Sapag volvió de Canadá y asumió esta semana el centro de la escena política al lanzar fuertes definiciones sobre la transición, relativas al estado de las cuentas públicas, al futuro de los fondos obtenidos con los 250 millones de dólares en bonos desaprensivamente emitidos en su momento por el actual gobierno y acerca de la necesidad de incrementar la renta petrolera.

El gobernador electo dijo que su mayor preocupación es poder conocer "el real estado de los gastos corrientes", dando a entender a las claras que la transición ordenada con el gobierno de Sobisch es cualquier cosa menos eso, y que los reiterados pedidos para conocer las cuentas públicas se han estrellado contra la cerrada resistencia de los funcionarios sobischistas a brindar cualquier información.

Sapag lanzó también definiciones contundentes: habló de redistribuir los fondos destinados a proyectos de dudosa factibilidad, como el Ferrocarril Trasandino, para aplicarlos a paliar la crítica situación de Salud y para reparar las escuelas, que todos los comienzos de clases son un dolor de cabeza para padres, alumnos y maestros.

El estilo moderado, casi diplomático, del mandatario electo no debería confundir a nadie: el Sapag que se presentó el lunes en el cine teatro Español para recibir su diploma de gobernador es un hombre realmente preocupado por la situación económica y el cuadro social de la provincia, y consciente de las dificultades que se avecinan para los primeros meses de su gestión.

En realidad, tanta reticencia para dar a conocer el verdadero estado de las cuentas públicas no hace sino confirmar las peores sospechas, que circulan de un tiempo a esta parte tanto entre los sectores que se preparan para asumir la responsabilidad de gobierno como entre los principales referentes de la oposición.

En el mundillo político y empresario es un secreto a voces que el gobierno actual viene dilatando el pago a proveedores y la cancelación de los certificados de obra pública, por lo que entre los principales colaboradores de Sapag una de las mayores preocupaciones es el monto real de la deuda flotante que esta gestión trasladará al próximo ejercicio. Hasta no hace mucho el sapagismo estimaba que podría alcanzar a cientos de millones de pesos.

En el quiroguismo se estima otro tanto o más. El equipo que asesoró al ex candidato a gobernador de la Concertación monitoreando las cuentas públicas, de cara a su eventual gestión, alcanzó conclusiones similares.

De más está decir que un desequilibrio financiero de la magnitud enunciada auguraría una perspectiva sombría para la administración que se hará cargo en diciembre. Más aún, teniendo en cuenta el cuadro social imperante en la provincia, con una aguda conflictividad gremial caracterizada por la crisis sin final de Salud, el estallido latente en Educación por el caso Fuentealba y la rebelión del EPEN que amenaza con dejar a oscuras media provincia. Para no entrar en mayores detalles sobre el resto de los conflictos existentes.

El cuadro de situación se ve agravado por la conducta irresponsable del actual gobierno, cuyo accionar gira hoy casi pura y exclusivamente en torno de un solo objetivo: la candidatura presidencial de Jorge Sobisch. Así, mientras mantiene la ficción de una gran liquidez, alimenta sin miramientos la deuda. Para colmo de males, con el evidente propósito de despejar la posibilidad de algún desmadre antes del 28 de octubre, ahora último el gobierno ha optado por apagar incendios con más plata. Total, paga el que sigue. Tal parece ser el empeño en Salud luego de tres años sin hacer nada.

En un contexto como el descripto no son pocos los que en el sapagismo y en la oposición recuerdan con inquietud el traumático comienzo de la última gestión de Sapag.

En aquella oportunidad el sobischismo dejó tierra arrasada y Sapag tuvo que apelar al cruento expediente de recortar gastos y sueldos. En ese entonces, el gobierno entrante pidió una auditoría a FIEL que comandaba Ricardo López Murphy y la consultora emitió un balance lapidario sobre el descalabro en las cuentas públicas.

El fantasma de tener que lidiar con una calamidad siquiera parecida no puede sino preocupar a Sapag, quien no por nada lanzó la advertencia sobre la posibilidad de reasignar partidas como la del insólito tren Trasandino, para aplicar esos fondos a necesidades reales de la población.

Si finalmente toma esa decisión, Sapag deberá modificar por ley las partidas, pero no será difícil que consiga el apoyo de la oposición para una medida con sentido común, sobre todo si sabe hablar claro, como lo hizo esta semana, sobre cuáles son las verdaderas preocupaciones de la provincia.

En cambio, de confirmarse las sospechas generalizadas sobre el agudo cuadro financiero actual, sería muy difícil para el gobernador electo remontar la situación en absoluta soledad.

Sin embargo, con toda la gravedad que revestiría una situación como la descripta, se trataría de un problema financiero, cuya solución obligaría a un fuerte recorte del enorme gasto improductivo y, tal vez, a requerir el apoyo del gobierno nacional, lo que a su vez llevaría a una mayor sujeción de la provincia a las políticas nacionales.

"Con una deuda flotante de 200 ó 300 millones de pesos, un gobierno provincial no tiene más remedio que echarse en brazos de Nación", reflexionó acremente un dirigente de primera línea del sapagismo.

Mucho más grave que el fantasma de una crisis financiera que se cierne como una nube negra sobre el futuro, es la deficiencia estructural de una economía que desaprovechó la bonanza de los últimos años para edificar un crecimiento armónico. Algo que, en todo caso, no podrá solucionarse en el corto plazo.

Un diputado opositor lo definió así: "El problema mayor no es el financiero sino que el accionar del Estado no ha estado dirigido a satisfacer las necesidades de la gente en educación, salud, vivienda, recursos humanos, sino orientado a complacer el capricho de una candidatura mesiánica".

La pesada herencia económica que el sobischismo podría dejarle a su sucesor y a toda la sociedad es sólo una de las aristas de la sorda puja interna que discurre hoy en las entrañas del MPN. Puja que guarda relación con la contradicción entre los intereses políticos de Sobisch por un lado y los de Sapag, el partido y la provincia, por el otro y que resultan cada vez más incompatibles entre sí.

Otra de las aristas es la candidatura presidencial del gobernador, un incordio que colisiona con la estrategia nacional y provincial diseñada por Sapag y cuya dilucidación, en última instancia, permitirá inferir el grado de independencia con que nacerá la próxima gestión.

Dicho en otros términos, Sobisch necesita ganarle en Neuquén a Cristina Kirchner y de ese triunfo depende en buena medida su predicamento futuro en la provincia. La apuesta no es fácil pero tampoco imposible. Fuentes del kirchnerismo y del gobierno son más o menos coincidentes: sin haber pisado la provincia, Cristina ronda un 35% de intención de voto. El gobernador arrancó con un 12, pero ahora ya está cerca del 24%.

Desde la perspectiva de Sapag, lo mejor sería que Sobisch se evaporara. Eso le permitiría afirmarse mejor como líder emergente, en el partido y en el gobierno. Por eso en su sector fluctúan entre dar libertad a los afiliados para elegir el presidente que quieran y directamente mandar a votar por Cristina.

Por otra parte, tanto Sobisch como Sapag necesitan que Brillo gane. No porque sean dos buenos samaritanos. El primero, porque su ex jefe de Gabinete mide mejor que él y le puede aportar votos. Además, hay entre ellos una corriente de simpatía que podría ser muy provechosa en el futuro si Brillo llega a la intendencia.

Sapag, porque no se puede permitir ir dividido a la elección. Además, si Brillo pierde la capital podría verse obligado a gobernar con dos frentes de tormenta juntos: el del sobischismo residual y el de la oposición.

HECTOR MAURIÑO

vasco@rionegro.com.ar