Un problema para China
Merced a las comunicaciones modernas que permiten la difusión instantánea por todo el planeta no sólo de mensajes escritos sino también de videos tomados por cámaras digitales e incluso teléfonos celulares, el impacto internacional de los crímenes perpetrados por dictaduras es en la actualidad mucho más fuerte de lo que fue el caso hace treinta años. Es por eso que la reacción mundial ante la represión brutal por parte del régimen militar birmano de monjes budistas y manifestantes civiles mereció el repudio inmediato de los gobiernos de los países occidentales, algunos de los cuales, como el estadounidense, robustecieron las sanciones contra el régimen, mientras que la ONU envió al país a un representante especial, Ibrahim Gambari, para que procure encontrar una salida pacífica del conflicto. No es demasiado probable que tenga éxito en su misión, ya que a los militares birmanos no les importa en absoluto la opinión pública de los países desarrollados. Tal vez su actitud sería distinta si el gobierno de China los presionara, pero por tratarse de una dictadura extrañaría que los exhortara a dejar el poder luego de permitir que se celebren elecciones libres. A lo sumo, les pedirá actuar con mayor moderación no porque le inquiete el destino de los monjes y los manifestantes civiles, sino porque entiende que no le convendría que se reeditara en un país de su esfera de influencia una versión de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989, con la que la dictadura comunista puso fin a un movimiento democratizador incipiente.
Una consecuencia del aumento del poder económico y la influencia de China en el mundo es que sus líderes han tenido que preocuparse más por su imagen internacional. Aunque el régimen se ha visto beneficiado por la hostilidad de muchos sectores hacia la superpotencia reinante, Estados Unidos, no ha podido impedir que resulten cada vez más los que se preguntan si realmente sería mejor que China se erigiera en su rival principal. Si bien a juicio de muchos los norteamericanos son belicosos, prepotentes e ingenuos por creer que se puede exportar la democracia por la fuerza, por lo menos están a favor de un sistema político que privilegia la libertad y posibilita que el respeto por los derechos humanos sea algo más que una consigna bienintencionada. En cambio, el régimen chino es sumamente autoritario, se opone sistemáticamente a la libertad de expresión, mantiene ocupado el Tíbet, amenaza con atacar a Taiwán y no vacila en aliarse con las dictaduras más feroces, con la de Corea del Norte o de Sudán, donde está llevándose a cabo una campaña de limpieza étnica genocida contra los habitantes no árabes de la región de Darfur. Desde el punto de vista de los jerarcas chinos, les ha resultado ventajoso su falta de interés en los derechos humanos más básicos porque, a diferencia de países occidentales en los que suelen organizarse manifestaciones masivas, puede respaldar con impunidad a regímenes despiadados a cambio de acceso a materias primas como el petróleo y el gas, pero también acarrea la desventaja de estimular los temores de quienes entienden que el resurgimiento de China sirva para fortalecer a los enemigos de la democracia. Asimismo, el que su sistema económico parezca inspirarse más en el capitalismo "salvaje" que en el comunismo le está costando el apoyo de izquierdistas, que de otro modo pasarían por alto su naturaleza dictatorial.
El crecimiento explosivo de la economía china está estimulando la resistencia de muchos que reclaman a sus gobiernos respectivos que tomen medidas para proteger a las empresas y obreros locales. De más está decir que los preocupados por las connotaciones económicas y sociales de la espectacular irrupción china están más que dispuestos a aprovechar el hecho de que el régimen nominalmente comunista pisotee los derechos de sus propios compatriotas y permita que hagan lo mismo sus clientes en el exterior. Por lo tanto, se han intensificado las presiones para que China democratice no sólo su propio sistema sino también los de vecinos como Birmania -país que fue rebautizado Myanmar por la dictadura militar al advertirle que de lo contrario enfrentará represalias que pondrían en peligro un "modelo" económico que depende de la globalización.