Martes 02 de Octubre de 2007 Edicion impresa pag. 43 > Cultura y Espectaculos
Cuando el violín es un juego de niños

NEUQUEN (AN).- Emilio tiene ocho años y el gustan las "figus". Amanda tiene cinco años, ama el zoológico y prefiere a la jirafa. Además, los dos tienen un promisorio futuro en común: son violinistas y fueron los únicos niños músicos de la Patagonia que participaron del Festival Internacional Suzuki que se realizó el mes pasado en Buenos Aires.

La quinta edición del festival Suzuki convocó a más de 160 intérpretes de violín, cello, piano y guitarra, de diferentes ciudades del mundo y a docentes de los Estados Unidos, Canadá y países de Latinoamérica. En representación de la provincia de Neuquén, fueron de la partida Emilio Cippitelli que toca el violín desde los cuatro años y Amanda Riestra que interpreta el mismo instrumento desde los tres.

Para Emilio y Amanda tocar el violín es un juego, pero también un ritual que debe ser respetado con absoluta solemnidad. Amanda comenzó a los dos años a ir a un taller de instrumentos y allí desarrolló su preferencia por el violín. Emilio era aún un bebé cuando su oído se deleitaba con la música y a los cuatro años, sus padres lo inscribieron en una clase de violín.

"Me gusta mucho este instrumento, me gusta tocarlo y los sonidos que tiene", aseguró el pequeño concertista. Su compañera asintió tímidamente con la cabeza a la misma pregunta. Ambos niños también están estudiando piano, un instrumento que favorece y agiliza el aprendizaje de violín.

Amanda y Emilio estudian con la profesora Emma Ziganosvski, con el método Suzuki del violinista japonés Shinichi Suzuki. Este método parte de la premisa que así como todos los niños aprenden a hablar su lengua materna, también pueden aprender a tocar un instrumento si se los rodea del ambiente adecuado. De la misma manera en que los niños aprenden sus primeras palabras, por escucharlas, por repetición e incentivados por sus padres, también pueden repetir e interpretar composiciones musicales.

Los talentitos neuquinos participaron de una serie de clínicas y conciertos organizados en el marco del Festival Suzuki de Buenos Aires. "Me gustó mucho y aprendí muchísimo allá", comentó Emilio. Y su padre, agregó: "A los dos les sirvió además para darse cuenta de que están en un muy nivel con respecto a otros chicos de otros lugares".

Amanda y Emilio toman las clases de violín como un espacio de recreación, de juego, y de eso tiene mucho. El método Suzuki rompe las acartonadas estructuras de la enseñanza musical clásica y rodea a los estudiantes de un espacio lúdico apto para incorporar conocimientos de una manera más sencilla. Para los chicos es divertido, aunque a la hora de tocar las cosas se ponen serias.

Emilio se para, toma el violín, lo ajusta al espacio que hay entre su mentón y su hombro y como si intercambiara figuritas con un amigo, interpreta el "Minueto Nº 5" de Bach. Al concluir se agacha para saludar a su improvisado público en la redacción del diario y le da paso a Amanda para que haga lo suyo. Amanda, de ojitos oscuros y sonrisa tímida, se acomoda en su espacio, toma el violín y la magia se produce cuando con los primeros acordes desaparece la timidez.

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