Los destilados del petróleo son la fuente de energía más compacta (una sola taza puede elevar un hombre a la cima de una montaña), ubicua (pueden obtenerse en casi cualquier población del mundo) y barata (salvo los alimentos). Desde el perfeccionamiento de los motores a combustión interna a fines del siglo XIX, son uno de los pilares de las grandes obras de ingeniería y de la industria, alimentando directa o indirectamente (caso de la electricidad) a las máquinas que las posibilitan. El petróleo es la materia prima de los polímeros (plásticos), sólo parcialmente reemplazable, a mucho mayor costo monetario y ambiental, por las maderas y el cuero. Su uso es la causa principal del efecto invernadero, con sus consecuencias de extremo frío y calor, sequías e inundaciones. Es un recurso no renovable que tarde o temprano se agotará, poniendo un límite forzoso a la actual cultura capitalista del derroche.
Energía e información son los cimientos de las tecnologías modernas, del capitalismo industrial, del poder económico y político. La apropiación de los yacimientos de petróleo ha sido por eso una política irrenunciable de las grandes potencias desde comienzos del siglo XX, cuyo episodio más reciente es la invasión de Irak, el segundo proveedor más importante de EE. UU. La historia de la explotación y uso del petróleo en la Argentina es especialmente ilustrativa de las tensiones entre sus funciones constructivas (transporte, petroquímica, generación de calor y electricidad), sus funciones destructivas (armamentos) y la codicia empresaria.
Desde la época colonial, cuando la brea y el querosén que fluían naturalmente se usaban sólo con fines medicinales, ya se conocían yacimientos como el de Laguna la Brea en Jujuy, cuyo querosén ya se usaba en lámparas a fines del siglo XIX. Los destilados de la misma época de la Compañía Mendocina de Petróleo se usaron para propulsar locomotoras hasta que los sacaron del mercado los altos fletes impuestos por el ferrocarril británico para evitar que desplazara al carbón de Gales. El proceso de explotación sistemática comenzó con la perforación del primer pozo de Comodoro Rivadavia en 1907, en tierras fiscales. El descubrimiento no fue accidental, como erróneamente se afirma; el perito Francisco Moreno informó al Ing. Enrique Hermitte la existencia en la zona de formaciones geológicas características de los yacimientos petrolíferos. Cuando Hermitte encabezó la Dirección General de Minas e Hidrología, encomendó su búsqueda a un equipo de perforación de pozos de agua al que se había equipado especialmente para ambas tareas.
De modo no casualmente tardío, el presidente José Figueroa Alcorta creó en Comodoro Rivadavia (ley 7.509 de 1910) una ínfima reserva fiscal de 5.000 hectáreas. Encomendó su explotación estatal y el control de las actividades petroleras privadas a la Dirección General de Minas, que permitió o estimuló la especulación con las concesiones de cateo. Apenas asumió la presidencia en 1810, Roque Sáenz Peña creó una escuálida Dirección General de Explotación del Petróleo de Comodoro Rivadavia. La puso a cargo de uno de los más lúcidos tecnólogos argentinos, el Ing. Luis Huergo, quien murió en 1913 sin ver realizada su propuesta de nacionalización petrolera. Pese a la gran escasez de medios, ya en 1914 la Dirección General abastecía a la Marina y a las usinas de la Capital Federal. La demanda fue pronto mucho mayor que la producción, lo que ilustró la miopía de los dirigentes políticos o su complicidad con los intereses británicos y estadounidenses (la Standard Oil ya era entonces uno de los gigantes del rubro petrolero). Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, la Argentina tenía en operaciones, aunque mínimas en comparación con sus posibilidades, la primera compañía petrolera estatal del mundo.
La situación de la Dirección General no mejoró durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen, debido a los titubeos de su política petrolera y la corrupción de algunos de sus funcionarios. Su ministro de Hacienda, Domingo Salaberry, se suicidó, después de varias denuncias en su contra, cuando el Juzgado Federal de La Plata lo procesó por autorizar operaciones ilegales de importación de petróleo a subsidiarias de la Standard Oil. La presidencia de Marcelo Alvear dio gran impulso a la rebautizada Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (luego YPF), a la que aunque todavía en el área del eficiente ministro de Agricultura Tomás Le Bretón otorgó completa autonomía. Por recomendación de su ministro de Guerra, el general ingeniero Agustín Justo, Alvear puso al frente de YPF al coronel ingeniero Enrique Mosconi, pionero de la aviación militar argentina.
La orientación que Mosconi dio a YPF y la perduración de sus políticas durante la Década Infame, las dos presidencias de Juan Domingo Perón y las dictaduras militares previas a la de 1976, sólo pueden comprenderse si se sabe que formaban parte esencial de la ideología militar de la época, inspirada por los prusianos Carl von Clausewitz, Colmar von der Goltz y Erich Ludendorff. El Ejército Argentino incorporó así un modelo de país basado en la tradición de los caudillos provinciales (aquí reemplazados por una elite militar) combinada con la adquisición del poder que brindaban las modernas tecnologías. La primera de estas características inició lo que el brillante poeta, pero lamentable historiador y político, Leopoldo Lugones bautizó "la hora de la espada". La segunda característica inició el proceso argentino de industrialización por sustitución de importaciones.
CARLOS SOLIVEREZ
Doctor en Física y diplomado en Ciencias Sociales.
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