario, al recordarles a los inversores que quienes gobiernan el país no quieren para nada a aquellos empresarios que no comulgan con sus ideas por estar más interesados en la ley de la oferta y la demanda que en las teorías conspirativas setentistas que subyacen en el discurso del presidente, les advierten que les convendría borrar a la Argentina de sus listas de mercados "emergentes" interesantes. Si bien dicha realidad no preocupa a políticos que están más acostumbrados a aprovechar las deficiencias económicas del país atribuyéndolas a sus adversarios o grupos supuestamente conspirativos que a intentar atenuarlas, el país en su conjunto seguirá pagando un precio muy elevado por su resistencia a reconocer que sin inversiones importantes el crecimiento rápido de los años últimos no significará el comienzo de un proceso que redunde en una economía a un tiempo más productiva y más equitativa que la actual sino que, a lo sumo, habrá sido cuestión de una bonanza espectacular, imputable en buena medida al boom internacional que ha llevado a las nubes los precios de la soja y otros commodities, que beneficie mucho a una minoría, una parte de la cual deberá su buena fortuna no a su aporte a la economía sino a sus vínculos con el poder político, pero deje a la mayoría tan malparada como antes.